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¿Quién es responsable del paro: los robots o el capitalismo?

Mario Diego

Hay quienes dicen que la comida más importante del día es el desayuno, opinión que comparto; dicho esto, aconsejo que no se escuche la radio mientras se desayuna porque puede ocasionar problemas de ingestión.

Por la enésima, desde hace muy poco tiempo, he vuelto a oír, en boca de eminentes economistas, politólogos y comentaristas, que tenemos que prepararnos ya para la tercera revolución tecnológica que se avecina y que nombran “la era robótica”.

Repiten como un mantra que esta era será desastrosa para la clase trabajadora ya que supresiones de puestos de trabajo y despidos se contarán por millones. Sea dicho de paso, clase trabajadora que había, según los mismos, desaparecido y que por arte de magia vuelve aparecer.

La idea de que el trabajo humano va a ser realizado por máquinas y robots, y que nos dirigimos hacia el fin ineluctable de dicho trabajo, se ha vuelto a poner de moda otra vez. Es más, estas conclusiones, compartidas ya por parte de líderes sindicales y políticos, generan proposiciones, por parte de estos últimos, como la renta universal o la instauración de un impuesto a los robots.

Todos los debates alrededor de este tema no tienen ningún sentido si no se tiene en cuenta un hecho esencial: todos los medios de producción utilizados social y colectivamente, a nivel mundial por medio de una división internacional del trabajo, son la propiedad privada de una ínfima minoría capitalista.

Para justificar las consecuencias, tanto pasadas como futuras, fruto del aberrante sistema capitalista, se basan en investigaciones hechas aquí o allá. Por ejemplo la de France Stratégie (Organismo de reflexión y consejos) que vaticina para Francia, en una década, la pérdida de 3,4 millones de empleos.

O por ejemplo las aserciones de dos investigadores de la universidad de Oxford, Carl Benedict Frey y Michael Osborne, que según ellos, “47% de los empleos en Estados Unidos estarían en peligro porque son potencialmente automatizables en un plazo no definido, quizás en una o dos décadas”.

Y claro está, como no podía ser de otra manera, tesis defendidas también por filósofos como Bernard Stiegler, miembro del IRI (Instituto de Investigación sobre Innovaciones del Centro Pompidou) que escribe: “Bajo el efecto de la automatización total y generalizada, los asalariados serán una especie de residuo de una época pasada”.

Estas conclusiones orientadas y pregonadas cansinamente por especialistas, comentaristas y otros filósofos, están controvertidas por un informe de la OCDE, publicado en 2016, que dice: “solo 9% de los empleos estadounidenses se enfrentan a la posibilidad de ser automatizados”, cifra muy alejada de los 47% vaticinados por nuestros dos universitarios de Oxford. Pero da igual, de eso no se habla.

Como tampoco se habla de otro profesor universitario, Jean Gadrey, colaborador de la revista de divulgación económica, Alternatives économiques, que llega a la conclusión de que “el trabajo suprimido por la máquina en parte puede ser compensado por nuevas actividades”. E irónicamente recuerda, que los pronósticos anunciando “el fin del trabajo” no son cosa nueva. Y con razón, porque tales pronósticos siempre han prosperado a medida que la economía capitalista dejaba tirados en el paro a millones de trabajadores.

El sistema que consiste en introducir máquinas –los robots son máquinas perfeccionadas– para producir más rápidamente y a escala superior, reduciendo los tiempos de producción de cada producto manufacturado, con lo cual se reduce también su precio, es un sistema tan viejo como el capitalismo.

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Condenar a la inactividad forzada una parte de la clase obrera sobrecargando de trabajo a la otra, ha sido un hecho ya constatado por Marx en El Capital. El paro masivo también comparte antigüedad con la existencia del capitalismo.

El capitalismo se enfrenta fundamentalmente a una de sus propias contradicciones: los límites de un mercado solvente incapaz de absorber el conjunto de las mercancías fabricadas por su aparato productivo. Estos límites, no son la resultante del poder productivo de los robots ni de su innecesaria posesión de poder adquisitivo, es porque el de los trabajadores está estancado o incluso disminuye. A lo que también hay que añadir la reducción de las inversiones por parte de los capitalistas, quienes destinan una parte cada vez más importante para la especulación financiera.

Mario Diego es socio de infoLibre

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