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Trileros con medias verdades

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Juan Priego Romero

Con lo de trileros me estoy refiriendo a los líderes del independentismo catalán, que con la mitad solamente, de la mitad de catalanes que han acudido a ejercer su derecho al voto, ya están haciendo juegos malabares para seguir arengando a sus seguidores, haciendo como que el pueblo catalán ha hablado y obviando importantes reflexiones que deberían hacerse ellos y que los que pensamos sí las hacemos.

Esa otra mitad que no ha votado no es de sus seguidores nacionalistas, que sí han votado todos sin excepción, repartiendo sus votos entre los tres partidos del bloque, como también han votado todos los nacionalistas de la otra parte repartidos entre las derechas nacionalistas españolas presentes en Cataluña.

La pregunta importante, que los trileros obvian a propósito sería: ¿Quiénes no han ido a votar?

Antes de contestar, me gustaría aclarar a esas personas que dejan voluntariamente de ejercer ese derecho tan importante cuando se vive en una democracia que, por muchos defectos que ésta pueda tener, siempre es infinitamente mejor que cualquier dictadura o régimen nazi y que precisamente sus votos son los que pueden decidir los cambios. Esos votos no emitidos serán usados igualmente por los políticos para otros fines, con los que los no votantes posiblemente no estén de acuerdo, porque esa Cataluña que ellos han dejado a sus descendientes, no será la que éstos dejen a los siguientes.

Mi mujer, nacida en Barcelona y hoy andaluza conversa después de cincuenta años en Andalucía, me cuenta cómo se criaba allá por los años cincuenta entre Olesa y Esparraguera de Montserrat, junto con sus cinco hermanos y su madre y abuela procedentes de Almería.

También me habla de la Colonia Can Sedó, en Olesa, un recinto cerrado con viviendas y naves con fábricas y telares, que no era sino un gueto catalán como tantos otros, en los que vivían los trabajadores charnegos (según los catalanes), con viviendas, tiendas de todas clases y con todos los servicios, donde se quedaban la mayor parte del dinero que les pagaban por trabajar, pero que a ellos les parecía una maravilla en comparación con lo que habían dejado atrás y a muchos les sirvió como trampolín para ir progresando con el trabajo de toda la familia. En sus lugares de origen no había fábricas ni telares, a pesar de tener las materias primas, solo había miseria y señoritos llenando los casinos y montando a caballo por sus fincas, sin tiempo ni ganas para inversiones, porque sus capitales ya les rentaban lo suficiente en los bancos.

El recuerdo de todos ellos y ellas era trabajar y solo trabajar, en telares, confiterías o talleres de estructuras metálicas, que el trabajo sobraba por doquier. Mi mujer me recuerda que, mientras con 11 o 12 años jugaba en la plazuela y cuidaba de sus tres hermanitos pequeños, vecinas talluditas, catalanas muy catalanas ellas y con pequeños telares en sus trastiendas, le preguntaban insistentemente y con voz melosa: Qui vols traballá, nena?

No veo necesario traducir. Al final ella trabajó un tiempo en un telar dejando la escuela y antes de emigrar con 15 años con su madre a Alemania, donde había mucha necesidad de reconstruir tanta destrucción, con la ayuda de millones de emigrantes de medio mundo.

Por aquel tiempo los catalanes no pensaban en la independencia, solo pensaban en “la pela”. Eran cuatro gatos, que se fueron convirtiendo en tigres, gracias a los ciervos y gacelas de la Subbética, la Penibética y los Montes de Toledo, cuyos descendientes empezaban a trabajar a los 14 añitos…

Y los catalanes muy catalanes, se hicieron más grandes y más ricos, como por ejemplo los Puyol y Ferrusola, que por cierto no quería emparentarse con “castellanos”, dejando ya eso del nacionalismo y de la independencia para los nuevos catalanes conversos, que salieron más papistas que el papa.

Pero esa generación de “ciervos y gacelas” trabajaron como condenados y fueron los que verdaderamente levantaron Cataluña y la mayoría les dieron estudios a sus descendientes, de entre los cuales se fueron “creando” los nuevos catalanes, como por ejemplo Puigdemont, descendiente de inmigrantes andaluces. Muchos de éstos como se puede comprobar, se hicieron más catalanes que los propios genuinos y se olvidaron totalmente de sus raíces y sus orígenes, quizás en parte avergonzados de los mismos y queriendo emular y ser, como los que habían dado trabajo a sus padres.

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Ahora viene la respuesta a la anterior pregunta. Entre aquellos padres que tanto trabajaron en Cataluña y que la hicieron próspera, que sí añoraban sus raíces y sus pueblos y que son casi la mitad del censo electoral, hay mucho hartazgo y mucho desinterés por toda la política y no se dan cuenta que su voto, como lo fue su trabajo, sería vital para que se viera el verdadero retrato de esta comunidad, que fue la más prospera de España gracias a ellos y que casi se la cargan los que hoy juegan a ser profesionales de esa “política” en vez de probos currantes como lo fueron sus padres, que ahora ya mayores, dejan sus votos no emitidos para los trileros de al cuarto, que se lo montan con la mitad de la mitad del censo electoral catalán.

Juan Priego Romero es socio de infoLibre

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