De ídolo adolescente a actor de prestigio: Mario Casas y su carrera de estrella del Hollywood clásico

Mario Casas posa en la alfombra roja de la película ‘Escape’ en el Festival de Cine de San Sebastián 2024.

Del discurso de Mario Casas tras ganar el Goya es más fácil recordar el esquivo escenario o los gestos —una gala celebrada telemáticamente por el COVID-19, unos simpáticos intentos de que el tupé no se le despeine ante la avalancha de cariño de su familia—, que el discurso en sí. Aunque tiene su interés. Casas ganó por No matarás y se lo dedicó a un tal Gerard Oms, su coach actor. “Me has hecho cambiar”, aseguró. Luego se lo agradeció a ese público que “le había apoyado desde el principio” y, en general, “a todos aquellos que han estado alguna vez a tres metros sobre el cielo”.

Citando Tres metros sobre el cielo (el film que le había consagrado como ídolo adolescente) Casas insistía en que no había faceta de su carrera de la que se arrepintiera lo más mínimo. Entretanto, de sus conversaciones con Oms preparando No matarás ya había surgido la idea de hacer Muy lejos: a Casas le interesaba mucho el relato de su experiencia en Holanda a finales de la primera década de los 2000. Animó a Oms a debutar como director con un film semiautobiográfico, y a que le permitiera ejercer de su álter ego. Así que cinco años después Muy lejos ha visto la luz en el Festival de Málaga con críticas excelentes que asientan nuevamente el prestigio de Casas… precedido pocas semanas antes por el estreno de El secreto del orfebre. Un drama romántico donde Casas se reencuentra con su compañera de Los hombres de Paco, Michelle Jenner.

El secreto del orfebre ha sido la segunda producción española en lo que llevamos de año en superar el millón de euros recaudados. Es un éxito que podría calificarse de previsible y que a Casas le ha pillado disfrutando no solo de la gran acogida de Muy lejos en Málaga, sino ganando además por ello la Biznaga de Plata a Mejor actor (ex aequo con Álvaro Cervantes por Sorda): el segundo gran premio del festival que se lleva a casa. Hace doce años fue precisamente una Biznaga de Plata el galardón que inauguró la lista de premios de Mario Casas, gracias a La mula. Ahora que estrena Muy lejos —obviamente con poquísimas opciones de acercarse a la taquilla de El secreto del orfebre— parece buen momento para analizar qué ha cambiado entretanto.

Cómo obtener el aplauso del cine español

El primer triunfo de Casas en Málaga se dio en unas circunstancias muy peculiares, si bien cercanas a sus inicios en la industria: María Valverde, coprotagonista de las dos adaptaciones de Federico Moccia (A tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti) y pareja de Casas por entonces, también estaba al frente de La mula. La película se proyectaba en Málaga casi cuatro años después de haberse rodado, y este retraso había propiciado que Casas llegara al certamen andaluz una vez ya había sorprendido a la industria poniéndose a las órdenes de Alberto Rodríguez para Grupo 7. Al parecer, el sex symbol de SMS y Mentiras y gordas tenía ambiciones.

El jurado malagueño tomó buena nota, de forma que el impulso por recompensarle se combinó en la conversación con la accidentada presencia de La mula en la Sección Oficial. La mula era una película ambientada en la Guerra Civil cuyo rodaje el director Michael Radford había abandonado a la mitad. Siendo una coproducción británica inmersa en todo tipo de conflictos, La mula había llegado a Málaga sin director acreditado —más tarde se identificó a Sébastien Grousset—, dejando a los intérpretes el marrón de hablar sobre lo que demonios hubiera ocurrido durante el rodaje. Casas aseguró tener una gran afinidad con la productora Alejandra Frade, en litigios con Radford, pero a la larga prefirió hablar de lo mucho que se había esforzado en su interpretación.

Lo que más sorprendía entonces no era la solemnidad del papel —pues La mula no dejaba de ser otro romance con María Valverde—, sino el sonoro acento jienense que exhibía Casas, y que él atribuyó a las enseñanzas de un fan que había conocido en Andújar. De forma totalmente intuitiva Casas conectó sus aplausos en Málaga con su pasado inmediato de ídolo juvenil, y enfatizó todo lo que pudo su crecimiento como actor. “Me cuesta mucho verme y me cuesta todavía más escucharme, pero sé que he trabajado muchísimo”, dijo. “Cada vez me siento más actor, cada vez quiero contar las historias mejor”. El premio de La mula no sería el último de la temporada.

Meses después de la premiere de La mula en Málaga tuvo lugar la primera edición de los premios Feroz, y en 2014 Casas se topó de pronto con que había sido nominado a dos categorías en una misma convocatoria: Mejor actor por La mula y Mejor actor de reparto por Las brujas de Zugarramurdi. La Asociación de Informadores Cinematográficos de España supo apreciar este papel en el film de Álex de la Iglesia, donde parecía reírse hasta cierto punto de su fama al interpretar a un joven y descerebrado cani. Así que le dieron su segundo premio, un Feroz a Mejor actor de reparto que tendría continuidad inmediata gracias a otra colaboración con De la Iglesia.

Para Mi gran noche Casas profundizó en sus habilidades cómicas con su parodia de un célebre cantante latino, y los Feroz le dieron un segundo premio a Mejor actor de reparto en 2016. Entonces las opciones de Casas de dejar atrás la condescendencia por su pasado televisivo parecían pasar por la comedia antes que por el thriller, si bien su elección de papeles no tardó en rechazar esta dualidad: el actor se sentía capaz de conservar el cariño del público con producciones que no quisieran disimular ni sus raíces televisivas ni lo populista de su target. Podía reírse de sí mismo al estilo de Ryan Gosling, pero también ser una estrella total. A imagen y semejanza de Brad Pitt.

Un tipo serio

De esta forma entre 2015 y 2016 Casas estrenó Palmeras en la nieve y Contratiempo. La primera adaptaba a Luz Gabás como un lujoso (y extenso) melodrama que fue capaz de aguantar el tipo ante Star Wars: El despertar de la Fuerza en la taquilla patria. La segunda fue más lejos (literalmente), pues este thriller lleno de giros locos a cargo de Oriol Paulo tuvo un éxito inesperado en China, convirtiéndose en el film español que más hubiera recaudado nunca en este país

Lo más significativo de esta sucesión de hitos es que Casas no estaba prolongando necesariamente la trayectoria de guapo de revista que había guiado sus primeros pasos, pues el palmarés de Málaga y la AICE también hubo de propiciar que se envalentonara y quisiera abordar nuevos retos interpretativos. Casas alternó policíacos a la estela de Grupo 7 (Toro, Adiós repitiendo con Paco Cabezas tras Carne de neón) con propuestas ásperas y minimalistas (Bajo la piel del lobo), para que inevitablemente quisiera dar el paso obligatorio y atravesar una drástica transformación física en pos de un papel premiable. Ocurrió en El fotógrafo de Mauthausen interpretando a una persona real, Francesc Boix. No ganó premios por ello, pero terminó de convertirse en un actorazo.

Ya no hay quien le arrebate ese estatus. Los diversos agentes industriales se han puesto de acuerdo en pulirlo mientras las decisiones posteriores de Casas se retroalimentan con la asentadísima consideración de que se esfuerza horrores, y ese esfuerzo merece ser celebrado. La idea de que Casas merecía ganar el Goya terminó de construirse mediáticamente coincidiendo con otro curioso desvío en su carrera que en realidad no era tal: justo después de El fotógrafo de Mauthausen quiso volver a la tele, alternando su regreso nostálgico en el revival de Los hombres de Paco con una serie que parecía querer cargarse toda la credibilidad conseguida.

Instinto era un cazallero thriller erótico donde Casas podía limitarse nuevamente a presumir de atractivo físico. Sus críticas fueron atroces, y sin embargo contribuyeron a reforzar el aire polifacético de Casas, su condición como animal de industria. Aquí teníamos a alguien capaz de transitar de la pérdida de peso de un Christian Bale al “porno para mamás” de Christian Grey, que además resultaba tener sentido del humor y no discriminaba género alguno. Así que la temporada 2020-2021 tuvo que ser la del triunfo definitorio, cuando además de encabezar nuevos y ceñudos thrillers para Netflix —Hogar, El practicante, una serie con el mencionado Oriol Paulo titulada El inocente— se echó toda una película sobre sus hombros como era No matarás. Y el Goya llegó.

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¿Cómo no iba a llegar? Teniendo en cuenta que Casas lleva recibiendo alabanzas más de una década carece de sentido insistir en reivindicaciones o sorpresas fingidas. Además es innegable que, habiendo empezado con notorias carencias interpretativas, Casas ha crecido lo indecible como actor en todo este tiempo —Muy lejos es una muestra de tantas—, y que la cantinela del “esfuerzo” no es solo una retórica sino una evidencia. Resulta más sugerente, entonces, estudiar la construcción del fenómeno Mario Casas como la de una estrella tradicional del Hollywood clásico —una en la que dialogan constantemente nociones engañosas de alta y baja cultura—, para proponer que si tantas ganas tienen industria y discurso crítico de premiarlo se debe a esto mismo.

Porque Casas ha pasado por todas las casillas, y las sigue alternando con un cálculo muy cuidadoso. Tan pronto se une a la secuela de uno de los films más vistos de la historia de Netflix (Bird Box Barcelona) como encabeza una película empeñada ansiosamente en vender su “rareza” (Escape de Rodrigo Cortés). Tan pronto abraza la vocación ultracomercial de El secreto del orfebre, como la introversión de Muy lejos. Casas ha tenido tiempo incluso de dar el salto a la dirección, estrenando en 2023 Mi soledad tiene alas con Óscar Casas, su hermano, de actor protagonista.

Mi soledad tiene alas, por su parte, puede ejercer de reflejo de la visión creativa de Casas. Es una película hecha a la medida de la industria. Realizada con solvencia, administrando los impactos espectaculares de rigor, y todo puesto al servicio de un drama con pretensiones sociales y realistas. Un drama, cabe replicar, no del todo convincente en estos términos por su codificación robótica —un esmero por agradar, por ajustarse a una determinada visión de lo que gusta y vende con la que Casas querría ayudar a despegar la carrera de su hermano pequeño—, pero que sin embargo y de alguna forma… parece sincero. Al frente de él alguien, sin duda, se está esforzando.

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