MÚSICA
Las bandas ya no salen de gira, se instalan en las ciudades: "Es capitalismo absoluto y consumo masivo"
Radiohead: 4 noches en el Movistar Arena de Madrid en noviembre. Bad Bunny: 10 veladas en el Metropolitano de Madrid y 2 en el Olímpico de Barcelona el próximo mes de julio. Coldplay: 4 recitales también en el Olímpico de Barcelona en 2023. Karol G: otros 4 shows en el Santiago Bernabéu en el verano de 2024. Dani Martín: 10 conciertos igualmente en el Movistar Arena a finales de este año. Estas son algunas cifras de lo que vino y lo que vendrá.
Antaño, hace no tanto, era casi excepcional que un artista especialmente popular actuara dos días en un gran recinto de la misma ciudad. Ocurría, claro que sí, pero era algo reservado a unos pocos con un tirón muy por encima de los demás. Se hacía el doblete (raro era que fuera más allá) y la gira continuaba su camino, acumulando kilómetros, visitando otras muchas latitudes.
El rutilante y ruidoso circo itinerante del rock n roll seguía dando tumbos como un canto rodado por el mundo porque así es como tenía que ser. Así es como era y bien lo sabe por ejemplo Bob Dylan, embarcado desde hace décadas en su gira interminable. Pero, como también cantaba (y sigue cantando) el bardo de Minnesota, los tiempos están cambiando porque, eh, es el mercado, amigo. Ahí está el caso de U2 hace un par de temporadas, tocando durante meses en Las Vegas (donde se inventó hace muchas décadas ya todo esto de las residencias para artistas), con multitudes cruzando el globo terráqueo para acudir a su llamada.
Y es que, de un tiempo a esta parte, el capitalismo más feroz ha encontrado una nueva manera, bien maquiavélica y efectiva, de exprimir económicamente a los consumidores, en los que, a su vez, crea una ansiedad ingobernable. Ya no es solo que las entradas para grandes conciertos cuesten un dineral, es que encima tienes que pelearte con otros miles de compradores para calmar el pánico a perderte el evento del año.
Cuanto más restringes las opciones, todo parece ser más exclusivo, y el cerebro lo asocia con que va a molar más. Es todo mentira, pero el márketing está para eso
A ese dichoso FOMO (fear of missing out, miedo a perderse algo), se le suma la gran idea de exportar el formato residencia de Las Vegas a cualquier otra ciudad del mundo. El artista de turno da tropecientos conciertos en el mismo recinto y se ahorra miles y miles de euros, posiblemente algún millón, en unos costes que, por arte de birlibirloque, se convierten en gastos que repercuten directamente en los asistentes, que tienen que costearse sus desplazamientos, alojamientos, comidas y lo que surja. La jugada perfecta: ¿o acaso las bodas no las pagan los invitados?
"Sin lugar a dudas, es mucho más cómodo y rentable para los artistas", resume a infoLibre el productor de conciertos y mánager Aitor Costas, pues moverse de un lugar a otro implica muchas cosas: "Si quedan días libres entre una ciudad y otra, el artista pierde dinero porque debe pagar a su equipo igualmente, debe pagar más días de alquiler de lo que lleve alquilado (material o vehículos), más noches de hotel y dietas". "Y si no dejas días libres, eso significa que parte del equipo deberá viajar por las noches, tener horarios más ajustados y menos descanso; eso si no es un montaje tan complejo que necesitas duplicar todo, para que mientras se desmonta en una ciudad estén ya con el montaje en la siguiente", explica.
Por eso, añade, permanecer varios días en una misma ciudad te "ahorra muchos costes" de personal de montaje y desmontaje, posiblemente reducciones de alquiler en espacios, permite tocar días seguidos con el suficiente descanso al no viajar y, además, apostilla con cierta ironía, así se soluciona una de las quejas de los músicos en gira, que es no poder tener algo de tiempo libre para hacer "turismo cuando van a estar menos de 24 horas en una ciudad". Una vez señalado todo esto, aglutinar todos los recitales en un mismo sitio es, en última instancia, "un paso más en la 'estrategia de la experiencia'", que busca "instaurar ideas en la mente del público para que crea que lo de ahora es mejor que lo que tenía antes".
El fan siente que tiene que estar ahí, en el evento del año. Y por eso hay mucha gente que junta todo su posible presupuesto para conseguirlo
"Un concierto es un concierto en La Iguana Club en Vigo que en el Royal Albert Hall de Londres", afirma, para acto seguido argumentar: "Pero ahora no te venden que vas a ver a tal artista en concierto, te venden que vas a ver a tal artista en el concierto más grande de su vida (por ejemplo, un Bernabéu). O que es un regreso puntual y solo habrá 10 fechas. O que esas 10 fechas van a ser solamente en una ciudad. Cuanto más restringes las opciones, todo parece ser más exclusivo, y el cerebro lo asocia con que va a molar más. Es todo mentira, pero el márketing está para eso. Y cuanta más demanda, evidentemente más beneficios".
"Es consumo masivo y capitalismo absoluto", sentencia a infoLibre la codirectora de Emerge Management & Comunicación, Marisa Moya, quien coincide en que esta concentración de "todo el territorio español en una única ciudad" produce una pátina de exclusividad que "genera una necesidad" que busca provocar una sensación muy concreta en el fan: "Que tiene que estar ahí, en el evento del año. Y por eso hay mucha gente que junta todo su posible presupuesto para conseguirlo".
Este modelo de residencias musicales da otra palada más en nuestra tumba, directamente relacionada con la uberización de la economía y los recortes del Estado del bienestar
De esta manera, los artistas (y los organizadores) "repercuten directamente en los fans lo que se ahorran al moverse menos", destaca por su parte a infoLibre la periodista musical Esther Al-Athamna, añadiendo una variable más de molestia para los asistentes, que "tienen que pedir días libres en el trabajo" si no viven en urbes, en el caso español, como Madrid o Barcelona. Es el capitalismo asaltando tu bolsillo y acaparando tu tiempo de trabajo y de descanso, y es por ello que ella ve en esta práctica "un nuevo abuso" y otra forma más de "tirar de la cuerda" para "inflar esta burbuja de conciertos y festivales, donde ya hacerse con las entradas requiere de un esfuerzo tremendo con colas virtuales, luchar contra bots y que se pongan en línea los planetas".
"Este modelo de residencias musicales da otra palada más en nuestra tumba, directamente relacionada con la uberización de la economía y los recortes del Estado del bienestar", afirma también a infoLibre el escritor y periodista musical Rubén González, para quien pensar que la música va "al margen de la política es de ser muy necios". "Los fondos de inversión rentabilizan al máximo sus beneficios, y al ser muy permeables a los movimientos ultraderechistas internacionales, joden todo lo que tocan sin miramiento alguno. Todo para unos pocos y a esquilmar al resto", lamenta, lanzando otra reflexión más que pertinente: "Estaría genial si este modelo que evidentemente abarata costes se tradujera al final en menores precios y una mayor oferta real para no vivir con esa ansiedad de perderte el 'gran evento'".
Es un nuevo abuso y otra forma más de tirar de la cuerda para inflar esta burbuja de conciertos y festivales
Pero no es así (más bien es al contrario) y denuncia, asimismo, que en este "momento de especulación atroz", aunque concretamente el precio de estos conciertos de Radiohead "no sea caro comparado con otros, 100 euros son demasiados para la clase trabajadora y la juventud, las dos piezas claves para que funcione cualquier movimiento musical que se precie de considerarse como tal". Porque, efectivamente, este tipo de prácticas, según González, "benefician a la hostelería y al turismo, pero no a la cultura,", pues "solo hay que ver cómo esta languidece en locales de ensayo y salas de conciertos".
"Los hoteles incluso suben precios o rechazan acuerdos con clientes habituales en fechas donde saben que habrá mucha gente alojándose. Obviamente, a nivel económico funciona para ciertos sectores, pero para el tejido cultural no aporta nada", apostilla Costas, antes de que González vuelva a tomar la palabra: "¿Han bajado los precios de las entradas o de las pernoctaciones? Pues eso, solo se han maximizado las plusvalías del capital, que en contra de lo que tantas veces nos han querido hacer creer, es un sector (la macro industria musical) que vive mucho de la subvención del dinero público, y que reinvierte entre cero y nada en futuros activos".
El tejido cultural de una ciudad no se genera por muchos conciertos que hagan Karol G, Bad Bunny o Radiohead en el mismo sitio
Coincide Moya al alertar de que "el tejido cultural de una ciudad no se genera por muchos conciertos que hagan Karol G, Bad Bunny o Radiohead en el mismo sitio". Por eso, resalta que aunque la música tenga un "puntito de consumo más comercial" que quizás el teatro, las exposiciones o el cine, también es cultura, y hay muchos profesionales del sector reclamando un "acompañamiento de los organismos públicos y oficiales para generar espacios de creación musical y que eso se pueda desarrollar y mantener".
Y expone la codirectora de Emerge: "Me provocan mucho coraje esas comunicaciones de agencias de que el directo crece un 30% o un 35%. ¿Pero de qué estamos hablando? ¿De los macroconciertos? Estamos hablando de números y volvemos otra vez al consumo y el capitalismo. Está claro que vivimos dentro de esta sociedad, pero hay otras realidades y hay otros números que tienen que ir también dentro de la conversación que generemos los actores que estamos dinamizando la cultura a todos los niveles".
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El acceso a la cultura se ve también afectado por estas residencias exclusivas en grandes ciudades ya que, en opinión de Costas, "cuanto más se reduzca el alcance territorial de los conciertos, menos personas objetivamente vivirán esa experiencia. "Cuántos artistas que me encantan no he visto en mi adolescencia porque no venían a Vigo o Santiago. Arcade Fire en Santiago, y no te lo creías", rememora, antes de continuar con un ejemplo concreto de gran nombre que sigue en dirección opuesta al signo de los tiempos: "Qué maravilla tener artistas como Bryan Adams, que viene no solo a menudo, sino visitando varias provincias. Y las entradas se agotan, pero no hay esa carrera, esa necesidad por comprarlas. Eso sí es una experiencia agradable, no lo que quieran venderte".
Sin ser adivina, vislumbra Al-Athamna un futuro en el que "en unos años" la gente "va a acabar harta del negocio de la música en directo" y buscará propuestas "más cómodas, placenteras y baratas". Porque, a su juicio, lo que estamos viviendo "funciona muy bien en la cabeza de los promotores, pero la gente real tiene cada vez menos poder adquisitivo" y si se impone este modelo de residencias el público no podrá ir a todas. "Es una burbuja que explotará con un desinterés de la gente por todo este tipo de abusos hacia la industria de la música en vivo en general", remacha.
¿Han bajado los precios de las entradas o de las pernoctaciones? Solo se han maximizado las plusvalías del capital
Para concluir, Costas advierte de un cambio importante en la industria musical tras la pandemia: "Lo que era grande ahora es más grande porque se vende la experiencia, no el concierto en sí. Y lo que era pequeño ahora es más pequeño porque cada vez hay menos interés en descubrir cosas nuevas. Es una brecha que no deja espacio para conciertos de, digamos, 500 personas, o por lo menos con los artistas de fuera tengo esa sensación. Hay salas de esos aforos con programación, pero parece a simple vista que solo están el mainstream más capitalista y el underground más sumergido que ha habido nunca". Y lanza para la gran pregunta para terminar: "¿Cómo vender al público que ver a Atención Tsunami en una sala para 100 personas es la experiencia absoluta, mucho mejor que un estadio donde te separan de tu artista favorito 50.000 personas? Ese es el gran misterio".