Candeleros: "No vamos a ir a EEUU para que nos humillen en plena época de Trump, en África lo pasamos mejor"

Los integrantes del grupo Candeleros.

Candeleros es un sexteto español-sudamericano fundado hace diez años en Madrid y actualmente integrado por los venezolanos Urko Larrañaga (bajo y voz), Julio Alcocer (percusión, clarín y voz), Sergio Graterol (timbales y SPD-SX sampler) y Alexánder Fernández (guitarras y sintes), el colombiano Andrés Ramírez (percusión menor y voz) y el argentino Julián Carrara (guitarras, sintes y samplers).

Los sonidos caribeños, especialmente afrovenezolanos y afrocolombianos, son la columna vertebral de esta experimentación musical con un mensaje inherente de unidad en torno al ritmo y el baile. Después de haber tocado por multitud de países y recién llegados de África, actúan este sábado 15 de noviembre en el Teatro Magno de Madrid y de eso y mucho más nos habla Sergio Graterol en conversación con infoLibre.

¿Es Candeleros un grupo particular? 

Primero, porque cada quien es de su padre y de su madre en distintos lugares. Venimos de países con situaciones bastante diferentes. Aparte de eso, a cada personaje de la banda le gusta lo que le gusta, unos son un poquito más freaks que otros y eso nos complementa a todos. Al mismo tiempo, lo que nos une es la amistad y las ganas de hacer música y experimentar con los sonidos que nos gustan.

Y os gusta de todo...

Siempre se encasilla la música que estamos buscando hacer. Siempre dicen que somos un grupo de cumbia, pero no es así. Siempre estamos buscando cómo describirnos, he visto en una entrevista reciente que nos pusieron como sonido afrocaribeño, pero nosotros tratamos de no poner la palabra afro porque no somos afro, somos del Caribe. No queremos poner afro para no faltar respeto en esa parte, aunque sí decimos que trabajamos con percusión afrovenezolana porque eso es así. Es complicado saber cómo presentarnos, cuando nos ponen en los carteles, ponen España, Colombia, Venezuela, todos los países, es divertido. En otro artículo escribieron que hacíamos psicodelia caribeña, lo empezamos a repetir y ya vamos por esa línea.

¿Un grupo sin etiquetas y sin fronteras?

La banda empezó con dos, yo con otro compa de Venezuela... Nosotros nos conocemos de Lavapiés, donde hay gente de todos los lados. En esa época, cuando empezamos el grupo, se nos sumaron amigos de Colombia, otro de Perú... Más que todo el grupo de amigos de Venezuela, Colombia, España, Perú y otros resacados por ahí. Hoy por hoy, somos cuatro venezolanos, un colombiano y un argentino.

Candeleros es también una forma de reivindicar esas raíces latinoamericanas siendo migrantes en España, con la música como vehículo de unión en un barrio mestizo como Lavapiés.

Esa es la onda. Muchos grupos de Latinoamérica terminan haciendo reggae, ska, pop, hip hop... A nosotros nos encanta todo ese tipo de música, pero nos gusta más mirar hacia nuestros países y experimentar con eso como raíz. A partir de ahí, ¿qué hacemos? Aparece así también una parte de mantener el conocimiento y la conexión con nuestros países. Hoy por hoy, tenemos bastante comunicación con gente de diversos países a la que le gusta la música de raíz con psicodelia, con locura, con música electrónica. Música sin fronteras como tal, pero con respeto a la raíz y al estudio sobre eso, pues respetamos mucho a los folcloristas. 

¿Cómo ha cambiado Lavapiés para un grupo de músicos latinoamericanos desde 2015 hasta hoy? ¿Sigue vibrando con el cruce cultural o cae en la gentrificación?

En realidad, ya solamente uno vive en Lavapiés, Andrés, y está por mudarse. El lugar ha cambiado bastante, con mucha gentrificación, mucho aumento de precios. Sigue habiendo mucha gente de todos los lados, pero ya no tiene esa comunidad que había antes y que encontrabas en las plazas, donde todo el mundo se conocía y pasaba por La Tabacalera o por los centros sociales. Ese tejido cultural ha desaparecido y ya todo queda concentrado en encontrarse en los bares, o en la calle, pero ya no como antes. Todos esos centros okupados y La Tabacalera fueron lugares muy importantes para que todo el mundo estuviese en algo, fue una época muy bonita que ya no volverá, a no ser que caiga una bomba o venga otra crisis. Todo aquello cambió bastante, nos subieron las rentas, tuvimos que ir buscando otros lugares de la ciudad. Y, de hecho, antes estábamos todos muy cerca los unos de los otros, lo cual era una gran suerte, pero ahora vivimos en lugares separados y tenemos que usar el transporte público.

Decís que lo vuestro es un ritual psicodélico, guiado por el trance de las percusiones, drum machines, melodías de guitarras y sintetizadores. ¿Nada más y nada menos?

Es que casi no cantamos, porque cantamos muy feo (risas). Y para no caer en la típica canción de amor o el típico panfleto, preferimos demostrar lo que nos gusta y lo que somos de otra forma. Pocas veces tenemos canciones con voces. De hecho, las próximas cosas que vienen por ahí son con invitadas e invitados especiales, gente que nos gusta lo que hace. 

¿Es experimentar artísticamente y conectar con otros creadores e interpretes el motor de Candeleros?

Tenemos el grupo, básicamente, para pasarlo bien, viajar y hacer conciertos, que es lo que más nos divierte. Cuando tenemos que ir a ensayar y todo, llegamos ahí en plan 'bueno, venga, no importa, nos caemos bien' (risas). Pero lo que más nos gusta es el concierto, pasarlo bien mostrando lo que hemos hecho, compartir con la gente.

¿Habéis hecho más kilómetros de los que jamás imaginasteis gracias a la música de Candeleros?

Hemos ido a México, Inglaterra, Hungría, Francia, Portugal, Suiza... seguro que se me está olvidando alguno por ahí. Fuimos ahorita a Mozambique, Eswatini, Zimbabwe, algo mágico porque eran lugares donde queríamos ir desde hace tiempo. Siempre nos pasa todo muy mágicamente, de la nada, y no sabemos ni cómo. 

Con Estados Unidos tenéis una relación, digamos, 'complicada'.

A Estados Unidos nos han invitado tres veces y las tres veces a mí me negaron la visa porque tenía pasaporte venezolano. La primera vez fueron mis amigos y tocaron en 2018 en el Latin American Music Conference (LAMC) de Nueva York, pero las otras no fueron porque no querían ir sin mí. Fue muy frustrante. Después nos invitaron al festival South by Southwest y me dieron la visa por un año solamente, que es lo que daban a los venezolanos, pero llegó el coronavirus. Una tercera vez después, ya todos con pasaporte español, también me negaron la visa, así que me sentía como un terrorista. Pero bueno, mira, nos han vuelto a invitar, pero no vamos a ir a Estados Unidos para que nos humillen allá, en plena época de Trump y todo la locura que está pasando allí, así que mejor vamos a África, que ahí lo pasamos mucho mejor. Y eso que en Estados Unidos sabemos que es donde más nos escuchan.

¿Cómo acabáis tocando en África? No es un circuito ni el mercado nada habitual desde España.

No es secreto para nadie que el Caribe tiene gran parte de África, y eso se siente en la música, en la comida... Cuando estás creciendo en esa zona del planeta siempre tienes muy presente a África. También está presente España, junto a nuestra parte indígena, aparte de otras muchas culturas. Por todo ello, desde que tenemos el grupo para mí era un sueño ir a África en general y a algunos países concretos en particular, así que siempre estaba buscando cómo poder llegar y conectar con artistas africanos para colaborar. Llevaba por eso tiempo, como seis años, intentando entrar en la cartera de bandas de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID), algo que conseguimos hace año y medio. A través suya nos invitaron al Festival Bushfire, en Eswatini, al que siempre habíamos querido ir y fue impresionante. También estuvimos tocando en Maputo (Mozambique), donde dimos una masterclass en un centro, una experiencia maravillosa, nos sentimos como en casa y nos hicimos con una súper hermana que se llama Calusa, rapera, cantante de reggae, que ha cantado con nosotros en Eswatini y Zimbabwe y estoy buscando cómo traérmela a España por lo menos para algún concierto, porque es maravillosa. 

¿Qué tiene de particular tocar en África respecto a Europa?

Es distinto en cada país allí, como pasa acá, donde no es lo mismo Suecia que España. Al Bushfire, que es de los festivales más grandes de África, va mucha gente de Sudáfrica, que al parecer es más de locura y baile y, encima, nos tocó tocar a las doce de la noche, cuando aquello estaba loco con 20.000 personas. Sí creo que los tambores en realidad conectan con la gente por la parte rítmica, aún cuando son otros lenguajes musicales. Al mismo tiempo, más que los conciertos, creo que nos lo hemos pasado incluso mejor en las masterclass que hemos tenido porque estás más en contacto con la gente, que es lo que a nosotros más nos gusta. 

¿Qué nos perdemos por no mirar más a África musical y culturalmente y empeñarnos tanto con Estados Unidos? 

Si ves nuestras cosas, normalmente no vas a encontrar nada en inglés porque la idea es como de aburrimiento. Ni vas a encontrar tampoco nuestra cara tan presente, sino más arte y cómics. No mirando hacia África nos perdemos la diversión, lo divertido y brutal del baile, el ritmo que tiene toda esa gente, desde el rapero hasta el que hace el folclore más de raíz o los más underground. Es que es demasiado, una locura. Cuando escuchas música vieja del pasado sientes la frescura y el flow, con tres instrumentos te hacen algo brutal. Tampoco he sido yo nunca muy rockero, me pones a Juan Gabriel y lo paso súper brutal (risas). Pero sí, creo que hemos perdido mucho tiempo mirando a Estados Unidos, escuchando canciones en inglés, algo que se está desgastando. Y eso que es un país creador de cultura con mucho talento, pero hay que abrir la mente. 

¿Puede la música de Candeleros, sin letra, rítmica hasta el trance, sin etiquetas ni fronteras, llevar implícita un mensaje de unidad y comunidad en un mundo cada vez más fragmentad, empujado por la fuerza del baile?

Funcionamos casi como una cooperativa, nunca hemos tenido un sello disquero, todo normalmente nos lo hemos pagado nosotros. Aparte de eso, creo que la música que hacemos es el reflejo de quienes somos y lo que queremos mostrar, que es, efectivamente, unión y conexión. También nos gusta que la gente nos escuche y se pregunte de donde viene nuestra música y busque un poquito más para encontrar otros artistas.

¿Bailamos poco? ¿Nos iría mejor bailando más todos juntos?

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A mí me gusta bailar, es muy divertido, siempre. Obvio, hay que bailar. Nos hace falta bailar más, soltar más la energía y compartir. Bailar por bailar, conectar con otras personas y reír. Eso nos hace mucha falta y siempre viene muy bien.

No podemos terminar sin recordar que este sábado 15 de noviembre tenéis concierto en el Teatro Magno de Madrid. ¿Qué podemos esperar?

Un concierto con invitados brutales, como Crini, de La casa del ritmo, o las Wepa Selectors, unas hermanas de Colombia. También los hermanitos de Guacamayo Tropical o Carlos Tales. No van a faltar ni los antiguos miembros de Candeleros. Un mes después, por cierto, el 12 de diciembre, tocaremos en el Madrid Music Meeting, en la Sala Villanos.

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