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La ultraderecha en Europa

Las elecciones en Finlandia consolidan la extrema derecha en Europa: ya está presente en 19 Parlamentos y lidera 7 gobiernos

Las elecciones parlamentarias de Finlandia, celebradas este domingo, han sido la última confirmación de la buena salud electoral que tienen los partidos de extrema derecha en la mayoría de países de Europa. Desde el inicio de la crisis económica global, que consiguió hacer caer sistemas financieros e hipotecar naciones, este tipo de formaciones ultra han ido conquistando poco a poco la confianza de millones de votantes hasta lograr formar parte de hasta 19 Parlamentos y llegar a condicionar toda la estructura política de los países donde tienen presencia. En toda la Unión Europea, el Gobierno de hasta siete países está configurado por uno de estos partidos.

El caso de los Verdaderos Finlandeses (PS), que irrumpió en el Eduskunta (el Parlamento nacional) en 2011 como tercera fuerza con más de medio millón de votos, solo es la última constatación del momento de gloria que están experimentando muchos partidos de extrema derecha en todo el continente, y que encuentran sus mayores ejemplos en Ley y Justicia de Polonia, que gobierna con casi seis millones de votos, y en la italiana Liga Norte, del vicepresidente Matteo Salvini, que lo hace con más de quince.

Después del estímulo que les proporcionó la crisis económica y las posteriores medidas ultraliberales de austeridad que aplicaron casi todos países, las formaciones ultra de Europa han tenido un segundo empuje de popularidad con la crisis de los refugiados que huyen, principalmente, de África y la guerra de Siria. Los discursos del odio al inmigrante o las políticas igualitarias para las mujeres o colectivos LGTBI son los principales reclamos con los que concurren a las elecciones.

  Dinamarca, Suecia y finlandia

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, los países nórdicos (Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia) son un paradigma de pluralidad, transparencia y eficiencia democráticas. No obstante, en los últimos años, y en muchos de ellos, las socialdemocracias ideales que los habían estado gobernando casi ininterrumpidamente desde los años 50 han comenzado a caer en favor de coaliciones conservadoras integradas por partidos de extrema derecha.

En las generales de 2015, y a pesar de haber ganado los socialdemócratas, los ultras del Partido Popular Danés pasaron a ser segunda la segunda fuerza en el Folketing (el Parlamento danés), y sus 37 diputados se convirtieron en la llave para la constitución de un Gobierno de coalición de derechas encabezado por el partido liberal Venstre, del actual primer ministro Lars Løkke Rasmussen. Su programa electoral xenófobo tardó muy poco convertirse en exigencia para el nuevo Ejecutivo, que ya ha aplicado leyes como la de despojar de objetos valiosos a los refugiados, en pago por quedarse en Dinamarca, encarcelar a los indigentes extranjeros, o recluir en una isla a los inmigrantes pendientes de deportación.

Después de cuatro años sin Gobierno y haciendo equilibrismos, el primer ministro socialdemócrata, Stefan Löfven, consiguió en enero conformar una mayoría pactando con diversos partidos del centroderecha sueco. La inestabilidad comenzó cuando, en 2010, se rompió el duopolio entre socialistas y conservadores, y entró en el juego parlamentario el ultraderechista Demócratas de Suecia (SD), que con sus primeros 20 escaños comenzó a condicionar los acuerdos de formación de Gobierno. Solo cuatro años después, el SD duplicó su representación acopiando 49 representantes. Finalmente, en las generales de septiembre del año pasado, el SD se consolidó con 62 diputados y ha obligado a Löfven a negociar con partidos ideológicamente distintos para vertebrar el nuevo Ejecutivo.

Otra coalición de partidos, y probablemente similar a la de Suecia, es lo que se prevé que suceda en Finlandia tras las elecciones generales en las que el socialdemócrata Antti Rinne ha logrado la victoria por apenas 7.000 votos. Para evitar que los Verdaderos Finlandeses, que se mantienen por encima del medio millón de apoyos y rozan los 40 escaños, se coaliguen con otras fuerzas de derechas, los socialdemócratas tendrán que conseguir conformar pactos de gobierno con otros partidos ideológicamente opuestos.

  FRANCIA, ALEMANIA e italia

La ultraderecha también ha encontrado cobijo en tres de los países fundadores de la Unión Europea: Francia, Alemania e Italia, y que parecían inmunizados contra un nuevo florecimiento de estas ideas después del ascenso de los fascismos en los años 30 y la posterior guerra mundial. El Frente Nacional francés —rebautizado como Reagrupamiento Nacional en 2018— es uno de los pioneros en en el continente. En las presidenciales de 2017 su líder, Marine Le Pen, estuvo a punto de convertirse en la primera presidenta de la República Francesa al quedar segunda en la primera vuelta, con el 21,30% de los votos y a poco menos de un millón de papeletas del actual presidente, Emmanuel Macron.

Sin embargo, debido al sistema electoral de doble vuelta, en la reválida fue superada por su oponente en parte porque la mayoría de votantes de la izquierda, cuyos representantes habían caído en la primera vuelta, acudieron a las urnas con la mentalidad de elegir el mal menor entre un partido de derechas y el Reagrupamiento Nacional, de extrema derecha. Ya le sucedió lo mismo a su padre, Jean-Marie Le Pen, en 2002 contra el conservador Jacques Chirac.

 

Los líderes de extrema derecha de Francia, Italia y Holanda; Marine Le Pen, Matteo Salvini y Geert Wilders

Especialmente sensible es en Alemania el asunto de los partidos ultra con la reconfiguración de Europa después de la guerra y el nazismo. De nuevo, hasta antes de la crisis económica, las instituciones alemanas no albergaban a ningún diputado ultraderechista, cuyas ideas pudiesen relacionarse con el Partido Nacionalsocialista de Hitler. Pero en las elecciones generales de 2013, Alternativa para Alemania (AfD) saltó al escenario con más de dos millones de votos —no fueron suficientes para obtener representación—. A partir de ahí AfD ha ido escalando poco a poco, en especial en los parlamentos regionales. En los últimos comicios federales de 2017, el ascenso de Alternativa para Alemania quedó ratificado con casi seis millones de votos y 94 parlamentarios.

Semejante subida, sobre todo en detrimento de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), ha llevado en los últimos tiempos a la canciller, Angela Merkel, a tomar decisiones que antes eran difíciles de plantear, como la propuesta de una gran coalición con el Partido Socialdemócrata alemán (SPD), que lleva varios años en progresivo hundimiento. Precisamente la confluencia de estos tres factores —la creciente popularidad de AfD, el estancamiento de la CDU y la caída libre del SPD— precipitaron que Merkel tomase la decisión de no presentarse a la reelección en su partido y abandonar la política en las próximas generales, previstas para 2021. Algo parecido sucedió antes en las filas socialdemócratas cuando Martin Schulz, incapaz de remontar en las urnas, decidió que era el momento de hacerse a un lado y dejar el partido en otras manos.

Otro país con pasado fascista, Italia, vuelve a coquetear con la extrema derecha. Cuando se creía que Berlusconi era lo más parecido a Mussolini que había tenido la política italiana desde los años 40, en las generales del año pasado aparecieron Matteo Salvini y la Liga Norte para ganarlas. En cualquier caso, tanto la Forza Italia de il cavaliere, como el neofascista Hermanos de Italia, forman parte del mismo bloque de coalición que integran el Ejecutivo del país.

  Holanda, Polonia y Austria

Para otro país fundador de la UE, Holanda, el fenómeno de los partidos ultra no es algo novedoso. El Partido por la Libertad (PVV) ya irrumpió en la Cámara en el año 2006 —antes de la crisis— con más de medio millón de votos y 9 diputados. A partir de ahí, y como suele ocurrir con estos partidos en los Parlamentos donde han conseguido entrar, el PVV creció en las siguientes elecciones hasta su techo histórico de 24 representantes (tercera fuerza con casi 1 millón y medio de votos). En las últimas generales, en 2017, la formación de Geert Wilders quedó en segunda posición con 20 escaños y el 44,5% del apoyo popular.

En Polonia la izquierda directamente ha caído en la irrelevancia. El ultraderechista Ley y Justicia (PIS) lleva encadenando gobiernos, casi de forma continua desde hace más de diez años —los interrumpió dos mandatos de la Plataforma Cívica del actual presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk—. La popularidad de los hermanos Kaczyński aupó al PIS en el año 2005 otorgándole su primera victoria y sus primeros 155 diputados. A partir de ahí, y salvo el impasse de Tusk, el PIS ha sido el partido hegemónico de la derecha polaca. En la actualidad, el PIS aglutina casi seis millones de votos (el 33%) y gobierna con una mayoría absoluta de 235 escaños, lo que lo convierte en uno de los partidos de extrema derecha más sólidos de Europa.

Para los austriacos el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) tampoco es un fenómeno político posterior al hundimiento del sistema financiero global. Fundado por antiguos nazis, cuando se presentó a las legislativas del país por primera vez, en 2002, ya fue la tercera fuerza con 18 escaños. La subida en votos fue tímida hasta 2008 —el año de inicio de la crisis—, cuando el FPÖ pasó de 21 a 34 escaños. Desde ese momento y en las posteriores citas electorales, la formación ultra ha ido creciendo notablemente (40 diputados en 2013) hasta la actualidad, donde mantiene la tercera posición con 51 representantes —empatado técnicamente con el segundo—.

  SUIZA, Hungría y Grecia

Como su vecina Francia, Suiza también cuenta con un partido de extrema derecha pionero. El Partido del Pueblo Suizo (SVP), además, lleva ganando elecciones desde los años 90. La principal baza que ha jugado siempre el SVP es un clásico: asociar la inmigración con problemas económicos, laborales, sociales, etc. Ganador de las elecciones desde hace más de 20 años, el SVP tocó techo electoral en las últimas elecciones federales, en 2015. En esa ocasión obtuvo en torno a 740.000 votos (el 29%) y 65 escaños.

El caso húngaro es similar al de Polonia: la izquierda se encuentra en una situación crítica. En Hungría dominan la política la Unión Cívica Húngara (FIDESZ) de Viktor Orbán y el Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik), todavía más a la derecha del primero.

El partido de Orbán, abiertamente xenófobo, concurrió en unas elecciones por primera vez en 1990, desde entonces ha ido creciendo, aumentando su representación en la Asamblea Nacional húngara hasta que en 2010 —de nuevo tras la crisis— arrasó en las urnas con casi tres millones de votos, 263 diputados y aventajando al segundo en más de un millón de apoyos. En esas elecciones el Jobbik también irrumpió con vehemencia en el Parlamento y fue tercera fuerza con casi un millón de papeletas —a poco más de 100.000 del segundo— y 47 escaños. No obstante, el duopolio se afianzó en las legislativas de 2018, donde el FIDESZ rozó los tres millones de votos y el Jobbik tocó su techo histórico con más de un millón.

 

Campaña xenófoba del Partido del Pueblo Suizo (SVP) donde una oveja blanca patea fuera del país a una negra

Grecia, como España o Portugal, era uno de los pocos países de Europa donde no había proliferado la ultraderecha. Pero de nuevo la crisis económica y la intervención financiera por parte de la Unión Europea alimentaron la exponencial crecida de Amanecer Dorado en las generales de 2012. En esa ocasión, el partido neonazi obtuvo más de 400.000 votos y sus primeros 21 diputados.

Desde ese momento, y durante la travesía política y económica de Grecia, con elecciones generales anticipadas y repetidas, y hasta dos rescates financieros; Amanecer Dorado ha ido fluctuando en sus apoyos, beneficiándose del hundimiento de los partidos tradicionales y siendo perjudicado por Syriza, del actual primer ministro, Alexis Tsipras. Actualmente es tercera fuerza con 18 representantes en el Consejo de los Helenos (el Parlamento griego).

  España

Hasta ahora, en España no había despuntado un partido de extrema derecha fuerte, y las posiciones más ultras quedaban integradas en el amplio espectro ideológico de derechas que monopolizaba el PP. Sin embargo Vox, que hasta hace un par de años solo era otras siglas residuales de la ultraderecha como Falange o España 2000, consiguió el pasado mes de diciembre entrar en el Parlamento Andaluz con 12 diputados y casi 400.000 votos —su apoyo fue crucial para erigir el Ejecutivo de PP y Cs en la región—, y la última encuesta del CIS lo sitúa en el Congreso de los Diputados por primera vez y con entre 29 y 37 escaños.

En 2015, en las municipales y autonómicas, y en las generales; el duopolio PSOE-PP se rompió con la aparición de Podemos y Ciudadanos, que obtuvieron múltiples concejalías —Podemos consiguió detentar el gobierno en ayuntamientos como Madrid o Barcelona— y se convirtieron en partidos clave para constituir los de varias comunidades autónomas donde las urnas no habían arrojado una mayoría clara. Después de lo sucedido tras las elecciones en Andalucía —ganó el PSOE pero gobiernan PP y Cs apoyados por Vox—, los sondeos reflejan otro posible pacto de las tres derechas, donde Vox puede ser determinante, y donde se puede dar otra reconfiguración de todo el mapa político.

Avance y consolidación

Estos son los partidos de la extrema derecha que más peso tienen en los principales países de Europa. Algunos han llegado a ser determinantes en la formación de gobiernos o han obligado a reconfigurar toda la escena política, otros directamente han ascendido al poder y desempeñan la función legislativa respaldados por una mayoría importante de la población; pero casi todos responden a un patrón muy claro: hubieran nacido o no, después de la crisis económica mundial recibieron el apoyo masivo de los votantes. En los últimos años, al impulso de la coyuntura económica se le ha sumado la crisis de los refugiados. La llegada de inmigrantes por tierra y mar al continente ha supuesto un nuevo nicho discursivo a explotar para intentar seguir creciendo.

Atendiendo a los resultados, en cinco países europeos este tipo de formaciones superó el 20% de los votos en las últimas elecciones, y en otros seis la tendencia de intención de voto es claramente alcista. Los datos, por lo tanto, confirman no sólo el crecimiento de los partidos ultra, sino su consolidación.

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