¿Es Meloni invencible? Una oposición dividida trata de descifrar el rompecabezas de la desafección en Italia
La mayoría de los críticos más sesudos de cine colocan a La Aventura, de Michelangelo Antonioni, como una de las obras culmen del séptimo arte. El film comienza con la desaparición de una de sus protagonistas, Anna, en una isla perdida mientras estaba de vacaciones con varios amigos. Lo que empieza como una historia de misterio y de investigación sobre lo ocurrido pasa rápidamente a un argumento completamente diferente, en el que ese estímulo inicial pierde su importancia para diluirse y olvidarse conforme va avanzando el metraje. Antonioni rompía así las formas clásicas de narración cinematográfica, dejando de lado lo que parecía su argumento principal para no resolverlo en ningún momento.
Más allá de lo entretenidas que sean sus casi dos horas y media para los mortales, el “olvido” de Antonioni parece rimar con algo que iba a suceder en su propio país más de 60 años después del estreno de su película. En el año 2022, Giorgia Meloni desató un terremoto político al ganar las elecciones y convertirse en la primera líder de extrema derecha en ser elegida en uno de los grandes países de la Unión Europea desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Una inquietud que, tres años después de su victoria, se ha ido diluyendo poco a poco gracias a la normalización y al olvido, llegando a ser homologada por muchos a una suerte de nueva derecha tradicional. Como la desaparición de Anna en la película de Antonioni, el mundo parece haberse olvidado de quién es Meloni.
Pero, ¿cómo ha conseguido la primera ministra esconder su ideología ultra para colocarse como ‘una más’ entre los mandatarios de la UE? “Meloni está siendo muy exitosa manteniendo vivo el relato de que ella se preocupa por las familias italianas. En política interna, centra el debate en la inmigración en lugar de en el coste de vida, que sigue aumentando. En política exterior, se ha convertido en una figura reconocible, capaz de sentarse con Bruselas y con Trump al mismo tiempo, y esto puede generar una imagen de estadista que muchos italianos valoran”, responde Álvaro Canalejo-Morelo, investigador de la Universidad de Lucerna y experto en comportamiento político.
Una receta aparentemente sin fisuras que le está sirviendo para lograr algo que parece el antónimo de la palabra Italia: estabilidad. El Gobierno de Meloni es ya el tercero más largo de la historia democrática de un país acostumbrado a cambios constantes en el Palacio Chigi. Para poner en perspectiva, los tres años y un mes que lleva el Gobierno solo están por detrás de los de Silvio Berlusconi y Alcide De Gasperi. De hecho, desde 2010, solo el Ejecutivo de Matteo Renzi (además del de Meloni) ha superado la barrera de los 1.000 días, y algunos, como el de Enrico Letta, ni siquiera llegaron al año.
Relacionado con esto, la aprobación de la primera ministra oscila entre el 39% y el 43%, según los últimos datos de encuestadoras como Ipsos o Morning Consultant. Son números que, pese a lo que pudieran parecer, la colocan en una buena posición en comparación con otros líderes europeos del entorno. Por ejemplo, mandatarios como el polaco Donald Tusk (37%), el francés, Emmanuel Macron (12%), el alemán Friedrich Merz (29%) o incluso Pedro Sánchez (34%) están bastante por debajo de Meloni. Los buenos números de popularidad se reflejan en las encuestas, donde Fratelli d'Italia (FdL) va en cabeza con más de un 31% de los votos, seguido por el Partido Democrático (PD), a bastante distancia, con un 22%, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) con un 12% y los otros partidos de la coalición de Gobierno, La Lega y Forza Italia que están en torno al 8%.
Una división sin fin
Aun con ese apoyo, la fortaleza de Meloni en las encuestas y sobre todo en el Gobierno viene favorecida por una razón de fuerza: la división de su oposición. En Italia, el sistema electoral es algo más complejo que en España, pues combina un reparto de escaños proporcional con otro mayoritario, donde el partido que gana en la circunscripción se queda todo. Por este último sistema se eligen el 37% de los asientos y es en ese apartado en el que Meloni logró buena parte de su ventaja.
¿Por qué? Porque la primera ministra consiguió entonces establecer una coalición con el resto de partidos de derecha o extrema derecha (La Lega y Forza Italia, la formación de Berlusconi), por lo que concentró el voto de las tres formaciones y de esa manera superó a la oposición, que se presentó en tres listas separadas. Para Steven Forti, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y experto en extremas derechas, a esa circunstancia de base hay que sumarle otro factor: la debilidad electoral del resto de partidos de la coalición gobernante, lo que hace que ninguno de ellos tenga, pese a las discrepancias, ningún incentivo para romper el Ejecutivo.
Todo ello ha favorecido que la oposición entienda que, o toman cartas en el asunto y tratan de unirse, o la derrota de Meloni será casi imposible. Y lo están haciendo. En las elecciones regionales que se han ido sucediendo en Italia, la oposición está poniendo en marcha lo que se conoce en el país como Campo Largo, es decir, una suerte de unión que vaya más allá de las divergencias ideológicas para tratar de ganar a Meloni. Los resultados de esta estrategia han sido dispares, teniendo éxito en algunas zonas como Umbría, que han logrado recuperarla tras cinco años de gobierno de La Liga, aunque no en otras como las Marcas o la Basilicata, las cuales siguen en manos de la derecha. Eso sí, la izquierda ha logrado con esa unión mantener otros lugares como Emilia Romaña, la Campania y la Apulia, con victorias por encima del 60%.
Reinventarse o morir
Los resultados en las regiones han permitido solidificar el papel del PD como principal fuerza en la oposición. La formación socialdemócrata ha tenido un rol importantísimo en todos esos comicios y, a día de hoy, también por su posición en las encuestas, parece ser el partido destinado a hacer sombra a Meloni. Su buen desempeño ha sido igualmente un espaldarazo para su líder, Elly Schlein, que asumió la secretaría general del PD justo después de la victoria de Meloni para dar un giro a la estrategia centrista que había llevado al partido a la debacle.
La receta de Schlein para alejarse de los años más neoliberales del PD ha sido volver a las esencias clásicas de la izquierda italiana, que en los últimos años parecían perdidas. “Ha llevado de nuevo a primera plana temas como los derechos del trabajo o la defensa de la vivienda, combinándolo con abanderar causas como el feminismo o los derechos del colectivo LGTBIQ”, explica Andrea Noferini, profesor de Ciencias Políticas en la Universitat Pompeu Fabra. Forti subraya el cambio del PD con Schlein comparándolo con los años de Matteo Renzi, donde este planteó una reforma laboral en línea con las teorías neoliberales que ahora parecería implanteable.
La otra pata de esta futura coalición es el M5S que, como el PD, ha tenido grandes mutaciones durante los últimos años. Lo que comenzó como un partido antisistema que se presentaba como “ni de izquierdas ni de derechas”, ha ido mutando hasta establecerse en una línea más progresista. Un viaje que incluyó compartir gobierno con La Lega de Matteo Salvini y perder buena parte de su apoyo electoral al desgastarse su fuerza populista. “El giro se viene fraguando desde el covid, donde su actual líder y por entonces primer ministro Giuseppe Conte empezó a adoptar medidas más tradicionalmente de izquierdas para afrontar las consecuencias de la pandemia, como impulsar la renta mínima de la que se beneficiaron muchos ciudadanos”, señala Canalejo-Morelo.
Los ciudadanos más favorecidos por las políticas de Conte fueron los habitantes del sur, donde el partido aún conserva bastante apoyo. “Esas clases populares conectan más con el M5S que con el PD, que pese al cambio de liderazgo sigue viéndose como una formación de las élites urbanas que no termina de mirar a la periferia”, asegura Noferini. Sumado a esto, Forti igualmente señala que la vivienda y otros temas relacionados con las condiciones materiales de los trabajadores siguen siendo parte de los ataques del M5S al PD, al que los de Conte consideran alejado de ese tipo de preocupaciones. Mientras tanto, Schlein ha tratado de rentabilizar el rechazo a las políticas migratorias de Meloni, un área donde el M5S no es tan crítico.
Atacar el desencanto
Ahora, para el investigador, es muy aventurado pensar que este tipo de cambios en ambos partidos sean parte de una estrategia para ganar a Meloni. “El objetivo de los partidos es sobrevivir y ganar. No está claro, ni para el PD ni para el M5S, que movilizar sus bases implique necesariamente quitar votantes a Meloni. De hecho, creo que esto último es muy difícil, y tampoco creo que sea la clave”, comenta. Esa piedra de toque no está tanto en esos giros ideológicos sino en el combustible que da fuerza al auge de la extrema derecha en toda Europa: el desencanto.
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Y es que la desafección política en Italia es cada vez mayor. Forti recuerda que la participación en los comicios regionales ha bajado exponencialmente, colocándose entre un 41% y un 44%, cifras que ejemplifican el hastío de la población. A ello se le suma un estancamiento económico que ha destrozado los bolsillos de los italianos. “Para poner en perspectiva, en los últimos 20 años, en Italia la renta real ha disminuido un 4%, mientras que en España ha aumentado un 11%. La clase media es la gran perjudicada de esto, dando mucho margen a las opciones populistas para ganar votos. Pero ahora, con Meloni en el gobierno, si la situación económica de los italianos sigue empeorando, todo eso se le puede volver en contra”, comenta Noferini.
Para ponerle las cosas difíciles, insiste el profesor, la izquierda debe poner el foco no tanto en el tema ideológico sino más bien en los servicios públicos y en su fortalecimiento, sobre todo en un momento en el que estos están cada vez peor en Italia. “No creo que el italiano medio esté muy preocupado por las reformas de la justicia y la ley electoral que impulsa Meloni, sino por su bolsillo. En este sentido, será clave ver cómo reacciona la economía italiana al fin de los fondos de regeneración de la UE, ya que Italia es el país que más está recibiendo”, expone el investigador de la Universidad de Lucerna.
Ahora, tanto Noferini como él ven complicado que esa receta pueda darse en una coalición amplia. “Hay muchísimas diferencias entre los dos partidos, tanto en la forma de abordar el cambio climático, como en la reforma de la justicia o en política exterior. Por eso, veo muy complicado establecer una coalición que, si bien puede ser, se vea como una alternativa creíble a Meloni”, resume Noferini. Algo que a Canalejo le abre dos cuestiones: “La primera es si una coalición así podrá sostenerse a largo plazo, dadas las claras diferencias de base. La segunda tiene que ver con los ciudadanos descontentos con el Gobierno Meloni. La mayoría son de izquierdas, pero también hay muchos desencantados no politizados. La duda está en si esa lista conjunta puede movilizar a los insatisfechos, sobre todo con una candidata que para muchos sigue siendo vista como parte del establishment”, zanja.