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¿Debemos aprender a vivir con los microbios?

Una mujer se hace una prueba PCR de coronavirus en Shanghái, China,

Lise Barnéoud (Mediapart)

"Estamos en guerra", insistió el presidente Emmanuel Macron en su discurso del 16 de marzo de 2020, en vísperas de la primera contención. "No estamos luchando contra un ejército o contra otra nación, pero el enemigo está ahí, invisible, escurridizo y avanzando". De entrada, el discurso dominante fue el de la guerra. Esto pronto dio lugar a una solución igualmente marcial: la del "covid cero", de la eliminación, incluso de la erradicación. 

Si bien esta ambición se ha abandonado en gran medida (excepto en China), marcó el primer año de la pandemia. Para algunos investigadores, es el momento de replantear nuestra relación con los microbios. 

"Nuestra pasión por la erradicación es una pasión relativamente moderna", afirma Guillaume Lachenal, historiador de la medicina. En la época de Pasteur, por el contrario, dependíamos de los microbios para la fermentación o para controlar las infecciones. Este es el principio mismo de las vacunas: los patógenos microbianos se introducen voluntariamente en el cuerpo, a cambio de lo cual se espera obtener una especie de tregua, un armisticio. 

"En lugar de recurrir a una estrategia de bloqueo (higiene, desinfección, cuarentena, vigilancia), los humanos optaron, de forma revolucionaria, por hacer un contrato con su némesis. [...] Una especie de diplomacia ampliada, ya formulada en términos de ‘inmunidad’: a cambio de ésta, los humanos concedían asilo a unos cuantos virus que tenían la amabilidad de no dañar demasiado a sus anfitriones", escribe el historiador de la ciencia Jean-Baptiste Fressoz en su publicación "¿Cómo nos hicimos modernos? 

El gran giro por la erradicación vino después, con el desarrollo de los primeros insecticidas, continúa Guillaume Lachenal. "En particular el DDT, en la época de la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces cuando la palabra erradicación se impuso realmente en la salud pública". El DDT es el pesticida químico organoclorado que se creía que nos libraría de los mosquitos y de las enfermedades que transmiten, como la fiebre amarilla y la malaria. 

El siguiente medio siglo fue testigo de importantes programas de erradicación: fiebre amarilla, malaria, pian... Después, en los años 60, el programa de la viruela. Y unos años más tarde, los de la poliomielitis, la dracunculosis, el sarampión (mencionado y luego abandonado) o la estrategia "sida cero", por mencionar sólo los programas contra las enfermedades humanas. 

¿El resultado? Sólo se ha completado una: la de la viruela, erradicada oficialmente de la faz de la tierra en 1980. Guillaume Lachenal señala: "Y sin embargo, con la epidemia de viruela del mono, prima del virus de la viruela, nos damos cuenta de que la idea de vivir en un mundo protegido de esta familia de virus era sólo un sueño...".

Sin microbios, no hay vida

En otras palabras, la historia de la salud pública nos muestra que deshacerse de un microbio no es una tarea fácil. Además, estos programas llamados verticales (enfocados a una sola enfermedad) son extremadamente caros e implican a mucha gente. Algunos expertos creen que esto puede ir en detrimento de otras cuestiones de salud global. "El programa contra la polio ha provocado un descenso espectacular de la incidencia de la enfermedad. Sin embargo, el objetivo de erradicarla a toda costa parece inútil (la viruela era un escenario bastante ideal por muchas razones que no se dan en el caso de la polio). Su aplicación consume muchos recursos financieros y humanos, lo que desequilibra un poco los programas y los países por una enfermedad de muy baja incidencia", afirma Emmanuel Baron, Director General de Epicentre (Médicos sin Fronteras). 

"Deberíamos utilizar la historia para pensar en otro enfoque sobre los microbios. A pesar de todas nuestras tecnologías, nunca hemos conseguido vencerles", afirma Victoria Lee, historiadora de la ciencia de la Universidad de Ohio (EEUU).” La erradicación no es sostenible, en parte porque estamos en constante interacción con el mundo no humano. No somos conscientes de esta interrelación por la idea tradicional y de género de la naturaleza como pasiva y los humanos como dominantes, y creo que esta es una de las razones por las que la erradicación sigue siendo, erróneamente en mi opinión, un primer instinto y un ideal".

Esta especialista de las relaciones entre el ser humano y los microbios organizó en mayo de 2021 un foro "anti erradicación" en el marco de su año de investigación en el Instituto de Estudios Avanzados de París. "El objetivo era explorar formas alternativas de pensar en los microbios y demostrar que ya es hora de buscar otro enfoque diferente al de la guerra sistemática", explica la joven investigadora, que destaca las nuevas investigaciones sobre el mundo microbiano desde la década de 2000, "una auténtica revolución" que demuestra nuestra interdependencia con el mundo microbiano. "¡Sin microbios, simplemente no hay vida!"

Las vacunas, una proeza científica

Es un hecho que los microbios existían mucho antes que nosotros, y hoy en día hay muchos más que todas nuestras células juntas en la Tierra. Incluso forman parte de nosotros: somos el hogar de cientos de miles de millones de microbios. Nos ayudan a hacer la digestión, a convertir los alimentos en nutrientes y energía y a eliminar las bacterias peligrosas. También son esenciales para los ecosistemas naturales, ya que producen la mitad del oxígeno que respiramos cada día, capturan el CO2 que soltamos en la atmósfera, enriquecen los suelos y descomponen los contaminantes. "Y hacen queso y sake", dice Victoria Lee, que ha vivido en Francia y en Japón. 

De esta forma, un enfoque global y a largo plazo de la evolución no puede adolecer de una visión simplista del enemigo microbiano que hay que sacrificar. Por un lado, es extremadamente difícil, si no imposible, "vencerlos". Por otra parte, todas las especies, ya sean animales o vegetales, están en constante contacto con el mundo microbiano, sin el cual no podríamos sobrevivir. "El papel de lo infinitamente pequeño en la naturaleza es infinitamente grande", decía el propio Pasteur, quien, además de los microbios patógenos, también trabajó en los microbios que intervienen en los procesos de fermentación. 

La mayoría de los investigadores que participan en los trabajos contra el covid no tienen este enfoque "productivo" de los microbios. “Se centran principalmente en el enfoque médico, en los microbios patógenos", dice Victoria Lee. “También es muy fuerte la creencia en la tecnología y la ciencia, con esa idea de que podemos controlar y dominar cada vez más la naturaleza, y por tanto los microbios.” 

De hecho, el desarrollo de vacunas eficaces en un corto espacio de tiempo es una verdadera proeza científica y tecnológica. “Todos queríamos creer que serían nuestro billete de partida", recuerda François Alla, profesor de salud pública en la Universidad de Burdeos. “A muchos nos costó hacernos a la idea de que las vacunas podrían poner fin a la pandemia”.

El fin del covid cero

Antoine Flahault, epidemiólogo y director del Instituto de Salud Global de la Facultad de Medicina de la Universidad de Ginebra, fue uno de los defensores de la estrategia covid cero hasta el otoño de 2021. “Soy un admirador de la erradicación de la viruela y un partidario de la actual erradicación de la polio, y de ahí tal vez la razón por la que inicialmente me posicioné sobre covid", admite hoy este médico de salud pública. “En este tipo de elección, es difícil saber lo que se remonta a las raíces profundas de nuestra cultura científica y lo que proviene de las observaciones de los hechos... Sigo pensando que antes de la llegada de las vacunas, la mejor opción era aspirar a covid cero. Pero hoy en día, con las vacunas que tenemos y la aparición de nuevas variantes altamente transmisibles, esta postura ya no es defendible. Peor aún, es una forma de maltrato a la población, que tiene alternativas que le permiten evitar el confinamiento y los toques de queda.” 

Junto a los científicos, la mayoría de los políticos también han tenido este reflejo bélico y erradicador. “La ventaja de este tipo de discurso es que produce movilización y permite obtener el consentimiento de la población", analiza Guillaume Lachenal. “Su lado espectacular también escenifica el mantenimiento del orden, como una especie de recuperación del poder". En Francia, en 2020, recordamos los drones utilizados por la policía para vigilar el cumplimiento de las medidas de confinamiento, los helicópteros que sobrevolaban los espacios naturales para detectar a los tramposos, las playas desinfectadas con Kärcher...  

Otra explicación de este reflejo reside en el lenguaje utilizado para hablar de los virus y las epidemias, según varios investigadores. Estas historias tienen un tono militar: la "guerra", los "cazadores" del virus, la "búsqueda" del paciente cero... Incluso la forma en que hablamos de las infecciones está especialmente marcada por el género: hablamos de virus que "penetran" en nuestras células para "inyectar" su ADN y "explotarlas". 

Ahora bien, "si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento", como decía George Orwell en su novela 1984. “Estas narrativas tienen efectos importantes en nuestra forma de ver las cosas y también influyen en las soluciones que se aportan, al hacer hincapié en las fronteras, el control y la erradicación", decía Charlotte Brives, antropóloga de la ciencia y la salud e investigadora del Centro Émile Durkheim de Burdeos (CNRS), durante un encuentro titulado "Cohabitar con los virus", organizado por La Manufacture d'idées en agosto de 2020. “Pero lo que dejan de lado estos relatos es cómo prevenir y gestionar, es decir, toda la cuestión de la salud pública.”

'Desgénero' y descolonización

Para esta investigadora especializada en las relaciones entre el hombre y el microbio, es posible, sin embargo, enfocar el problema de otra manera: "No se puede pensar en un parásito estricto sin su huésped, en la medida en que su existencia es posible gracias a las relaciones que establece con él. Lo que los virus nos obligan a pensar no es tanto en la frontera entre lo vivo y lo inerte sino en la naturaleza fundamentalmente relacional de las entidades biológicas", escribió en un artículo publicado en junio de 2020 en la revista Terrestre

Todos tenemos trazas del virus

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Pero, ¿cómo podemos abandonar nuestras pretensiones de control, desvincular nuestras narrativas sobre los microbios y aprender a vivir con ellos, o más bien a sobrevivir? En el siglo XIX, aprendimos a convivir con el virus del cólera poniendo en marcha grandes proyectos de gestión del agua: evacuando y tratando después (¡con bacterias!) las aguas residuales, o construyendo redes de abastecimiento de agua potable. Poco a poco, las epidemias de cólera están desapareciendo gracias a esta higiene del agua. 

Para convivir con un virus como el Sars-CoV-2, la tarea es otra: al tratarse de un virus de transmisión aérea, hay que ocuparse de la calidad del aire interior. Pasamos más del 80% de nuestro tiempo en espacios cerrados. Sin embargo, son pocos los que se controlan en cuanto a la calidad del aire. Pocos lugares, incluso los públicos, tienen una renovación de aire suficiente. El Código Medioambiental reconoce el derecho de toda persona a respirar un aire que no sea perjudicial para su salud. Es hora de pasar de los principios generales a la acción concreta.

 

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