En Transición

Cambios en el Gobierno, continuidad en la oposición

Cristina Monge nueva.

Los análisis del cambio de Gobierno, hasta el momento, se han centrado en cuestionar la oportunidad del inmovilismo de Unidas Podemos, resaltar la clave interna de muchos de los cambios de los ministros y los colaboradores más próximos, subrayar que es un Ejecutivo con más mujeres, más joven, más cercano gracias a la incorporación de alcaldesas, etc. y poner las luces largas para destacar el potencial que esas mujeres jóvenes ahora promocionadas tienen como próximas lideresas, en algunos casos posibles candidatas a las elecciones autonómicas y a las secretarías generales de sus federaciones, como es el caso de Pilar Alegría en Aragón, Isabel Rodríguez en Castilla La Mancha o Raquel Sánchez en Cataluña.

A estas horas las dudas que flotan en el ambiente tienen que ver con el papel que asumirá Ábalos tras su salida del Ministerio y de la Secretaría de Organización del PSOE, o el rol que jugará una castellano–manchega al frente del Ministerio de Política Territorial en relación con la mesa de diálogo en Cataluña.

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Como se ha dicho ya casi todo, en estas y otras páginas, me gustaría detenerme en otro enfoque. Porque en democracia, si importantes son los gobiernos, no lo es menos la oposición. Desde un punto de vista teórico se podría decir que una mejor oposición es garantía, o al menos acicate, para un mejor Gobierno. Insisto: desde un punto de vista teórico.

Así, merece la pena prestar atención a la reacción de la oposición, especialmente en el lado conservador. El Partido Popular, en lugar de aprovechar la ocasión para cuestionar la idoneidad de los que quedan, los perfiles de los que entran, o plantear asuntos de fondo sobre la estructura del Gobierno como tal, se ha limitado a decir que el problema es Sánchez y que sigue siendo un Gobierno con muchos Ministerios. Flaco favor le hacen los conservadores a su electorado y a España en su conjunto si, en lugar de articular una crítica razonada y argumentada, para la que seguro pueden encontrar buenas razones desde sus particulares enfoques políticos, descalifican la reforma como tal con trazo grueso y absoluto desprecio. Con un simple “el problema de España es Sánchez” se han despachado. En la misma línea se ha mostrado Arrimadas, señalando que es sólo un “cambio de caras”, y mucho más duro, fiel a su estilo, ha estado Abascal, hablando de cómplices y secuaces (no reproduciré aquí el literal). Sus argumentarios entroncan perfectamente con la tradición de la derecha española: no hay patria ni Gobierno ni instituciones si no la manejamos y enseñoreamos nosotros.

Un buen Gobierno necesita de una excelente oposición, pero para eso hay que estudiar. No vale con permanentes enmiendas a la totalidad. Desde que la parte conservadora de la oposición comenzó a cuestionar la legitimidad de este Gobierno, ha seguido por una ruta plagada de lugares comunes, descalificaciones personales, desdén altivo y desprecio de trazo grueso. Da la sensación de que no acaban de asumir que el Gobierno se formó de acuerdo con la norma democrática, que ejerce como tal desde su constitución y no hay de momento intención alguna de disolver Cortes y convocar elecciones, por lo que quedan más de dos años de gestión por delante. Dos años que los conservadores habrían de aprovechar para articular un argumentario de oposición o continuar como hasta ahora, “patada p´arriba”, Gobierno ilegítimo y convocatoria electoral.

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