Buzón de Voz

Apuntes después de la batalla

Durante cinco días hemos vivido prácticamente en directo el horror de los ataques terroristas en Barcelona y Cambrils, la persecución policial a sus autores, el infinito dolor causado y la fortaleza solidaria de la sociedad civil, que ha obligado a las autoridades políticas a escenificar una unidad de acción cuya sinceridad y consistencia habrá que comprobar en las próximas horas, días y semanas. “Abatido” por los Mossos el autor material del atropello masivo en Las Ramblas y entregados a la Audiencia Nacional los miembros de la célula capturados vivos, caben algunas reflexiones sobre lo ocurrido, sobre la gestión de estos dramáticos sucesos y sobre lo que nos conviene aprender para el futuro.

1.- La ciudadanía, una vez más, ha reaccionado con una rapidez, valentía y entrega solidaria que ha superado a las propias instituciones. Mariano Rajoy y Carles Puigdemont, o viceversa, necesitaron veinte horas para sentarse juntos a una mesa de coordinación. Durante esas veinte horas, miles de personas guardaban colas para donar sangre y usaban las redes sociales para colaborar con la Policía en la persecución de los terroristas o para ofrecer sus casas, alimentos, medicinas o lo que se precisara en la atención a las víctimas o a los numerosos afectados por los cordones de seguridad. Nadie ha preguntado si los necesitados de ayuda eran musulmanes o cristianos, catalanes o españoles, independentistas o autonomistas. La sociedad civil ha demostrado una fortaleza que valdría la pena emplear no sólo frente al terrorismo sino ante cualquier ataque contra derechos fundamentales.

2.- Tras una primera fase aparentemente dubitativa, por el propio shock de la matanza y por la complejidad de la respuesta apropiada, la actuación de los Mossos es valorada como un éxito. Si se hubiera tratado de cualquier otro tipo de banda criminal, cabría preguntarse si se puede considerar un “éxito” tantos presuntos delincuentes muertos y tan pocos detenidos. El hecho de que se tratara de terroristas portadores de cinturones (falsos) de explosivos dispuestos a “morir por Alá” para seguir matando disuelve la tentación de criticar la actuación de Cambrils o la que el lunes terminó con la vida del conductor de la furgoneta Younes Abouyaaqoub. En términos de transparencia informativa, capacidad de comunicación o generación de confianza, el major de los Mossos, Josep Lluis Trapero, ha demostrado unas dotes que cualquiera desearía para el Ministerio del Interior, cuyo titular, Juan Ignacio Zoido, habría estado mejor callado que haciendo gala de una insolvencia técnica y política clamorosa.

3.- Los indiscutibles aciertos de la dirección de los Mossos tras los atentados no excusan la necesidad de clarificar los posibles errores o lagunas en la función de prevenir la posibilidad de acciones terroristas. No se trataba de un lobo solitario sino de un grupo de al menos doce individuos que durante meses elaboraron sus planes en una casa ocupada de Alcanar, en la que reunieron más de cien bombonas y fabricaron explosivos. No es fácil captar la fanatización acelerada de unos jóvenes no fichados, cuyo proceso de radicalización violenta ni siquiera se percibe en sus propios entornos familiares o vecinales. Pero cuesta admitir que fuera imposible sospechar de la actuación de un imán con antecedentes penales como Abdelbaki Es Satty.

4.- La responsabilidad sobre esas posibles lagunas en la prevención no sería exclusiva en todo caso de los Mossos, a quienes no se ha permitido estar en el principal órgano de coordinación antiterrorista (Citco) hasta este último mes de julio, y que a día de hoy ni siquiera pueden acceder a las bases de datos policiales europeas en las mismas condiciones que otras Policías. Se trata de un absurdo veto político que viene de los tiempos de Rubalcaba como ministro del Interior y que han mantenido los gobiernos del PP: durante ocho años y cuatro meses no se reunió una sola vez la Junta de Seguridad de Cataluña, el órgano encargado de coordinar los asuntos policiales entre el Estado y la Generalitat. La excusa indisimulada era la “falta de confianza” de las autoridades estatales en las catalanas, pero los Mossos tienen constitucionalmente todas las atribuciones de la seguridad ciudadana en Cataluña, de modo que lo inexcusable (e irresponsable) es mantenerlos al margen de la información estatal e internacional necesaria para actuar frente al terrorismo. La investigación de los atentados de Barcelona corresponde, como cualquier otra en esta materia, a la Audiencia Nacional, de modo que la coordinación debe quedar garantizada desde el minuto uno, y en ella no puede haber la menor influencia de tipo político.

5.- La detención o liquidación de los miembros de la célula terrorista no debe ocultar que para los macabros objetivos de Estado Islámico la operación ha sido un éxito. Fueran o no dirigidos desde el exterior, y aunque no consiguieran perpetrar el golpe aún más sangriento que preparaban, lo cierto es que el atropello masivo en la Rambla con víctimas de 35 países distintos garantizó un eco mundial que supone un grano más en la siembra permanente del pánico, que es su prioridad estratégica. Los perfiles conocidos de los autores confirman la capacidad del Dáesh para reclutar jóvenes nacidos en Europa, aparentemente integrados en la cultura occidental y no especialmente activos en las prácticas religiosas. Aun sin el papel clave del imán de Ripoll, actualmente el terrorismo yihadista logra la máxima eficacia en su proselitismo utilizando las “armas de seducción masiva” que le permiten las redes sociales y los instrumentos de comunicación digital. (Recomendable el ensayo escrito recientemente por Javier Lesaca).

6.- España había esquivado durante trece años el azote del terrorismo yihadista, tras los atentados del 11-M. Ni entonces ni ahora se han producido brotes importantes de islamofobia que sí han surgido en otros países. Pero los hay, y sobre todo hay un pensamiento aporofóbico y un lenguaje islamófobo que están presentes en discursos políticos concretos, en medios de comunicación y en tertulias radiofónicas o televisivas y en las redes sociales. Cuesta mucho escuchar o asistir a un debate sobre los atentados sin que antes o después alguien relacione el terrorismo con la religión musulmana. Pese a que ocho de cada diez víctimas de este terrorismo son precisamente musulmanas y pese a que prácticamente todos los expertos en la lucha antiterrorista insistan en que esa criminalización del islam es, junto al miedo, el principal objetivo que buscan los dirigentes de Dáesh, en España abundan las voces que les siguen el juego y además desprecian a quienes discrepamos tachándonos de “ingenuos”, “buenistas” o directamente cómplices del terror. (Recomendable este análisis de nuestro compañero Ramón Lobo: La Internacional del odio).

7.- Se han esforzado mucho las autoridades de Cataluña y el Gobierno del PP por aparcar durante estos días cualquier referencia o diferencia acerca del proceso independentista. Pero saben/sabemos que es un elefante en la habitación, al que todo el mundo ve aunque nadie lo mire. Politólogos consultados opinan que lo ocurrido no afectará a la agenda política del soberanismo, aunque pueda provocar ajustes de calendario. Y es probable que así sea, puesto que la gestión de la crisis política que siempre provoca una masacre terrorista no ha supuesto un debilitamiento del gobierno de la Generalitat, sino más bien (en principio) lo contrario.

8.- La exigencia de unidad reclamada sonoramente por la ciudadanía ha llevado también a una reunión inédita en torno al llamado Pacto antiyihadista, a la que han asistido sus firmantes y también sus discrepantes. El tiempo dirá si esa escenificación va más lejos, pero conviene recordar que oponerse a algunos puntos de ese pacto no equivale (obviamente) a torpedear la lucha contra el terrorismo sino a razones de peso que muestran diferentes formas de abordar la eficacia en esa lucha. Baste un ejemplo concreto: incrementar las penas hasta la dudosamente constitucional “prisión permanente revisable” no parece una medida muy útil ante individuos dispuestos a suicidarse para matar. Se echan de menos muchas más acciones que se dirijan a las raíces del fenómeno y profundicen en la necesidad de reforzar la cooperación internacional, la pacificación de los países en guerra y la ruptura de las hipócritas alianzas con gobiernos financiadores de ese terrorismo yihadista por vías directas o indirectas.

9.- Lo peor que podría ocurrir pasado el periodo de duelo es que lo único que quedara fuera la polémica de los bolardos. Instálense los obstáculos materiales que se consideren convenientes en lugares y fechas señaladas por los responsables de la seguridad ciudadana. Pero no nos engañemos a nosotros mismos: no existen bolardos que nos protejan de un fanático dispuesto a morir matando. Podríamos cortar al tráfico materialmente todas las zonas peatonales de España, pero vayamos pensando entonces en renunciar también a sentarnos a compartir un café con los amigos en cualquier terraza de cualquier acera de cualquier pueblo o ciudad.

Este sábado, centenares de miles de personas saldrán a la calle en Barcelona y lanzarán de nuevo un grito unánime: “No tenemos miedo”. Y si lo tenemos seguiremos superándolo juntos, porque ceder ante el terror sería un desprecio a la memoria de las víctimas y al sufrimiento de sus familias, y una derrota injusta cuya factura pagarían las generaciones futuras. Pero al fanatismo no se le vence con otros fanatismos, ni tampoco sembrando de bolardos las ciudades. Recordemos, una vez más, a Albert Camus, que siempre condenó el terrorismo y que se enfrentó a su propio país de nacimiento (Argelia) por usar la violencia para independizarse. “El terrorismo se explica por la ausencia de esperanza”, advertía Camus. Usemos la fortaleza democrática y la inteligencia colectiva para generar esperanza entre quienes la han perdido, antes de que se anticipen imanes con antecedentes penales.

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