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¿Quién tiene la culpa?

Un día mi psicóloga me miró a los ojos, con esa tranquilidad y firmeza suya, y me dijo: "Quique, no tienes la culpa de todo". Esta frase, que puede parecer una obviedad para el resto del mundo, a mí hizo que se me abriera el suelo debajo de los pies. ¿Cómo, que resulta que hay veces en las que puedo decir que yo lo hice todo bien pero no se pudo? ¿Que puedo analizar algo que me pasa sin encontrarle ninguna justificación a lo que lo hacen los demás y sin penalizarme el fallo a mí, bien porque no me merezca tanto castigo o bien, cosa muy loca, porque no haya fallado? 

Bien, pues se ve que se podía. He aprendido a hacerlo y vivo más tranquilo, pero como persona que encontraba el consuelo en pedir disculpas constantes (o al menos en castigarme con la culpa sin límite) me llama la atención la gente que no pide perdón, que no reconoce que yerra, que no se baja de la burra. De hecho, lo que más me sorprende es que hayamos construido una sociedad en la que reconocer tus errores sea una debilidad y te penalice. Es antihumano. Puede que necesitáramos a mi psicóloga de presidenta. O que nuestros representantes hicieran terapia.

El otro día escuché a Ana Milán en Estirando el chicle decir una frase que me reconcilió un poco con la vida: "Todos hemos sido todo". Se refería la actriz a que, en las relaciones personales sobre todo, todos y todas hemos sido víctimas y verdugos, ejecutantes y ejecutados, buenas y malas. Cuando vas acumulando años te das cuenta, y saberlo te hace vivir más tranquilo con tu conciencia, más enfrentado a tu soberbia y más calmado con tus ansiedades. Amigos y amigas, todos hemos sido todo. Asumámoslo. Pidamos disculpas cuando hay que hacerlo, aprendamos de lo pasado y sigamos adelante. Vivir es, también, asumir que hay cadáveres en todos los armarios. No pasa (casi) nada. Aprendamos.

Los que deben reconocer sus equivocaciones son todos y cada uno de los que han aupado a la extrema derecha. Ya lo están en Murcia, lo estarán en Castilla y León cuando toque y en todas partes, porque para frenarlos teníamos que no haberlos normalizado

Como esta columna no va de autoayuda, aunque a veces lo parece, cuento yo esto porque creo que hay gente que debe salir a decir que se ha equivocado y hacerlo con honestidad. Por ejemplo: los que han decidido, un año más, que la gala de los Goya debe despreciar la tele y a los millones de espectadores que la ven porque ese espacio televisivo es para ellos mismos, los del cine, y no para los que se sientan a contemplar la ceremonia. Sé que tenía guionistas porque leí que los había, pero el espectáculo fue una sucesión de premios sin ton ni son con unas actuaciones (casi todas) brillantes. Los Goya no contaron nada, no dejaron que los guionistas trabajaran, y la mayoría de la gente que los vio sabía poco más que había una peli de Bardem y otra de Penélope. Pero decidieron que no había que contar nada más. Así, por mucha voluntad que se le ponga, los Goya serán un fracaso año tras año.

Otros, los que deben reconocer sus equivocaciones y ponerle remedio, son todos y cada uno de los que han aupado a la extrema derecha a las instituciones. Ya lo están en Murcia, que parece que se olvida, lo estarán en Castilla y León cuando toque y en todas partes, porque para frenarlos teníamos que no haberlos normalizado, y en eso ya no hay vuelta atrás. 

Podemos echarle toda la mierda a los políticos por esto y quedarnos tranquilos, pero sería injusto e inútil. Los medios de comunicación de España, casi sin distinción, han empujado (unos poco, otros mucho) a que la población perciba que personas que van contra muchos de los derechos humanos más básicos son una opción tan válida como cualquiera para gobernar. Un apunte: a algunos de los que han puesto su granito de arena para que esto ocurra, incluso a algunos de los que han puesto granos bien gordos, les va a ir sensiblemente peor cuando esta gente esté en el poder. No me alegraré, claro que no, pero no podrán decir que nadie les advirtió.

¿Quién tiene la culpa de esto? En diferente grado, todos y todas. Usted y yo, también. Pero quienes la tendrán por acción o por omisión culposa, espero que cuando llegue el momento (que siempre será tarde) salgan a pedir disculpas. Todos somos todo. Pero ellos más.

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