Unas pocas certezas (quizás equivocadas) sobre la invasión de Ucrania

Cuanto más leo, veo y escucho sobre Ucrania, más bloqueado me siento ante la pantalla en blanco del ordenador. Cuanto más intentamos en infoLibre y tintaLibre demostrar algunos principios sólidos (creo) y una pluralidad de puntos de vista siempre enriquecedora, más duelen las críticas de algunos socios y lectores (pocos, es verdad) empeñados en no quitarse nunca las gafas del sectarismo. En los últimos días hemos recibido un mensaje que decía así: “Le comunico que no renovaré la suscripción a infoLibre por formar parte de la monumental campaña a favor del Imperialismo de Estados Unidos en la guerra que libra contra el imperio de Rusia en terreno de Ucrania”. Y otro, a las pocas horas: “No entiendo por qué defendéis a los medios que Putin utiliza como armas de manipulación masiva. Voy a borrarme”.

Tengo muchísimas más dudas que certezas acerca de la invasión de Ucrania, sus motivos, las intenciones verdaderas de Putin, la gestión previa de EEUU, la UE y la OTAN, la posición real de China, la posible duración del conflicto o sus consecuencias a medio y largo plazo. Me produce una mezcla de admiración y perplejidad la contundencia marmórea con la que muchos se pronuncian sobre lo que cada cual ha hecho, hace o terminará haciendo en relación con Ucrania. Y no me refiero a los analistas de puro y coñac, esos que lo mismo te solucionan en dos patadas la guerra de Ucrania que la crisis energética o la pandemia del covid. Ayer mismo leí a Francis Fukuyama pronosticando la “derrota total” de Rusia en Ucrania, lo que “permitirá un ‘nuevo nacimiento de la libertad’ y nos sacará del estado de depresión en el que nos encontramos por la decadencia de la democracia mundial. El espíritu de 1989 seguirá vivo gracias a un puñado de valientes ucranios” (ver aquí). Conviene matizar que Fukuyama lleva muchos años (y unos cuantos libros) intentando justificar por qué se equivocó tanto con El fin de la historia y el último hombre o, visto de otra forma, buscando maneras de confirmar que la caída del Muro de Berlín supondría el fin de las ideologías y la rápida instalación de la democracia liberal en todo el orbe. Son muchos los Fukuyamas que no se cansan nunca de darse la razón a sí mismos, por evidentes que sean los yerros en sus vaticinios.

Me produce una mezcla de admiración y perplejidad la contundencia marmórea con la que muchos se pronuncian sobre lo que cada cual ha hecho, hace o terminará haciendo en relación con Ucrania

Sería casi infinito el listado de lo que uno no sabe o no entiende en relación con la invasión de Ucrania. ¿Decidió Putin ir a la guerra porque la OTAN no está cumpliendo el compromiso adquirido tras la autodestrucción de la URSS de no militarizar exrepúblicas soviéticas fronterizas con Rusia? Hasta Henry Kissinger ha escrito que en ese punto tiene (tenía) razón Putin: Ucrania no puede entrar en la OTAN (…) "Ucrania no puede ser un enclave del Este contra el Oeste ni viceversa. Debería funcionar como un puente entre ambos". (ver aquí). ¿O quizás Putin ha utilizado esa excusa cuando lo que teme en realidad es que en Ucrania se consolide una democracia que pueda “contaminar” al régimen autocrático que él preside? ¿Tiene sentido y utilidad mantener negociaciones de paz mientras continúan los bombardeos a objetivos civiles y se fuerza el éxodo de millones de ucranianos? ¿Ser pacifista obliga a negar el envío de armas que solicita el gobierno legítimo de Ucrania para defenderse del invasor con el argumento de que sólo sirve para prolongar la guerra? ¿Entonces lo moralmente obligado sería abandonar a su suerte al pueblo ucraniano, como en 1936 las democracias del mundo abandonaron a su suerte al pueblo español que defendía la legitimidad de la República tras el golpe de estado franquista? Escribe Santiago Alba Rico: “Apostar por la paz y por una solución negociada no puede hacernos olvidar quién está atacando a quién. No hay un conflicto; hay una guerra desencadenada por una invasión imperialista” (ver aquí). ¿Por qué la Unión Europea no dio apenas señales de vida y opinión propia al margen de la OTAN mientras Putin amenazaba con la invasión y sin embargo ha demostrado una unidad y fortaleza inéditas en la reacción al ataque criminal de Rusia sobre Ucrania? ¿Ha dado China hilo a la cometa de Putin con la intención de ganar su pulso geoestratégico a Estados Unidos al tiempo que debilita al imprevisible zar de Moscú? ¿Lograrán, y en cuánto tiempo, las durísimas sanciones económicas decretadas hacer desistir a Putin de sus ambiciones respecto a la Gran Rusia, o sus efectos los sufrirá especialmente el pueblo ruso, que no es culpable sino también víctima de las aventuras de su presidente? ¿La firme (y justa) decisión de la Unión Europea de acoger inmediatamente a los centenares de miles (quizás más de tres millones ya) de ucranianos que huyen de las bombas no deja al desnudo la hipocresía racista demostrada cuando los refugiados proceden de otras guerras, por ejemplo la de Siria?...

Son mucho más limitadas las certezas (quizás también equivocadas) sobre el conflicto en Ucrania, pero aquí van por si de paso sirven para responder a algún mensaje:

1.- La invasión de Ucrania tiene un responsable, que es Putin, y desde el mismo momento que sus tanques cruzan la frontera y empiezan a disparar a civiles ya importan poco (o pasan a un segundo plano) los errores cometidos por EEUU, la OTAN y la UE en la gestión de las tensiones previas.

2.- Ser pacifista y antimilitarista no conlleva necesariamente abandonar a su suerte al pueblo ucraniano, ni mucho menos justificar la invasión criminal ordenada por Putin. Apoyar por todos los medios la resistencia del pueblo ucraniano no equivale en absoluto a justificar el seguidismo previo que la UE ha hecho de la OTAN, sino precisamente a poner pie en pared y reivindicar que Europa tiene que ejercer su propia voz y defender los valores y principios que la unen.

3.- La línea que diferencia posiciones políticas respecto a Ucrania no es (no debería ser) la que divide a izquierdas y derechas, sino la que separa a demócratas de antidemócratas. Que Putin goce de las simpatías de Bolsonaro, de Nicolás Maduro o de Donald Trump a un tiempo lo dice todo. Frenar a Putin es frenar la expansión del nacionalpopulismo y las autocracias, es defender la democracia y los derechos humanos.

4.- En el debate surgido en la izquierda a raíz de la invasión, coincido con la conclusión a la que llega nuestro colega Edwy Plenel, presidente de Mediapart y socio editorial de infoLibre: “Ante un peligro de esta magnitud, no hay otra respuesta que el internacionalismo cuyo abandono por parte de las izquierdas europeas ha allanado el camino para el retorno de los nacionalismos identitarios y xenófobos (…) La invasión de Ucrania nos obliga a tomar la medida de la amenaza sin precedentes que supone el nuevo imperialismo ruso. Exige una oleada de solidaridad internacional para defender y ayudar al pueblo ucraniano que se resiste” (ver aquí).

5.- Líbrenos la inteligencia colectiva de salvadores machirulos de ningún tipo. Necesitamos, además de la firmeza en la respuesta sancionadora que desgaste la altísima popularidad interna de la que Putin sigue gozando, enormes dosis de habilidad diplomática para gestionar una crisis en la que el invasor maneja un botón nuclear. Por despreciable y criminal que nos parezca el personaje, conviene seguir preguntándonos qué habría hecho un tal Trump si, por ejemplo, México pretendiera un acuerdo militar con Putin que incluyera colocar misiles a unos cuantos kilómetros de Texas. (En la historia, y en las hemerotecas, están la crisis de los misiles y los sucesos de Bahía Cochinos).

6.- Sabemos que Putin no es demócrata, que detiene a quienes protestan en las calles contra el ataque a Ucrania, que cierra los medios de comunicación críticos y que silencia a todo periodista independiente. Que Europa a su vez censure las emisiones de medios públicos rusos me parece no sólo un evidente atropello de la libertad de expresión sino un error político de la misma envergadura que la “cancelación” de artistas, pensadores, escritores o músicos por el hecho de ser rusos. Por esa vía no estamos desgastando a Putin, sino victimizándolo. A la desinformación se responde desde la democracia con información veraz, incluso con denuncias y sanciones que respalden los tribunales, no con las mismas armas que utilizan las dictaduras. Si no queremos ser como “ellos”, no actuemos como ellos.

Confieso, por último, la mayor de mis certezas, quizás la única. Llevamos encima una Gran Recesión, una pandemia y ahora una guerra en Europa con el miedo instalado a una conflagración nuclear (no sé por qué hablan de Tercera Guerra Mundial cuando de producirse sería sin duda la última y definitiva). Todo en poco más de una década. Las generaciones de nuestros hijos, en mayor o menor grado, llevan cargadas sus mochilas de decepciones, frustraciones, incertidumbres, precariedades… Y a pesar de todo apuestan por la solidaridad, por actuar y no solo tuitear. Mi hija mayor, Sara, 21 años (disculpen el ataque de orgullo), se ha ido a Polonia para apoyar a su amigo Tito y a un grupo de estudiantes de Erasmus que llevan dos semanas volcados en ayudar a los centenares de refugiados que cada día llegan a Wroclaw. Hacen lo que pueden: buscan cobijos, facilitan mantas, colchones, alimentos, cuidados a los niños, canalizan envíos solidarios desde España… Actúan en lugar de gritar. Hay esperanza.

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