Buzón de Voz

La guerra de Trump... y la nuestra

Más de trescientos periódicos estadounidenses acordaron dedicar este jueves sus editoriales a denunciar los ataques de Donald Trump contra la prensa, a la que el presidente señala uno y otro día como “fábrica de fake news”. La iniciativa originada en The Boston Globe contó con el apoyo de grandes cabeceras globales como The New York Times y de pequeños periódicos locales, tanto de línea editorial demócrata como republicana, incluyendo algunos que pidieron expresamente el voto para Trump y han venido defendiendo su gestión. El elemento común de esos editoriales ha sido lo que debería considerarse una obviedad: sin libertad de información no hay democracia, y sin una prensa crítica no es real el ejercicio del derecho a la información, que pertenece a la ciudadanía y no a los periodistas.

Debería considerarse una obviedad en Estados Unidos, en España y en cualquier democracia que merezca tal nombre, pero no es tan obvio el asunto cuando asistimos, allí y aquí, a un debate permanente que socava el crédito de la política y del periodismo, y que por tanto debilita la democracia. Sería un error pensar que contemplamos un simple choque entre un iluminado populista en la Casa Blanca y una prensa rigurosa caracterizada por una independencia sin mácula. Trump hace y dice auténticos disparates, pero siempre pensando en sus intereses políticos y empresariales. A primera hora de la mañana ya había utilizado Twitter para responder a los periódicos: “Los medios de noticias falsas son el partido de la oposición. Esto es muy malo para nuestro gran país (…) Pero vamos ganando”.

Es muy pronto para saber quién ganará finalmente esta batalla entre el presidente y una inmensa mayoría de los medios, pero algunas cabeceras tan prestigiosas como la web Político o The Washington Post han preferido no unirse a la iniciativa por considerarla incluso contraproducente, al facilitar la imagen de una especie de “complot” que alimenta la idea de una prensa partidista que actúa contra la presidencia en defensa de sus propios intereses. Lo que el propio Trump utiliza para definir a los periodistas como “enemigos del pueblo”. Y ya se sabe que nada le viene mejor a un caudillo (en democracia o en dictadura) que señalar a presuntos enemigos del pueblo como culpables de todos los males e inventores de todas las infamias.

Es cierto que en este enfrentamiento está en juego la libertad de información como columna clave del edificio democrático, pero sería tramposo considerar que la prensa no tiene responsabilidad alguna en el camino que ha colocado a la sociedad estadounidense en esta situación. En junio pasado, una encuesta del instituto Gallup revelaba que el 62% de la ciudadanía considera que las noticias son partidistas. Otro estudio de una universidad mostraba hace unos días que el 51% de los votantes republicanos cree que los medios son “enemigos de la gente”. En esos mimbres sociológicos se basa Trump para alimentar su guerra contra la prensa.

Y esos datos vienen de lejos. De hecho, en Estados Unidos como en España, la crisis de credibilidad de los medios está en el origen de la profunda crisis económica, publicitaria y de audiencias, que no se puede achacar exclusivamente (ni mucho menos) a la revolución digital. Y la credibilidad se pierde en tres minutos o en tres mañanas, pero recuperarla puede costar tres vidas. Trump chapotea cómodamente en el fango de ese descrédito, porque le permite llevar constantemente el debate no a la argumentación de propuestas sobre una realidad factual indiscutible sino a la confrontación sobre quién es más creíble a la hora de decidir cuáles son los hechos: “La prensa o yo”, "el enemigo del pueblo o el presidente elegido”. Conviene recordar siempre a Hannah Arendt: “La libertad de opinión es una farsa si la información sobre los hechos no está garantizada y si no se aceptan los hechos mismos como objeto del debate”.

Doble revés judicial para Trump y los republicanos a unas semanas de las elecciones

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Ahí radica a mi juicio parte del descalabro democrático en el que andamos sumidos, también en España. Se empieza por aceptar que existe un nuevo fenómeno necesitado de un nombre y se le denomina posverdad, como si la manipulación de la realidad y la intoxicación masiva no hubieran existido antes. Se empieza por aceptar que existen las fake news, mal traducidas como “noticias falsas”, en lugar de “hechos falseados” o simplemente bulos. Porque si no hubiéramos olvidado las esencias del periodismo, “noticia falsa” sería considerado directamente un oxímoron: si un hecho merece ser noticia debe cumplir en primer lugar la condición de ser cierto, puesto que en caso contrario, o ante la simple duda, no debería adquirir el rango de noticia.

De modo que este choque inédito entre trescientos periódicos y el presidente de Estados Unidos es un síntoma más de estos tiempos gaseosos en los que vamos cediendo terreno a predicadores modernos, artistas de las nuevas tecnologías, periodistas sin escrúpulos y políticos oportunistas que vienen consiguiendo imponer un debate público en el que la realidad se confunde con otras “realidades alternativas”. No importa tanto la verdad factual, contrastada y comprobable, como la verdad sentida. Lo emocional adquiere un peso mayor que lo real. Todo para satisfacción de los poderes que manejan la especulación económica y financiera, siempre encantados mientras los focos del debate político alumbren cualquier objetivo excepto el beneficio disparatado del que ellos disfrutan.

Ocurre en Estados Unidos y en España, en la política y en el periodismo. ¿Acaso desconoce Pablo Casado los datos reales de la inmigración? ¿Acaso no sabe que falta a la verdad (come le ha afeado ACNUR) cuando repite que estamos que asistimos a una “avalancha” de migrantes? No está solo. Abundan los medios y periodistas que jalean esa misma especie, porque así conectan con los miedos, incertidumbres y emociones de millones de votantes, lectores o espectadores. Sin olvidar el desgraciado peso que en nuestra convivencia siguen teniendo los sectarismos. “Preferimos creernos cualquier mentira que concuerde con nuestra opinión a interesarnos por una información veraz que la desmienta”. Lo escribía Emmanuel Carrère en Limónov. Y así es. Con una constancia marmórea.

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