Buzón de Voz

Menos "unidad" y más respeto a la diferencia

Jesús Maraña nueva.

Ha ocurrido una vez más en la sesión del Congreso de este miércoles. Pedro Sánchez ha lanzado su enésimo llamamiento a la unidad y Pablo Casado ha defendido sin disimulo su añoranza del bipartidismo. Son mensajes no excluyentes, incluso complementarios. Tan sonoros como vacíos, puesto que chocan con la cruda realidad política y social.

Históricamente, la "unidad" ha sido un recurso constante frente a un enemigo exterior (real o inventado). Cuando las cosas se complican para un gobierno, ya sea democrático o autoritario, nada más útil que encontrar un culpable concreto al que demonizar. Franco sabía mucho de esto, aunque su catálogo de enemigos no era muy variado: el comunismo, la conspiración judeomasónica, Rusia, los rojos en general y poco más. (Aunque no lo mencionara, en realidad el "enemigo" –como en cualquier dictadura– era todo aquel que pensara por sí mismo o que reclamara libertades individuales o colectivas).

Podría considerarse la pandemia como un "enemigo exterior" que debería haber servido para unir a la sociedad como una piña ante este complejísimo trance. Se ha usado y abusado de un lenguaje bélico para hacer referencia a esa lucha, pero aquellas semanas de aplauso diario desde los balcones quedaron apagadas demasiado pronto por gritos y cacerolas.

Lo cierto es que vivimos tiempos de cambios frenéticos, muy difíciles de digerir y analizar, y uno tiene la impresión de que el concepto de "unidad" está muy sobrevalorado, incluso ha caído en el territorio de la pura retórica, mientras se echa de menos una reivindicación contundente del respeto a la diferencia y de la fortaleza de la diversidad. Me refiero no sólo a la competencia partidista y al fraccionamiento parlamentario que vivimos en España y en otras muchas democracias (perfectibles por definición, disculpen la obviedad), sino también a la realidad sociológica, territorial, lingüística, religiosa, étnica, cultural... Nuestro "problema" no está en las profundas divergencias políticas sino en el poco o ningún respeto que mostramos hacia el diferente, la manifiesta incapacidad para ponernos en la piel del otro.

Llevamos una semana en infoLibre intentando aportar datos, documentos, análisis y miradas en el 40 aniversario del 23-F (ver aquí dosier). Javier Cercas, autor de la imprescindible Anatomía de un instante, apuntaba en su conversación con Daniel Basteiro: "Quienes creen que los partidarios de Donald Trump entraron en el Capitolio para cargarse la democracia olvidan que ellos creían que la estaban defendiendo" (ver aquí). De modo que la democracia estadounidense ha resistido (hasta el momento) frente al trumpismo. Los asaltantes fueron detenidos, Trump expulsado de la Casa Blanca por las urnas, y las instituciones siguen funcionando. Pero si no entendemos que hay 74 millones de norteamericanos que no se sienten antidemócratas ni mucho menos neofascistas por votar a Trump seremos incapaces de prevenir el crecimiento de un fenómeno tan peligroso como complejo.

Quiero acercarme mucho más a "lo nuestro". Lo fácil, lo cómodo y lo interesado para determinados círculos políticos, económicos, financieros y mediáticos es culpar de todas las tensiones a "los populismos". Basta con meter en la misma coctelera a Podemos, a Vox y a unos cuantos independentistas y agitar todo lo que se pueda el ruido en medios de comunicación, tertulias y redes sociales para concluir que esto "no tiene arreglo". Bueno, sí. Siempre nos quedará la inefable fórmula del "gobierno de concentración" (presidido por un o una tecnócrata) o el regreso al bipartidismo imperfecto. Parece que esa forma de ¿pensar? y argumentar no ha encontrado en la última y larguísima década ninguna otra idea que aportar tras el evidente fracaso de las doctrinas neoliberales y las consecuencias sociales de su ejecución tras la crisis de 2008.

Confieso que los debates públicos de la última semana me han causado cierta perplejidad. A los tres días escasos de unas elecciones catalanas en las que las derechas quedaron arrasadas; con PP y Ciudadanos intentando asumir que Vox les ha robado la cartera; con unos resultados de socialistas y comunes que refuerzan la solidez del gobierno de coalición en España y que permiten al menos visibilizar nuevas vías para abordar la cuestión catalana... ¡a los tres días escasos, insisto!, periódicos, telediarios y tertulias se centraron en la discusión de si Pablo Hasél es un martir o un delincuente y de si se condena o no se condena la violencia de esos grupos que incendian contenedores y arrojan piedras a la Policía. Y hemos vuelto a las vomitivas andadas de lo que ya sufrimos durante el proceso de paz que condujo al fin del terrorismo de ETA. Si uno defendía la vía del diálogo abierta por el gobierno de Zapatero, era inmediatamente señalado como cómplice del terrorismo. Entonces se trataba de alterar el marco del debate para instalar la duda de que se rompía España o se "vendía" Navarra. Ahora se trata de que no discutamos sobre los límites de la libertad de expresión y sobre la necesidad de eliminar del Código Penal delitos "de opinión" que no son de recibo en una "democracia plena". Y se trata también de algo más pragmático: que pasemos página del enorme problema al que se enfrentan las derechas españolas y al que nos enfrentamos todos y todas con el crecimiento del nacionalpopulismo de los de Abascal y el abismo que se abre para Casado y Arrimadas.

Es evidente que interesa mucho más centrar todos los focos en las discrepancias entre los dos socios del Gobierno. Que las hay y no son menores. Y que a menudo se disparan en sus propios pies compitiendo tácticamente en la autoproclamación de méritos en proyectos, medidas y decisiones. A mi juicio deberían dedicar menos esfuerzo a las filtraciones interesadas o a los tuits supuestamente ingeniosos y mucho más a explicar que un gobierno de coalición progresista no es "un gobierno de unidad de la izquierda". No se presentaron PSOE y Unidas Podemos con un programa común a las elecciones, sino que firmaron un acuerdo de gobierno para formar un Ejecutivo de coalición (ver aquí). El cumplimiento de lo pactado debería ser la prioridad en la acción de gobierno, y si se proponen cambios respecto a lo firmado (por el tsunami provocado por la pandemia o por lo que sea) debe explicarse con detalle la razón de esos cambios. Todo lo demás, incluidos los excesos de gesticulación, algún día pasará la factura correspondiente por las decepciones provocadas. Pero ante todo deben PSOE y Unidas Podemos demostrar que por encima de cualquier divergencia política está el respeto al otro y la responsabilidad común que han adquirido, en contraposición con una derecha que sigue considerando ilegítimo que haya "comunistas en el Gobierno" o en otras instituciones, aunque tengan más de tres millones de votos. Curioso concepto de lo que significa una "democracia plena" (ver aquí).

No negaré yo la trascendencia de que salgan adelante nuevas leyes que avancen hacia la igualdad, que protejan los derechos de las personas trans o que acaben con un delito tan absurdo como la ofensa a los sentimientos religiosos. Pero sería imperdonable no aprender de los errores comprobados. Salvando todas las distancias, uno de los motivos que llevaron al auge del trumpismo fue la extensión de un hartazgo en las clases medias durante el mandato de Obama, a quien muchos percibían más ocupado en defender los derechos de minorías que en atender el empobrecimiento galopante de capas mayoritarias de trabajadores, pequeños empresarios o comerciantes y profesionales autónomos castigados por la globalización y la deslocalización de empresas.

Como dicen los yanquis, somos capaces de pensar y comer chicle a la vez. Es posible avanzar en derechos y libertades al tiempo que se atiende a las cosas de comer. Este miércoles ha anunciado Sánchez 11.000 millones en nuevas ayudas a empresas, pymes y autónomos. Harán falta más, seguro, ayudas directas que eviten el hundimiento de la economía antes de que lleguen los fondos europeos cuyo destino y ejecución marcará el éxito o el fracaso de un proyecto de país (diverso) que puede permitir el cambio hacia un modelo más sostenible.

Frente a los movimientos reaccionarios o ante los contenedores incendiados o los cristales rotos no se precisan aspavientos ni proclamas de "unidad", sino políticas públicas capaces de recuperar el crédito de las instituciones entre las mayorías. Hay toda una generación de españoles que llevan una década de frustración permanente, que se han visto obligados a cabalgar la crisis de 2008 en adelante y el azote de una pandemia. Reclaman alguna certidumbre y cierto respeto. Y a menudo sólo escuchan ruido.

P.D. La otra apuesta en la que nos hemos volcado esta última semana en infoLibre es la publicación de nuevos documentos de FootballLeaks, tras una investigación compartida durante meses por los medios que formamos parte del European Investigative Collaborations (EIC). Volvemos a topar con una realidad tozuda: la relación de grandes empresas (en este caso clubes de fútbol) con paraísos fiscales. La denuncia ya ha llegado a Bruselas (ver aquí), pero en España se cuentan con los dedos de una mano los medios que se hacen eco de un escándalo que los propios técnicos de Hacienda reclaman investigar a la Agencia Tributaria (ver aquí). Ser demócrata, ser patriota, equivale a pagar los impuestos correspondientes. Es lo que se supone en una democracia plena. 

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