@cibermonfi

Piénselo bien, señor presidente en funciones

Al rechazar este martes por enésima vez la posibilidad de un Gobierno de coalición con Unidas Podemos, Pedro Sánchez nos acercó un paso más al abismo de unas nuevas elecciones legislativas el próximo noviembre. Y uso el término abismo porque, aunque a Sánchez le digan sus gurús de cabecera que la repetición electoral conviene a sus intereses personales y partidistas, ni tan siquiera eso lo tiene garantizado. No soy el primero en decir que Sánchez juega con fuego desde el pasado 28 de abril, un fuego que también puede abrasarle a él.

Si algo he detectado en la gente con la que he hablado a lo largo de junio, julio y agosto es un gran asqueo con los políticos profesionales españoles. En Gijón y en Granada, en Madrid y en Valencia, allí donde he recalado en el último trimestre, mis interlocutores criticaban que diputados y ministros siguieran cobrando sus sueldos sin legislar ni gobernar; se incendiaban cuando veían en la tele que fulano o mengano se había ido de vacaciones sin hacer sus deberes, y se subían por las paredes cuando los medios les contaban que lo más probable es que fueran convocados de nuevo a las urnas a mediados de otoño.

El rechazo a que esos comicios sean sufragados con sus impuestos era agravado tanto por el sentimiento de que las clases populares y medias pagan aquí demasiado como por la constatación de que el dinero quemado en nuevas elecciones bien podría servir para solucionar unos cuantos cientos o miles de situaciones angustiosas de compatriotas. Y la necesidad de estas elecciones era cuestionada unánimemente. Progresistas o conservadores, la mayoría de los españoles piensa que hizo sus deberes en los comicios del 28 de abril y que estos arrojaron un claro posible gobierno: el surgido del entendimiento entre PSOE y Unidas Podemos, que debiera ser tan natural como el conseguido por los tres partidos de derechas en ayuntamientos y autonomías. Un entendimiento que, ni al más tonto se le escapa, sería bendecido por un puñado suficiente de diputados nacionalistas vascos y catalanes.

La cosa es alarmante. No había visto tanta hostilidad hacia la clase política desde los momentos más duros de la crisis abierta por la caída de Lehman Brothers y, antes de eso, desde el desencanto que siguió a la transición y los últimos tiempos de Felipe González. Ni tanto hastío con el sistema democrático realmente existente (no el ideal democrático hacia el que deberíamos caminar). Y, desde luego, hacía mucho que no escuchaba a tantos progresistas anunciar que se abstendrían si se repitieran las elecciones, que a ellos ya no van a volver a estafarles, ni siquiera agitando otra vez la posibilidad de que gane el Trifachito.

Las malas noticias para Pedro Sánchez comienzan cuando la mayoría de los españoles le responsabilizaría de la indeseada y probable repetición de las elecciones, según una encuesta publicada el domingo en El Mundo. Coinciden los datos de esa encuesta con mis conversaciones veraniegas. Salvo los hooligans del PSOE, la gente con la que he hablado, progresista o conservadora, no se ha tragado el relato de que el único malvado es Pablo Iglesias. Un relato tan tosco que llevó a la vicepresidenta Carmen Calvo a decir el 25 de julio: “La ambición de Podemos era el Gobierno entero”. Nadie ha visto a Podemos pedir el Gobierno entero, pero sí a Sánchez, Calvo, Ábalos y compañía reclamar todo el patio de butacas del Consejo de Ministros con el 28% de los votos y 123 diputados.

Lo que ha resultado evidente desde la pasada primavera es que Sánchez no quiere gobernar junto a Unidas Podemos por las razones que sean (presión de los poderes fácticos, odio a Pablo Iglesias y a cualquiera que intente liderar una alternativa de izquierdas al PSOE, grandes diferencias políticas e ideológicas con la coalición morada, desconfianza sobre su fidelidad en caso de acuerdo matrimonial…). Y también que ha habido quien le ha dicho a Sánchez que la repetición de elecciones podría resultarle ventajosa porque el PSOE obtendría más escaños que ahora y Unidas Podemos menos. Y que a partir de ahí, y girando de nuevo hacia la derecha en la cuestión catalana y otros asuntos, quizá pudiera recabar con más posibilidad la abstención de parte de la derecha en la posterior investidura.

¿El cuento de la lechera? Por supuestísimo. Amén de que mucha gente de izquierdas (socialistas, podemitas o mediopensionistas) puede abstenerse la próxima vez, ¿es que nadie le ha dicho a Sánchez que la economía española está en plena desaceleración y durante el otoño se moverá en un marco económico global que hasta puede ser de recesión?

Bajan en España las ventas de pisos y coches, los turistas británicos y alemanes van disminuyendo, los despidos han sido masivos a finales de agosto, la deuda está por las nubes… Y esto sin que millones de españoles hayan recuperado la situación socioeconómica que tenían antes de la caída de Lehman Brothers. ¿De veras le dicen a Sánchez sus gurús que en esas circunstancias arrasaría en unas elecciones otoñales? ¿Y si, como suele ocurrir, muchos ciudadanos responsabilizan de la crisis al que está en el Gobierno? Tendría guasa que a Sánchez le pasara lo que le pasó a Susana Díaz en las últimas elecciones andaluzas.

Recogeré para terminar los consejos a Sánchez e Iglesias que más he escuchando este último trimestre. Al primero, que no siga jugando a la ruleta rusa, que negocie con Iglesias un Gobierno de coalición y tire millas. Tiempo tendrá luego para despedir a los ministros podemitas si la cosa no funciona, como hizo Mitterrand con los comunistas en su tiempo. Al segundo, que sea más astuto tácticamente, que no descarte en su cabeza la posibilidad de votar sí gratuitamente a una investidura de Sánchez en septiembre, anunciando a la par que los suyos harán una dura oposición progresista al Gobierno monocolor socialista. Se evitaría así la nueva satanización en la que el PSOE lleva trabajando desde junio y puede que hasta recuperara credibilidad entre la mucha gente cabreada.

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