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Democracia pixelada

¿Por qué se hunden Los Verdes en Alemania?

Miguel Álvarez-Peralta.

A principios de mayo, todos los sondeos daban a Los Verdes como partido ganador en Alemania. Hasta mediados de agosto, seguían disputando la Cancillería con la derecha democristiana de la CDU, el partido de Angela Merkel. Aunque un poco menos cada día. Pero ahora han llegado a las urnas en caída sostenida, relegados al tercer puesto ante la espectacular remontada del socialdemócrata SPD. Los últimos meses han sido un duro revés para el equipo de campaña verde. Veamos algunos factores.

Liderazgo atractivo, construido con tiempo… prematuramente abrasado

En primer lugar, es innegable el buen funcionamiento mediático de Olaf Scholz, candidato centrista del SPD, que se suma a los tropiezos de la candidata verde, Annalena Baerbock, imparable hasta antes del verano. Era la candidata más joven jamás presentada a presidir Alemania, y sin embargo arrasaba especialmente en entornos jóvenes y urbanos, donde sigue prevaleciendo.

Pero la campaña es muy larga, y Scholz la ha cerrado arrasando en los recientes debates electorales, casi duplicando (42%) la valoración de la audiencia alcanzada tanto por Baerbock (25%) como por el candidato de la CDU, Armin Laschet (27%). Está en momento de gloria. Es el candidato más continuista con respecto al celebrado estilo pactista conservador de Merkel, y es quien mejor está capitalizando su despedida. Ha sabido vender muy bien ese continuismo con cambios limitados, desmovilizando así e incluso atrayendo a sectores del centro-derecha.

Portadas de Der Spiegel y Stern, cuando Baerbock lideraba sondeos.

Por su lado, la candidata verde ha "muerto de éxito". Se convirtió muy pronto en el centro de la fiesta, como posible ganadora medio año antes de las elecciones, con lo que atrajo sobre sí toda la atención mediática y una apabullante tormenta de críticas. Algunas de ellas, incluso, fundadas y legítimas.

Entre sus errores, y aunque en España esto parezca una cuestión menor, han hecho especial daño los más de cien fragmentos cortapegados en su reciente libro, publicado en pleno año electoral. ¿No era algo fácilmente evitable? El contraste innovador e impoluto de su perfil limpio, joven (40 años) y femenino, confrontando con dos sesentones inmovilistas, quedó aguado. Nos podrá parecer una nadería, porque España está entre los campeones de Europa en corrupción, y los políticos logran milagrosos másteres o tesis sin que tenga consecuencias. Pero en Berlín esto del plagio ya se ha llevado por delante a más de un ministro. Baerbock tuvo que pedir disculpas y hacer una nueva edición del libro citando las fuentes.

Por si fuera poco, su equipo también "infló" algunos méritos en su currículo, noticia que rápidamente se convirtió en escándalo y le obligó nuevamente a salir a dar explicaciones, nunca suficientes. Otras gotas colmaron el vaso: un error en el protocolo de transparencia del partido provocó inexactitudes en su declaración oficial de ingresos. Son todas cuestiones menores comparadas con nuestras mordidas y cloacas, claro, pero a efectos de torpedear su momentum electoral y arruinar su imagen de honestidad, perfectamente eficaces.momentum

Tomemos nota para el futuro: las candidatas y candidatos emergentes con propuestas de reformas radicales deben ser especialmente impolutas, y sus asesores muy exigentes y escrupulosos, mucho más que los del establishment. Muchos consultores políticos afirman entre pasillos que esto no es así, que todo el mundo tiene sus tropezones y luego son magnificados y mediáticamente reconstruidos, que no se puede hacer mucho al respecto. Pero lo cierto es que una y otra vez en la historia reciente, en países muy distintos, estos resbalones dan al traste con las legítimas aspiraciones democratizantes de los pueblos. Al poder le resulta muy fácil apartar aspirantes acudiendo siempre a este recurso. La incompleta declaración de impuestos de Monedero, y las largas semanas que tardó en salir a explicarla, fueron el primer palo en la rueda del despegue electoral de Podemos, por ejemplo. Tomen nota las organizaciones aspirantes, no pueden permitírselo. Este desgaste mata, da igual si es una complementaria de Hacienda o un legítimo chalé. En cuanto a psicología electoral, que se tenga la razón al final de una polémica importa poco o nada. Más vale blindarse con códigos de honor estrictos y contundentes.

Así, la burbuja de popularidad de Baerbock como candidata verde se fue desinflando durante más de seis meses. No sólo por esas polémicas, más aún por la propia dinámica devastadora de una precampaña descomunalmente larga. Hoy Scholz duplica ampliamente y casi triplica su aceptación entre el electorado, según el Politbarometer de la televisión pública ZDF. Pero ese no es el peor dato para la líder verde: un tercio de su propio partido no quiere verla como canciller. Lo cual es desastroso para el asalto presidencial al que aspiraba esta fuerza. Nos guste o nos desagrade, el carisma de las personas votadas es una clave decisiva en el juego electoral.

El programa sí importa: la guerra sucia contra Los Verdes

El programa suele considerarse una cuestión menor entre politólogos de izquierda. Se ve como algo que preocupa sobre todo a la militancia más crítica, a algunos frikis y a sectores muy educados y minoritarios de la población, pero de ningún modo a la gran masa electoral. Craso error. Efectivamente, suele tener poca relevancia en tiempos de normalidad. La gran mayoría de electores no recuerda dos medidas del partido que vota. En España se han ganado elecciones sin programa electoral.

Sin embargo, cuando una medida extravagante o un patinazo programático sirva para atacar las ocurrencias de un partido emergente, poco conocido, de repente cobra enorme relevancia. Ocupa titulares y portadas, y sus portavoces serán preguntados hasta la saciedad por esas medidas polémicas. Pasó en Podemos con no pocas ocurrencias (Semana Santa, toros, comer menos carne, limitar la concentración mediática). En el caso de Los Verdes alemanes, sus propias bases presentaron enmiendas al programa, que ya incluía duplicar el precio del CO2 del trasporte, para llegar a quintuplicarlo. Tendrá base científica, económica y jurídica, incluso ser inevitable en un futuro inmediato, pero no hay manera de que esa propuesta funcione electoralmente bien. Creó gran revuelo mediático. La evidente campaña coordinada contra las propuestas fiscales, industriales o migratorias de Los Verdes llegó a hablar de "socialismo verde" (activando el trauma de la RDA) y de "ecoterrorismo".

El interés de los alemanes por googlear el término Ökoterror (ecoterrorismo) en aquel momento clave refleja el éxito de esta campaña puntual, bien aprovechada:

Búsquedas del término Ökoterror (ecoterrorismo).

Fue el despegue de Scholz. Algo parecido ocurrió con términos como Grüne Gefahr ("peligro verde") y Grüner Mist ("estiércol verde")Grüne GefahrGrüner Mist, términos despectivos políticamente arrojados contra el partido y su lideresa, coincidiendo justo con la recuperación del SPD en los sondeos, a mediados de agosto. Fueron trending topics del momento. Y después olvidados de nuevo.

Búsquedas de términos como Grüne Gefahr (peligro verde) y Grüner Mist (estiércol verde).

Estos y otros errores fueron convenientemente explotados por sus adversarios y reiterados hasta la saciedad con gran sensacionalismo en medios como Bild (el diario más grande de Europa, quinto del mundo en suscriptores), así como radios y televisiones. Se asoció a Los Verdes con desempleo, desorden, islamismo y la vieja Stasi comunista. Aquí vemos sólo algunos ejemplos:

Captura de varios tuits del diario 'Bild'.

Pero la guerra sucia comunicacional contra el ecologismo no sólo ha ocupado portadas y tribunas. También ha desplegado decenas de miles de carteles anónimos pegados en las calles de cincuenta ciudades y bulos viralizados a través de WhatsApp, Facebook y Twitter. Los hashtag #GrunerMist, #GrüneVerhindern (bloquear lo verde) o #NiemalsGruen (jamás verde) contienen numerosos ejemplos.

Por si esto fuera poco, el machismo imperante en la cultura alemana, quizá más soterrado y sutil que el nuestro, pero no menos eficaz, también tuvo un enorme peso en la desacreditación de la líder verde. Tanto que su propio competidor directo, Scholz, salió en su defensa poco antes del verano: "La igualdad entre hombres y mujeres está lejos de ser una realidad. Lo estamos viendo en la campaña electoral. El trato a Annalenna Baerbock no está siendo limpio ni justo".

Estrategia de alianzas indescifrable y "abrazo del oso"

En su intento de conquistar las principales bolsas de voto, que como en todo país europeo son el centro y la indefinición, Los Verdes se han abierto a la posibilidad de alcanzar acuerdos con todas las fuerzas, salvo la ultraderecha del AfD. Esa transversalidad e imagen afable inicial, nada sectaria, fue uno de los factores que les permitieron arrancar campaña con un salto del 28% respecto a sus últimos resultados.

Sin embargo, la transversalidad también dificultó mantener el arco de tensión durante meses, conforme llegaron dilemas concretos en los que los ecopacifistas debían decantarse de forma necesariamente polémica. En política internacional, por ejemplo, donde La Izquierda postcomunista (Die Linke) plantea la salida de la OTAN, propuesta que goza de escasísima aceptación social. Pero defender lo contrario soliviantaba a sectores de sus propias bases, a quienes nunca faltaba un micrófono abierto.

Más aún, en ausencia de un carisma arrasador, la elevada indefinición según las coordenadas ideológicas tradicionales genera antipatías menos marcadas, pero también complica (no impide) la posibilidad de construir un perfil propio. Y eso prepara el terreno para la fagocitación. El socialdemócrata Scholz, su competidor más directo, apostó con astucia a una estrategia de cero confrontación en público, practicando el "abrazo del oso". Expresó una constante simpatía hacia Los Verdes, incluyendo ostentosos coqueteos con Baerbock (afirmó abiertamente que le encantaría gobernar con ella), y subrayando las medidas verdes de su propio partido. En el tercer debate electoral, Scholz llegó a comprarle en directo todas las medidas económicas a Baerbock, según las iba enunciando. Entonces, desde el punto de vista de un votante verde ¿por qué no votar caballo ganador en vez de tercera fuerza si al final nos incluye y defiende lo mismo?

Esto hizo posible el retorno de voto verde a su partido. Un fenómeno mil veces visto, pero curiosamente no tan interiorizado ni practicado entre las izquierdas: golpear al vecino fortalece la frontera, cerrando el trasvase de electores, mientras que tenderle la mano y abrir puentes con él permite acoger a sus votantes. Recordará el lector la polémica de la inoportuna cal viva, al respecto.

Y por último, la demagogia. El mensaje ecologista es hoy necesario y urgente, pero dolorosamente costoso e incómodo en periodo de campaña. A menudo requiere de largas explicaciones científicas. No es apto para el circo mediático y sus ventanas de dos minutos. Explicar por qué hay que dejar de usar diésel, tasar la emisión de CO2, o imponer la fiscalidad verde ante un demagogo profesional, es una prueba durísima incluso para las mejores retóricas. La respuesta de "vais a destruir empleo con vuestros experimentos" está servida. No importa que el cambio climático acabe de dejar inundaciones brutales y costosísimas en media Alemania. Razón y emoción no siempre se acompañan en la psicología electoral.

Todo partido verde debe hoy prevenir y blindarse contra esa demagogia: hablando en rojo. El verde ya lo llevan impregnado, no hay tanta necesidad de defenderlo. Deben más bien hablar en "lenguaje masivo" sobre industria, empleo, fiscalidad progresiva, cuidados, sanidad. Ir directos a lo que más nos duele a los ciudadanos: el bolsillo, y los servicios públicos. Dejar claro quién pagará la ecotransición, cómo se combatirá la evasión fiscal y creará empleo verde, etc. Ejemplos hay cercanos de esta estrategia.

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El gran problema del ecologismo hoy es que lleva asociada la incertidumbre del propio desastre climático, no es culpa suya: macrorreformas necesarias, enormes costes económicos, qué industria resultará, qué modelo de consumo, y muchas otras preocupaciones. Su única esperanza pasa por lograr ser un gran generador de certidumbre, de empatía y protección. Una gran Madre o Abuela (¿recuerdan a la Carmena imaginada, no la que luego impuso su Operación Chamartín?) del trabajador-consumidor asustado, que antes que revoluciones desea una jubilación tranquila y un futuro seguro para su prole. Así es como Mónica García adelantó a Gabilondo en la Comunidad de Madrid. El resto son, me disculpen, "frikadas identitarias". Y por identitario no me refiero a lo LGTBQ+ ni al feminismo (¿hay luchas más directamente "materiales" y masivas?) sino a las tradiciones activistas en que a menudo se encierran los proyectos progresistas, devenidos en folletines para consumo interno, repensando una y otra vez nuestros propios traumas.

Por supuesto, intelectuales de la izquierda española están ya diciendo que Los Verdes caen por haber sido demasiado moderados, y otros que demasiado radicales. Pero esas no son explicaciones del batacazo, sino justificaciones de su propia línea en nuestro contexto. Y sin embargo, no lo olvidemos, pese a la monumental caída, y si se confirman los pronósticos, el partido está a punto de duplicar sus expectativas iniciales, de lograr el mejor resultado de sus cuarenta años de historia, y de entrar en coalición de gobierno como socio preferente para todas las fuerzas a la vez.

Parece claro que habrá coalición Verdes-SPD, la duda es con quién más se haría el necesario tripartito para evitar la repetición electoral, si con Die Linke (La Izquierda, que roza su suelo electoral en torno al 7%) o con los liberales del FPD (que jamás coquetearon con discursos ultras, y así se han consolidado como socios de gobierno irrechazables para los grandes partidos). Lo primero tiene algo más de aceptación social (2%), pero lo segundo parece mucho más probable por las antipatías entre líderes de partido. Pronto lo sabremos. Y quizá, no lo descarten, lo sufriremos.

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