Desde la tramoya

¡Nos vamos de Ciudadanos!

Quim Torra ha sabido hacer leña del árbol caído y en el parlamento catalán ha dicho que ahora el eslogan de Ciudadanos en lugar del conocido ¡Vamos, Ciudadanos!, va a ser ¡Nos vamos de Ciudadanos! La lista de renegados y fugados –que el president ha leído– es bastante larga, y está causando la impresión en la ciudadanía de que el partido naranja está haciendo aguas. Es muy pronto para diagnosticar un naufragio total, pero que Ciudadanos está cometiendo errores estratégicos graves es ya bastante evidente.

Recordemos antecedentes imprescindibles. Rivera firmó en 2016 con Sánchez un “acuerdo para un Gobierno reformista y de progreso” (Toni Roldán lo ha recordado en un irónico tuit mientras hacía las cajas de la mudanza, tras su dimisión como diputado).

 

El acuerdo, muy presentable para los estándares socialdemócratas y también liberales, no sirvió para hacer presidente a Sánchez, por el veto de Podemos. Y hubo repetición de elecciones. Entonces Rivera y Sánchez se entendían bien, pero esa relación fue complicándose con el paso de los meses y con el acercamiento mayor entre el PSOE y Podemos.

Rivera llegó a ser el político nacional más valorado y Ciudadanos a ser primero en intención de voto justo antes de la moción de censura. Existía la percepción de que el líder y su partido ocupaban un espacio de moderación, de templanza, de valentía en el asunto de la unidad de España, de liberalismo económico pero en posiciones sociales progresistas, que eran en general bien percibidas por mujeres y hombres, de ese ectoplasma informe que llamamos “el centro”.

Y entonces Albert Rivera –pero no sólo él, recordemos que la decisión fue adoptada por el órgano ejecutivo del Partido– decidió competir con el PP y con Vox por pescar en el caladero derecho y convertirse en el partido líder de la oposición frente a Sánchez. Ahí vinieron las críticas endurecidas a Sánchez, convertido en “amigo de separatistas y proetarras”, el látigo constante de Rivera en los debates electorales, la foto de Colón, el abandono de Arrimadas de Cataluña, para elevar el perfil estatal de la formación naranja.

La decisión fue estrictamente estratégica, y a muchos nos pareció un error enorme, porque la nueva narrativa de Ciudadanos contradecía a la tradicional. Ciudadanos había pasado de ser un partido moderado, liberal, capaz de entenderse con los conservadores y los socialistas, a ser sencillamente un partido de derechas, que pacta incluso con la extrema derecha. Los intentos ridículos por simular esa condescendencia con Vox (poniendo a unos cuantos personajes entre Abascal y Rivera en la susodicha fotografía, evitando otras fotos adicionales, firmando en el aire pactos indirectos con la mediación del PP…) sólo acrecentaron la idea de que esa connivencia era real. Fue un regalo maravilloso para el PSOE, que no tardó en desempaquetar, convirtiendo al PP, a Vox y, por supuesto, también a Ciudadanos, en una misma cosa: la derecha reaccionaria. Al PSOE, Ciudadanos le hizo buena parte de la campaña.

El pretendido sorpaso no se produjo, y el PP, con el peor resultado electoral desde hace décadas, siguió siendo el segundo partido del país y, a pesar de su poca altura, Pablo Casado siguió –sigue– siendo el líder de la oposición. Por mucho que Rivera se autoproclamara en ese mismo puesto.

Como siempre en la política, lo peor que puede ofrecer un partido o un líder es una narrativa contradictoria. Y la de Ciudadanos no sólo ha resultado estratégicamente contradictoria. Peor aún: Ciudadanos está en una contradicción ideológica permanente. Atrapado entre el disgusto exagerado e injustificado de Rivera por Sánchez, y la necesidad de comportarse como un partido moderado, Albert Rivera está en este momento sufriendo las consecuencias del oportunismo, del cálculo tacticista. Pudiendo haber hecho alcaldesa a Begoña Villacís y presidente a Ángel Gabilondo, pactando con el PSOE, por ejemplo, ha preferido ser ahora el bastón de Martínez Almeida y de Díaz Ayuso. Pudiendo haber adoptado una posición moderada en Cataluña, ha preferido renunciar a su liderazgo allí, enfrentándose incluso a Manuel Valls o al mismísimo Macron en Europa.

Ciudadanos ha elegido mal momento para ser coherente. Cuanto más tarde en romper la foto de Colón y hacerla olvidar, más vías de agua van a abrirse en el poco estable barco naranja.

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