El desastre que viene Luis Arroyo
Enmerdar a un político, guía rápida
Es gratis e inefable. Funciona mejor con los políticos de izquierdas. Si son de Podemos, el resultado es mejor si cabe. Es también sencillo y muy satisfactorio de los instintos más primarios.
La primera tarea es buscar una acusación verosímil. No veraz, que eso es lo de menos. Tan solo verosímil. Y luego adornarla con algunos aderezos suculentos para que el asunto se convierta en objeto de conversaciones tabernarias.
Por ejemplo, seguro que puedes encontrar a un señor que acuse a un diputado como Errejón de haberle propinado una patada. Si el señor (llamémosle “sexagenario” mejor), además padece cáncer y la supuesta patada fue precisamente en el estómago, mejor.
También puedes recordar un inofensivo acto por la libertad religiosa en la muy improbable capilla de la muy roja Facultad de Sociología y Políticas de la Complutense, hace una década, para acusar a Rita Maestre de ofender los sentimientos religiosos. Aunque se limitara a abrirse la camisa, no te costará convertirlo en un “topless” ante la santa cruz, que además activará a una horda de idiotas que la insultarán cada día en las redes sociales.
Las posibilidades son inmensas. Una asesora del Gabinete de la ministra Irene Montero, en manos de una imaginación calenturienta, puede convertirse en “la niñera”, porque durante un rato cuidó del bebé de la ministra. Para esto es imprescindible que la acusada sea mujer. Yo, siendo su director de Gabinete, cuidé en algunos momentos del niño de mi jefa, la ministra de Vivienda Carme Chacón, y nadie me habría acusado de ser el niñero de la ministra. Los hombres tenemos algunas ventajas como ésta en la vida.
Como se ve, no hace falta ser un ministro, como lo fueron José Manuel Soria o Jorge Fernández Díaz, para montar operaciones complejísimas, con buenos asesores y penalistas sabuesos y excomisarios sin escrúpulos. En esas condiciones, por supuesto, la cosa se simplifica: puedes amargarle la vida a una juez como Victoria Rosell, impidiendo que se presente a unas elecciones al Congreso, o incluso generar una causa completa asentada en falsedades contra algunos independentistas catalanes. No, no hace falta ser un ministro ni un mafioso ni un millonario para montarle un buen lío a un político indefenso. Cualquier chorrada vale.
No hace falta ser un ministro, como lo fueron José Manuel Soria o Jorge Fernández Díaz, para montar operaciones complejísimas, con buenos asesores y penalistas sabuesos y excomisarios sin escrúpulos
Conseguir que le imputen será sencillo. Basta con presentar una demanda en un juzgado. Los tribunales están saturados y los funcionarios hasta arriba de trabajo, pero atenderán cualquier demanda o querella de un ciudadano contra otro para no dejar a nadie en indefensión. Si un ciudadano cualquiera se empeña en fastidiar a otro denunciándole en falso, estará cometiendo un delito, pero su acción puede ser un auténtico calvario para el demandado. Hay una miríada de abogados y asociaciones de extrema derecha que estarán encantados de hacer el trabajo de acusación popular.
Si además el código deontológico del partido del afectado establece que basta la mera imputación para que el político deba dimitir, o si se logra generar un clima de demasiada controversia en torno al asunto, como le ha pasado a Mónica Oltra, entonces hacemos “bingo”.
Una vez admitida a trámite la demanda o la querella, solo hay que tener el teléfono de algún periodista poco exigente, que pueda titular cosas como “Errejón imputado por pegar a un sexagenario”. El medio no estará mintiendo, pero habrá ignorado la tan cacareada presunción de inocencia y habrá dado vuelo a una falacia. También aquí la oferta de voluntarios es abundante en la extrema derecha: panfletos digitales, inquisidores contemporáneos siempre prestos a tirar la primera y la última piedra, tribus de fachas muy activos en Twitter… Con un pequeño empujón, el político se verá en la televisión sentado en el banquillo, que es la recompensa más preciada para el promotor de la acusación. Y como el “tribunal” de la opinión pública es mucho más rápido al deliberar y también más prejuicioso y maleable, con cuatro imágenes y un par de datos cogidos por los pelos, a un político se le puede organizar un auténtico aquelarre, que puede destruir su vida personal y profesional.
Si Antonio Caño, el exdirector del principal diario progresista de España, afirmó esta semana que “hace cuatro años intentamos evitar desde El País el pacto de Sánchez con populistas y separatistas porque creíamos que eso era malo para la izquierda y para España”, ¿cómo no va a sentirse legitimado cualquier mindundi para atacar a esos políticos peligrosos, comunistas y pecadores?
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