... Coque. Su cumpleaños y el nuestro

El pasado viernes fui al cumpleaños de Coque Malla, celebraba 40 años sobre el escenario y sus 40 eran también los nuestros, de los que estábamos al otro lado, en la orilla de la escucha. A partir de cierta edad, las velas de la tarta tienen una llama de nostalgia que parece de broma, de esas imposibles de apagar. Y sin embargo, la llama del cumpleaños musical y vital de Malla ardió de celebración por lo vivido, fue una explosión de energía que entraba por cada oído y acababa contagiando a toda la comunidad a través de la respiración.

Y a pesar de que seríamos unos quince mil los asistentes, la fiesta tenía un aire profundamente familiar. De pronto la imagen de su madre, nuestra Amparo Valle, su voz inconfundible y poderosa llenándolo todo. Más tarde, la memoria recuperó a su padre, nuestro Gerardo Malla, en forma de canción, Una sola vez y de peli en super 8. Y me emocionó un detalle, la dedicatoria de Coque terminaba así: “con permiso de mi hermano”. Se refería a Miguel, que estaba junto a él en el escenario y en muchas de aquellas escenas del pasado. El valor de esa deferencia cariñosa y respetuosa la entendemos bien quienes compartimos la condición de hijos con otros…

Y antes de todo aquello, la aparición de su hija Cayena, 12 años. Entró sin avisar, como los adolescentes cuando llegan del instituto y tiran la mochila en el sofá, y se arrancó a bailar junto a él. Fue una de esas secuencias que te pellizcan el corazón y te empujan a echarte un baile imaginario con tu padre, igual que cantáis a dúo siempre que escuchas el Something stupid de Frank y Nancy Sinatra…

Me pareció que el gesto simbolizaba la amistad pura: si necesitas mi voz –y esto puede tener muy diversas lecturas–, cuenta con ella

Sí, estábamos en una fiesta familiar, de familia y de amigos, esos con los que a veces compartimos otro tipo de genética, por ejemplo, la musical. Por allí pasaron, entre canciones y abrazos, Dani Martín, Rulo, Anni B. Sweet, Ariel Rot, Kase.O, Iván Ferreiro, bailando feliz como un niño y Leiva. Me detengo en este último, porque llegó convaleciente de una operación en las cuerdas vocales. Quienes hemos pasado por el trance, sabemos del miedo de las primeras veces con la nueva voz, de la inseguridad y la angustia cuando tienes que pronunciar dos o tres palabras en público. Pero Leiva pidió disculpas y se arrancó a cantar ante miles de personas, era el cumpleaños de su amigo y no podía faltar. Y a mí me pareció que el gesto simbolizaba la amistad pura: si necesitas mi voz –y esto puede tener muy diversas lecturas–, cuenta con ella.

La fiesta estaba a punto de terminar y Coque había abandonado el escenario tras esa primera despedida –todos sabemos que no es la definitiva, pero siempre jugamos en complicidad con el artista y lanzamos el rugido que él espera: “¡otra, otra!”–. Y entonces, reapareció en el escenario con el chaleco sin camisa y no había más que decir, todos supimos que llegaban ellos, Luis Martín, Luis García y Ricardo Moreno, Los Ronaldos. 

Entonces sí sentí una punzada de nostalgia. Cuando Coque dijo: “Mi banda favorita” pensé en cada “fue el amor de mi vida” que se dice de quien ya no está. Pero estuvieron, vaya que sí y el público explotó de alegría. Y hasta Coque pareció disfrutar, a lo loco, con la versión ronalda de “la canción de las bodas” que ya había sonado con Anni B. Sweet y que había anunciado al inicio del concierto en tono de peaje inevitable por cariño a los fans…

No sé si te gusta o no el estilo artístico de Coque, pero, en realidad, da igual. La lectura de aquel encuentro es sobre todo vital, porque el gusto siempre es individual pero la fuerza de la emoción colectiva es un hecho universal. Los años vividos por cada músico son también los años vividos por quienes vibran con sus melodías y la música, una de las pocas cosas que le dan sentido a este sinsentido que es a veces la vida. La vida, eso que nos sucede “Una sola vez”.

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