Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
Ha muerto mi vecina, la que me encontraba tantas mañanas en el portal. Por las tardes solía verla en el banco del bulevar, con su marido –“él es mayor que yo, está muy delicado”–. Me lo contaba bajo el sol del otoño o a la sombra del verano. La pareja modificaba las horas y el banco elegido, huyendo del exceso de frío o de calor en función de la estación, lo que no cambiaba era la rutina que practicaban desde hace décadas: sentarse juntos a ver pasar la gente y la vida.
Mi vecina era muy morena, muy habladora y muy sonriente. Vitalista, sociable, comunicativa y enérgica. Menuda pelea si intentabas subirle el carrito de la compra por el tramo de escaleras inevitable hasta el ascensor: “¡Que te vas a hacer daño, que yo puedo!”, decía con autoridad castrense y allí nos tirábamos un rato las dos, forcejeando para cargar con el Rolser.
Tenía un porrón de hijos mayores que seguían viniendo, la puerta de su casa se abría y se cerraba muchas veces al día, así recuerdo yo la de mis padres cuando era niña… Y si alguna de esas aperturas nos pillaba a mi perra y a mí de camino a casa, Betty aprovechaba para colarse en su recibidor, creo que le atraía el olor de ese hogar, a buen guiso y a buena gente.
Barrios enteros cambian colmenas de vidas cotidianas por contenedores temporales de turistas, algún día sentiremos el inconfundible dolor de la pérdida
Siento mucho aprecio por esa mujer, pero solo fui consciente de lo importante de su presencia en mi bloque y en mi vida cuando otra vecina me contó que había enfermado repentinamente, que estaba grave. A los pocos días, en el portal, pregunté a sus hijas y rompieron a llorar. Yo volvía de viaje de trabajo y tan solo unas horas antes, ella había emprendido el último… Mientras arrastraba mi maleta, caí en la cuenta de que ya nunca me pelearía con ella por subirle el carro y sentí ese inconfundible dolor de la pérdida.
Me pregunto cuánto tiempo nos queda de sentir algo como esto, la tristeza por la muerte de tu vecina, la del piso de abajo. La nueva vida de las ciudades la protagoniza gente de paso… que pasa. Florecen las maletas, se marchitan los carritos de la compra y los bloques se van vaciando de contenido, si no hay vecinos no hay historias de una escalera. Barrios enteros cambian colmenas de vidas cotidianas por contenedores temporales de turistas, algún día sentiremos el inconfundible dolor de la pérdida.
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