El tiempo juega en contra, pero no de Sánchez

El Congreso de los Diputados estaba reventón, como una estación de metro. La inminencia de unas elecciones anticipadas o una cuestión de confianza gravitaban sobre la Corte de los Leones, sobre el Gobierno y sobre los media que marcan y definen las hechuras de la política nacional. Pero nadie contaba, en este miércoles agostado por la corrupción y la incertidumbre, con que el sanchismo es un acto de supervivencia y redención. El presidente del Gobierno se paró, templo y mandó durante una sesión a la que se había inyectado una sobredosis de vida rutinaria. Como en un videojuego, después de tomarse la comparecencia como quien presenta un informe de gestión del PCUS, Sánchez escuchó a todos los grupos parlamentarios y pasó de pantalla.

El hemiciclo tenía más aroma a democracia que a Vogue. En el subtexto de cada intervención estaba presente la misma reflexión: la realidad política no puede desplegarse bajo los pies de la UCO, el Poder Judicial no puede tumbar un Gobierno legítimo y así en este plan. De modo que la sesión del Congreso principiaba el fin del sanchismo pidiendo perdón a eso de las nueve de la mañana y terminaba a la una siendo un debate sobre el estado de la nación, versión reducida, cuando se verificó que Pedro Sánchez había convencido a todos los grupos parlamentarios que apoyaron su investidura en 2023 de la continuidad de la legislatura, incluidos PNV y Junts.

La intervención de vascos y catalanes ha consistido, mayormente, en ponerse de perfil, expresar la ofensa y un fuese todo y no hubo más, amenazando con una cuestión de confianza que depende de Pedro Sánchez. Gabriel Rufián (ERC) va con todo. Como Yolanda Díaz, cree en la honradez del presidente. Y el radar registró un átomo de verdad: querido y desocupado lector, los nacionalistas nunca serán los culpables de poner en riesgo la España plurinacional. Con esta divisa, salieron los toros del tercer encierro de la Carrera de San Jerónimo.

El verdadero pecado está en la derecha, cambiante y sonriente. El verdadero pecado está en Alberto Núñez Feijóo, que comenzó inspirado por la aznaridad tras el congreso nacional del pasado fin de semana y terminó desnucado, como quien se tira desde la segunda planta de un prostíbulo repitiendo la misma soflama contra el PNV que en 2023: “Ustedes sabrán”. El líder del PP comenzó irónico y sarcástico, duro y feroz. Pero todo fue una puesta en escena que se desmontó en la réplica. Los votos siguen estando contados y a Feijóo le faltan cuatro para consignar en la oficina del Congreso una moción de censura. Como dijo en su día Aznar: “Ni le alcanza ni le llega”.

El presidente del PP continúa siendo un político asediado por Aznar en el partido, por Ayuso en Sol y por su escasez de votos en el Congreso de los Diputados. Ese sigue siendo su mayor problema. Es su sino desde que llegó a Génova. Nunca llegará a los 160 que la FAES le exige para entregarle su confianza y confirmarle como candidato a la presidencia de España.

Feijóo sigue sin saber qué hacer. Con Vox o sin Vox, con corrupción o sin ella, no es capaz de articular un proyecto. Un hombre sin proyecto no puede poner en marcha un país. En cuanto pierde los nervios dispara contra todo y contra todos, hasta el paroxismo, y el tiempo juega en su contra más que contra Sánchez. Ni la fachosfera ni el juez Marchena logran elevarlo a otra posición que no sea la de eterno líder de la oposición. Tras el cónclave del fin de semana y la sesión parlamentaria de hoy, en el PP ya saben que sólo es un líder provisional al que se busca desde noviembre un recambio.

En cuanto pierde los nervios, Feijóo dispara contra todo y contra todos, hasta el paroxismo, y el tiempo juega en su contra más que contra Sánchez

Pedro Sánchez ha conseguido convencer a la mayoría de grupos de la investidura. Alberto Ibáñez (Compromís) se reconoció en las medidas contra la corrupción anunciadas por el presidente. Sánchez ha logrado convertir un escándalo de corrupción en un hecho puntual. Vox juega en otra liga, la de las redes sociales. Nadie quiere ver a Santiago Abascal en el Gobierno y nadie quiere que la política escape de la normalidad. Aznar puede seguir siendo el príncipe de todas las derechas y Feijóo el eterno segundón que nunca llegará a más. Quizá de eso fue la sesión parlamentaria de este miércoles, de buscar un punto de normalidad entre el conjunto de partidos que apoyaron la investidura de Pedro Sánchez en 2023. Alcanzar en la cotidianidad la dignidad de lo misterioso, de eso va también esta legislatura. Dicho de otro modo, la corrupción aislada no ha sido razón suficiente para interrumpir la legislatura.

Desde la tribuna del Congreso se ha escuchado el suspiro de alivio de toda la clase obrera. Este era uno de los objetivos que sobrenadaba en la piscina del Congreso. La otra, la más importante, la pronunció hace muchos años Javier Pradera y hoy, mientras Sánchez hablaba, volvía a escucharse casi espectral : “Que lo vote su puta madre... y yo”.

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