Qué ven mis ojos

El caso de la muerte de la socialdemocracia

"No hay peor negocio que comerciar con lo innegociable: quien lo vende, se queda sin nada".

No se sabe si ha sido un crimen, un accidente, una enfermedad incurable o un suicidio, pero la socialdemocracia ha muerto. Su silueta está pintada con tiza sobre las calles de Madrid, de Londres, de Roma, de Berlín o de Atenas, pero ni la policía ni los politólogos han dado con los asesinos… Unos dicen que la culpa es de sus líderes, porque no supieron hacerse entender o porque se han arrodillado ante los todopoderosos que tienen el planeta metido en un puño; hay quien cree que la responsabilidad es de sus votantes por quedarse en casa cuando hay elecciones y quienes afirman que la culpa es de los mensajeros, es decir, de los periodistas; muchos señalan a la banca, al gran capital, a la dictadura sigilosa del neoliberalismo; y también existe la sospecha de que esta historia pueda ser otra versión de Fuenteovejuna Asesinato en el Orient Express, de manera que a la víctima la hayan matado entre todos los personajes del drama. Los inspectores de la brigada de homicidios trabajan en las comisarías, mientras que en los medios de comunicación plantean hipótesis, eslóganes y teorías los cuerpos y fuerzas de seguridad del estrado; pero lo cierto es que por ahora no hay pistas, sólo conjeturas. En estos momentos y hasta nuevo aviso, todo parece indicar que los culpables quedarán impunes. En un continente donde antes se escuchaban campanas de libertad, en estos momentos se oye el sonido de las copas de champán con las que brindan los ladrones. O el de los vasos que se llenaban en Santiago de Compostela con las botellas de Vega Sicilia que le solía mandar al presidente de la Xunta el empresario del transporte cuyos autobuses trabajan para el Gobierno gallego.

Que te alabe el enemigo sólo habla mal de ti

Tras llegar a sus oídos esa noticia, la mayor parte de los ciudadanos de Europa se sintió confusa. Hubo quien cerró con llave las puertas de su casa, quien la llenó de alarmas y cerrojos y quien prohibió a sus hijos salir por la ciudad sin compañía. Alguien leyó un artículo en el que se decía que el problema de España es que aquí no hay partidos sino escuadras, que no los apoyan militantes o afines, sino hinchas, y que eso explica que la corrupción sea pasada por alto con tanta ligereza, como si no importara el delito, sino quién lo cometa. Por ejemplo, los que hoy querrían soltarle los perros a la alcaldesa de Madrid por peatonalizar temporalmente la Gran Vía, aunque eso haya reducido el veneno del aire un treinta y dos por ciento, ¿no serán los mismos que mañana llamarán populistas a quienes critiquen a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, por aparcar su coche oficial un buen rato en el carril bus de esa avenida, para ir de compras a unos grandes almacenes? ¿No serán los mismos que aplauden a Esperanza Aguirre cuando afirma que denunciará esos cortes de tráfico ante la Justicia, igual que si no fuera alguien que se dio a la fuga, derribó la moto de los municipales y se escondió en su residencia cuando le pidieron la documentación, por estar allí, estacionada donde no debía? ¿No serán, incluso, los mismos que no dijeron esta boca es mía cuando la Empresa Municipal de Vivienda vendió en 2013 a un fondo buitre mil ochocientos sesenta pisos sociales y le dio de propina sesenta y dos plazas de aparcamiento y veinticinco locales comerciales?

La socialdemocracia es un fantasma que recorre Europa, pero andando hacia atrás, y al retroceder ella lo hacen los derechos de las personas a las que representaba, que han sido avasallados mientras la antigua izquierda miraba hacia arriba, es decir, para otra parte. Sus jefes no se dieron o no quisieron darse cuenta de que el neoliberalismo era justo lo contrario del Estado del bienestar que los sustentaba y que cuando renunciaron a él estaban cavando su tumba a la vez que la nuestra, porque no hay peor negocio que comerciar con lo que debe ser innegociable, por muy alto que sea el precio que te paguen por ello. Cualquiera sabe que venderle tu alma al diablo acaba mal, te deja vacío, es pan para hoy y hambre para mañana.

Las banderas rojas han sido arriadas en la Moncloa, en el Elíseo, en el palacio del Quirinal, en el número 10 de Downing Street, en la Plaza Sintagma… Las pesquisas siguen en marcha, pero la resurrección no existe, así que la pregunta ahora es otra: si la socialdemocracia ha muerto, ¿con qué vamos a sustituirla?

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