El presidente de la Argentina puso de moda la fantochada de la motosierra y los apóstoles del recorte social le siguen. Lees las declaraciones de nuestros ultras y de la derecha más cercana a ellos –no se sabe ya quién es el satélite de quién– y primero te das cuenta de lo poco que les interesan las personas, a las que intentan hacer invisibles tras las banderas, patria por aquí nada por allá, y luego, si investigas un poco, ves lo que tienen en el doble fondo del baúl y tras la cortina de humo: se lo están llevando crudo. Sobresueldos, desvíos de dinero destinado a sus partidos, mordidas en los negocios que generan las privatizaciones, tráfico descarado de influencias, beneficios de toda clase que se ganan sustrayendo lo de todos para lujo de una élite que vive de engañar con fantasmas a quienes los secundan: España se rompe, enfatizan, mientras le hacen agujeros a todas las cajas fuertes del país.

Esa gente que se opone a la subida de las pensiones o del sueldo mínimo cobra toda ella de la política, ninguno menos de ciento y pico mil euros, más dietas, complementos, etcétera. Su patrimonio, tanto inmobiliario como en efectivo, crece como la espuma mientras el nivel de vida de los demás se estanca o merma, y lo que no les dan por las buenas, algunas y algunos lo roban, ni siquiera creo que convencidos de que la nación es suya y por lo tanto sus bienes les pertenecen, sino al contrario, porque esto no tiene nada que ver con ideologías ni filosofías: saben que están cometiendo un saqueo, pero han visto ya a tantos de sus iguales hacer lo mismo e irse de rositas, que no tienen miedo. Y si hay algún problema, ya vendrán ciertos jueces a echarle tierra encima al asunto. O a retrasar una y otra vez el juicio al que estaban citados, tal vez hasta que los presuntos delitos prescriban y a los díscolos que se atrevan a decir que no confían en la justicia se les llame tremendistas, se los acuse de desacreditar uno de los pilares del Estado de Derecho, por muy torcido o sesgado que esté. A la salida del atraco, hay quienes los vitorean. Bendita inocencia, hay ingenuos que viven dentro de un discurso, allí donde la realidad ni se ve ni se oye. 

Esa gente que se opone a la subida de las pensiones o del sueldo mínimo cobra toda ella de la política, ninguno menos de ciento y pico mil euros, más dietas, complementos, etcétera

El escándalo se ha hecho tan continuo, salpica tantos nombres y apellidos célebres, que la sociedad lo recibe como el pan nuestro de cada día, con cierta resignación y agarrada a la idea de qué más da unos que otros si todos son iguales, que es una tabla rasa que siempre beneficia a las y los malos, a quienes de verdad lo son pero gracias a la generalización se disimulan y escabullen entre la muchedumbre. ¿Es posible que las mayorías logradas en unas elecciones sirvan para que cargos sospechosos de diferentes maniobras que los han enriquecido a ellos o a sus allegados usen esos escaños para bloquear comisiones que investiguen lo ocurrido? Pues sí, igual que otros usan el mismo caudal que han logrado de forma ilegítima para pagarse unos abogados que les saquen las castañas del fuego. No les funciona siempre, pero sí demasiado a menudo. ¿Por qué en Galicia y en el resto de España no puede investigarse si lo que se dice de la familia de Núñez Feijóo es verdad o es mentira? Es sólo un ejemplo, entre muchos posibles.

La motosierra sigue en marcha. Nosotros pagamos el combustible con el que funciona. Hay demasiados bailarines moviéndose al ritmo que marca su motor. Cuando Trump, que ya ha abierto la guerra comercial que quería contra China, México y Canadá, –algo que sólo perjudicará la economía mundial y les traerá problemas a los consumidores de allí y aquí– imponga otros aranceles a productos españoles, ¿qué dirán los grandes patriotas, que además también son, aunque no se atrevan a decirlo, antieuropeístas? Ya se lo adelanto yo: nada o Sánchez, como siempre. Son la voz de su amo y su único amo es el becerro de oro, se lo pongo así para que lo entiendan, ya que sostienen ser tan piadosos. Es lo que hay. 

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