Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
Si no consigues armar una instrucción penal sólida, siempre puedes caldear el ambiente y dejar al pueblo el último empujón a la banqueta. Puedes también convertir tu juzgado en un plató y luego apelar a las garantías judiciales de instancias superiores para que corrijan decisiones irreparables. Total, los efectos que se buscan ya se han consumado. En la causa contra Begoña Gómez lo importante no es la pena, son los titulares que se construyen hasta llegar a ella. Hay una cifra elocuente para explicar la última aberración judicial de Juan Carlos Peinado. De los 2.664 juicios celebrados en Madrid en 2024, sólo uno se celebró con jurado popular por delito de malversación. Un 0,037% de un total de 1,8% de vistas con jurado (la práctica es residual), en datos del TSJM. Uno de 2.664 es la lógica que tiene la decisión de Peinado. Lo hará, dice, si llega a juicio. ¿Quién duda de ese final? Primero hizo una instrucción basada en recortes de prensa y después quiere dar la palabra directamente a quienes leen esos recortes. Luego hay quien se pregunta por qué la intención del juez es política o por qué se percibe una conducción temeraria y algunos la ven incluso prevaricadora.
Dieciocho meses después de abrir la causa bajo un secreto de sumario que resultó irregular (sic), el juez Peinado no tiene capacidad de apuntalar en lo penal ninguna de las piezas abiertas contra Begoña Gómez, así que ha decidido que lo hagan otros. Sabe que su causa no se sostiene en un tribunal profesional. Porque una cosa es que la Audiencia Provincial de Madrid valide alguna de sus decisiones para que continúe, otra distinta es que llegue a algún sitio. La última sirve de ejemplo. Descartó el delito de malversación atribuido a Gómez y a su asesora. Lo intentó colocar en La Moncloa y al ministro Félix Bolaños. Una vez el Supremo lo tumbó —“no hay el más mínimo respaldo indiciario”—, se lo recolocó a Gómez y a la asesora designada por libre designación. Prospección y volantazo. Con el volcado de años de correos electrónicos mediante.
A Peinado le delata la alegría con la que el PP ha celebrado el tribunal popular. En una causa politizada, con un profundo sesgo político, en un Madrid polarizado con mayoría absoluta histórica del PP
A Peinado le delata la alegría con la que el PP ha celebrado el tribunal popular. En una causa politizada, con un profundo sesgo político, en un Madrid polarizado con mayoría absoluta histórica del PP, donde los ultras se han manifestado en la sede de Ferraz durante semanas apaleando un muñeco de Pedro Sánchez, las condiciones de un tribunal popular para juzgar a la mujer del presidente son tan previsibles que la decisión solo puede ser a sabiendas injusta. Es más, cuando una causa penal inunda el espacio mediático y se forma una opinión pública sobre el comportamiento de Begoña Gómez, es imposible que esa bancada tenga garantías de imparcialidad. Al margen de si Gómez gestionó con mayor o menor acierto y celo su máster profesional, dejar en manos de ciudadanos elegidos por censo un juicio penal con la ultraderecha como acusación particular es una irresponsabilidad impropia de la Justicia en este país. Del daño que causa Peinado a la imagen de los jueces ya hemos hablado en otras ocasiones.
La deriva del juez Peinado no le viene bien a nadie. Se habla mucho de la degradación de las instituciones. A quien le escandalice que el fiscal general del Estado no se aparte y al tiempo contemple con normalidad la causa contra Begoña Gómez, no le preocupan las instituciones, solo está alimentando su sesgo.
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