No es "guerra cultural", es pura política

Había pasado antes, pero no con tanta fuerza. La agenda de Vox que desborda los márgenes de los consensos sociales se está normalizando desde la derecha por ambos partidos y votantes como si nos estuviéramos jugando un derbi (concretamente el derbi antisanchista) y nada tuviera consecuencias en la vida real; como si las nuevas coaliciones no fueran a legislar acorde a sus pactos. Hay quien justifica a Vox como los del ‘ruido y poco más’, una fuerza cabreada y adolescente que en plena borrachera te rompe una parte del mobiliario fácil de reemplazar. Pero el problema no es el cabreo, son sus políticas

Es cierto que la batalla cultural es un camino de ida y vuelta, como escribió James Davison Hunter al popularizar el término en los noventa: “La política es un artefacto de la cultura. Es un reflejo: la cultura respalda nuestra política”. Y como ha rematado la periodista de El País en redes: “El problema empezó cuando dejamos que llamaran 'guerra cultural`' a los derechos de la mitad de la población”. Y, mientras, se ha puesto más énfasis en desmontar la ‘batalla cultural’ que poner pie en pared al impacto de su agenda de gobierno. Se ha rebatido más la dialéctica ultra que sus consecuencias.

El PP/Vox en Valencia ha tenido ya los primeros chispazos de homofobia. Y cuando el alcalde de Nájera (Vox) prohíbe las banderas en edificios públicos, a continuación un vecino ha tenido que retirar la suya del balcón tras recibir insultos. La reacción ha cubierto los balcones del pueblo de banderas. Consolidando una ecuación que acaba de empezar. El estrés social y la alerta continúa ante sus actos. 

La retirada de banderas arcoíris responde a las únicas familias que caben en Vox. El gobierno ultraconservador de Giorgia Meloni, partido hermano de Vox, ha ordenado a los ayuntamientos dejar de inscribir hijos de parejas del mismo sexo. El ministerio público ha ido a por 33 familias para modificar las actas de nacimiento y borrar a la madre no gestante. Una crueldad con la infancia de una realidad que convive hace años con nosotros: Sanna Marin, ex primera ministra de Finlandia, es hija de dos madres lesbianas. 

Vox no es un partido normal. Y cuanto más cuota de gobernabilidad cede el PP, más embrutecidos están los de Abascal

Más traducciones. La guerra de Vox contra los avances de la ciencia son un riesgo para la salud pública. Al principio de la pandemia, los de Santiago Abascal coqueteaban con el cuestionamiento de las vacunas. Hasta que Federico Jiménez Losantos les llamó bebelegías. Pero muchos siguieron cuestionando en silencio al gobierno por imponerlas (sic). Ahora sabemos que el xenófobo y negacionista Gabriel Le Senne, presidente del Parlament balear y segunda autoridad del Gobern, no vacunó a sus hijos y está “muy contento”. No está en el gobierno, una garantía de que su negacionismo se traduzca en recortes y dejaciones sanitarias. 

El precedente valenciano ha envalentonado a la dirección nacional de Vox que ahora aporrea las puertas del resto de gobiernos autonómicos donde el PP los necesita. En Extremadura María Guardiola ha sido explícita contra ellos. No es la palabrería de los cinco diputados (todos hombres) donde pone pie en pared, son las políticas. Entre otras, el pin parental en las escuelas o retirar del consejo escolar a las asociaciones que apoyan a los menores homosexuales.

La guerra cultural muta ahora en lo concreto y afecta a la buena imagen de España. Hay riesgo de quedar reducidos a chascarrillos xenófobos, retrógrados y post franquistas, ese cliché contra el que tanto hemos peleado con corresponsales extranjeros y que ahora Vox ensalza. La imagen exterior se traduce en influencia, y esta en peso político y en una mejor defensa de los intereses nacionales. Una cadena reputacional que ya ha tenido su primera réplica en Politico.eu, el digital más leído en Bruselas, cuya agenda incluía el “poco cerebro Vs. penes” en referencia a Gabriel Le Senne y su idea sobre la beligerancia femenina; o la retirada de banderas LGTBI y un recordatorio de cómo Polonia dio marcha atrás por la amenaza de retirada de fondos. 

No es un marco ideológico, es político y se concretará en normas y en leyes. Vox no es un partido normal. Y cuanto más cuota de gobernabilidad cede el PP, más embrutecidos están los de Abascal. Para quién quiera comparar coaliciones, los primeros acuerdos de gobierno del PSOE con Podemos fueron el Ingreso Mínimo Vital y la subida del Salario Mínimo Vital a 965 euros. A este lado de los pactos de 2023, hay una vuelta a la violencia intrafamiliar o la desaparición de las consejerías y concejalías de igualdad. Esto sin haberse formado la mitad de los gobiernos pendientes. 

Los populares han criticado a Sánchez hasta la saciedad por sus pactos a la izquierda y con independentistas. A los populares les pasa lo contrario, por pactar con Vox no tienen alianzas con nadie. Hay parte del PP intentando normalizar a Vox, su gran enemigo electoral nutrido por ex votantes. Pero esa escisión ha mutado. Ahora son una corriente que no reconoce la mitad de los derechos de la mitad de la población. Y mientras se exige al PSOE que busque otros socios, hay un silencio cómplice que no pide lo mismo al PP.

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