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Caníbales

“Todavía tienes pecado”

Habíamos quedado a comer para hablar de cine y de amor y, al terminar, en vez de una copa pedí una cama. No, no por el amor, sino porque mi amigo había salido de casa cargado de razón y de razones y, cuando me las echó encima, me provocó una migraña mundial.

Hay un disclaimer importante, y es que yo venía abonada por una conversación difícil la noche anterior:

–Él es amado, no amante –me dijeron–.

–¿Cómo?

–Que sí, que le gusta que le amen más que amar.

–Ah.

–Y tú, ¿qué eres?

–Yo ahora mismo no soy nada. No existo. Estoy en plena depresión.

–Pregunto en serio.

–Contesto en serio.

–Venga…

–Pues como estoy deprimida, me pido amada también. Que me quieran, que ando vacía y así me lleno.

–A los vacíos no se les quiere y sólo te puedes llenar sola.

–Eso ya lo sabía.

–Pues ponlo en práctica.

–Acabamos de entrar en un bucle.

–Venga, salimos. Vamos al cine.

El de las preguntas difíciles es un amigo que prefiere mantener el anonimato. El del restaurante es amigo y, prefiera lo que prefiera, lo mantengo en el anonimato porque, nada más entrar, me mira de arriba a abajo y me dice:

–Tú todavía tienes pecado.

Y yo, que no tenía ni hambre, me quedé con la frase para poder escribir esta columna. (Recojo frases, sí, para poder alimentar al hombre que habla en voz baja y que no me deja abandonar esta sección a pesar de que se lo he suplicado).

–Que sí, que todavía tienes pecado.

Mi amigo el pecador llevaba sobre la cabeza su propia nube de problemas, un nubarrón del norte, de los que descargan y dejan olor a hierba y a felicidad.

–Y eso que las mujeres me tenéis hasta los cojones.

(Segundo paréntesis: la UNESCO debería establecer “El día sin cojones”; el día en que nadie estuviera hasta los cojones; el día en que nadie hiciera nada por cojones).

–No me mires así: estoy hasta los cojones.

–(…)

–Todo el rato andáis en crisis, preocupadas con los años y perder el culo; cuando la edad lo único que garantiza es que los tíos perdemos la polla.

Éste es el momento en que alguien se baja de la columna indignado y lo siento, pero esto no es ficción sino documental: éstas son las conversaciones que tenemos (a veces) las gentes que nos dedicamos a la cultura.

En mi descargo he de decir que sólo aporté silencios y dolor de cabeza. En el suyo, que creo que tiene razón pero tampoco he hecho un estudio y, además, bastante tenemos las mujeres con lo nuestro.

Total, que yo comía contra la migraña y él hablaba contra el cabreo. Y, como resultado, los cojones se me subieron a la cabeza y tuve que pedir una cama para dormir la siesta y no morir antes del concierto al que iba con Zoe.

Quedamos en El Juglar, escuchamos a (sic) y se hizo el silencio. Uno de esos silencios mágicos que sólo se crean con el arte, un microclima de respeto, música y buen rollo.

Padres e hijos

Un microclima típico de Lavapiés

Luego Zoe y yo caminamos, y hablamos, y nos imaginamos un mundo sin cojones en la boca y con mucha más alma en el ambiente.

Y la imaginación nos premió con un sorbete, un koala y un bebé, pero eso ya es otra historia.

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