Todo lo que no sea dimitir Pilar Velasco
Valle-Inclán se habría cortado la otra mano, antes de escribir sobre este esperpento
Algo vamos avanzando: el escritor Javier Marías ha muerto en el Madrid de Isabel II y, esta vez, tanto la presidenta de la Comunidad como el alcalde han tenido la decencia que no tuvieron con Almudena Grandes, a la que ella ignoró y él ninguneó. Lo segundo es aún peor que lo primero, y han hecho un par de declaraciones institucionales, frías pero al menos educadas, para salir del paso. Parece que ambos han comprendido que tienen obligaciones institucionales y que hay situaciones en las que la ideología no puede sustituir a la cortesía. Aunque tal vez en eso no sean tan raros: los políticos tienden a confundir sus cargos con propiedades inmobiliarias y, además, creen que son suyas, no alquiladas.
En Madrid, por no apartarnos del territorio de la literatura, hace tiempo que vivimos un esperpento, pero tan cutre que Valle-Inclán se habría cortado la otra mano antes de escribir una línea sobre él y sus protagonistas. El último episodio ha sido la declaración de tres días de luto oficial en la región ¡por la muerte de Isabel II! Que, al parecer, es un personaje importantísimo para las y los ciudadanos que hemos nacido o residen aquí. La decisión, entre surrealista y oportunista, tan estrambótica como muchas otras de Ayuso, que se sube en marcha a cualquier cosa que ella crea que va en dirección a La Moncloa –donde me da que tiene las mismas posibilidades de llegar que tuvo su mentora, Esperanza Aguirre–, la verdad es que no hace falta ni pensarlo dos veces para que parezca un chiste y, en consecuencia, ha dado lugar a mil bromas: ¿Su sentido homenaje se debe a que habrá creído que la reina de Inglaterra le da nombre al Canal de agua de la ciudad, en lugar de provenir éste de nuestra Isabel II, la hija de Fernando VII y madre de Alfonso XII? ¿Le mandará un telegrama a Carlos III dándole las gracias por haber mandado construir la Puerta de Alcalá? Que no nos falte el sentido del humor, porque siempre es una opción mucho más agradable que la zafiedad, crispación malencarada y rudeza imperantes, que con tanto ahínco lamentaba el autor de Mañana en la batalla piensa en mí o Negra espalda del tiempo en sus libros y sus artículos.
En su día nos preguntamos si la aseveración del alcalde Martínez Almeida de que Almudena Grandes “no merecía” ser nombrada hija predilecta de la capital tenía alguna base sólida, es decir, si el regidor habría leído alguna de sus novelas y acaso no le parecían buenas. Porque, de lo contrario, estábamos ante un sectarismo de campeonato, sin límites, propio de personas que no respetan ni a los muertos. Hoy nos preguntamos qué sabrá la presidenta Díaz Ayuso de Isabel II, que aparte de salir en Los Simpson y con el oso Paddington por la televisión, ha tenido en su larguísimo reinado momentos tan convulsos como la guerra de las Malvinas, cuya reconquista a sangre y fuego se estima que dejó setecientas víctimas argentinas; o el Brexit, que ha sacado al Reino Unido de Europa, o las intentonas secesionistas en Escocia e Irlanda, por no hablar de los años de plomo del terrorismo y de las actuaciones militares de su país por medio mundo, de Irak a Afganistán, casi siempre de la mano de Estados Unidos.
¿Su sentido homenaje se debe a que habrá creído que la reina de Inglaterra le da nombre al Canal de agua de la ciudad, en lugar de provenir éste de nuestra Isabel II, la hija de Fernando VII y madre de Alfonso XII?
¿Sabrá Díaz Ayuso, abanderada del patriotismo y la integridad nacional y eso, que la reina Isabel II y su familia han mantenido durante setenta años estratégicamente abierta la herida de Gibraltar, llevando a cabo, una y otra vez, lo que los diferentes gobiernos de nuestro país han considerado provocaciones intolerables y que causaron crisis diplomáticas de gran envergadura? ¿Sabrá que la monarca fue allí en 1954, lo que dio lugar al cierre del consulado español, nunca reabierto desde entonces? ¿Y que el atraque en su puerto del yate del actual Carlos III y su nueva esposa, Diana de Gales, como parte de su luna de miel, provocó el enfado de la Casa Real española, que les ofreció cualquier puerto de Andalucía, para no crear tensiones, y que, como represalia, Juan Carlos I y su esposa Sofía no asistieran a la boda del entonces príncipe, en Londres? La leyenda dice que Isabel II respondió airada a quienes le planteaban el asunto: “¡Hago lo que quiero porque son mi hijo, mi yate y mi peñón!” ¿Y sabe que, en 2012, la hoy emérita Sofía anuló su viaje a Gran Bretaña para participar en los actos destinados a celebrar los sesenta años de la llegada al trono de “la prima Lilibeth”, como la llamaba su esposo, hoy en Abu Dabi, como respuesta a la visita del príncipe Eduardo y su esposa a la roca? Lo digo para que no se ponga una camiseta de “Gibraltar, español” cualquier día de estos.
A lo mejor aquí hay demasiada gente que habla de oído, que no tiene la cultura que sería deseable en un cargo público de relevancia y que demuestra poseer muy poco conocimiento real de la historia de esa nación que tanto afirman amar. Vamos, que les hacen el examen para darles el pasaporte y lo suspenden. Tendrían que leer más a autores tan esenciales como Almudena Grandes y Javier Marías. Un buen libro mejora mucho hasta a la peor o el peor lector. De momento, al autor de Corazón tan blanco lo han tratado tal vez con desgana, pero al menos con respeto, y eso está bien. Algo es algo.
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