Derrota parlamentaria

En democracia no hay “derrotas” ni “victorias” dentro de un parlamento, hay iniciativas que se aprueban o rechazan, y eso siempre tiene consecuencias positivas o negativas sobre la sociedad, que debe ser la clave sobre la que analizar los hechos.

Plantear las votaciones como una “victoria” o una “derrota” es un error, y el reflejo de que los partidos políticos miran más a sus propios intereses e imagen que a los de la ciudadanía.

El Gobierno se equivoca al entrar en esa dinámica y aceptar el lenguaje propio de una cultura androcéntrica, en la que se valora más la derrota del contrario que la defensa e impulso de lo propio. Esa es la razón por la que el sistema necesita escenificar esa estrategia de poder a través de un lenguaje belicista que muestra la realidad como una competición, para de ese modo enfatizar el resultado, sea este el de una votación en el Parlamento o el de unas elecciones. Todavía resuena el debate pueril sobre quién había ganado las elecciones generales y quien tenía más votos, como si el Congreso fuera un patio de colegio y no el corazón de una democracia parlamentaria.

Por eso se equivoca el Gobierno al jugar a “no perder”, porque al hacerlo refuerza un sistema que debe ser transformado con sus políticas hasta erradicarlo, y demuestra ante la sociedad una pasividad y cálculo que lo que en verdad hace es poner de manifiesto su irresponsabilidad. Porque la responsabilidad de un Gobierno está en llevar al Parlamento todo aquello que considere necesario para sacar adelante su proyecto. Esa es su victoria, hacer que los diferentes grupos voten sus propuestas y que la sociedad vea quienes respaldan el contenido de sus iniciativas, y cómo estas inciden en sus vidas y en la convivencia del país. Ese ejercicio es el que pone en evidencia a quienes las rechazan y obligan a que sean otras las circunstancias que definan el día a día de la gente. Si actúa así cualquier persona tendrá elementos objetivos para decidir sobre quién depositar su confianza, y para entender también el papel de los “socios” y si estos apoyan un proyecto común o se limitan a un mercadeo de votos bajo un interés particular.

Mantener la estrategia androcéntrica y “machirula” de entender la realidad y el reconocimiento por “victorias” y “derrotas”, y ver si suman más unas que otras, solo sirve para el juego interno de los partidos políticos y esa idea de presumir ante el otro como si la vida fuera un pulso.

Y con independencia de la inutilidad de todo ese juego centrado en las claves internas del sistema y en algunos comentarios de tertulia, lo trascendente es que la sociedad se queda sin criterio y sin referencias sobre la verdadera responsabilidad política de unos y otros.

Un ejemplo claro lo hemos visto con los presupuestos o con otras iniciativas, como la reducción de la jornada laboral, que no se han presentado porque no iban a ser aprobadas por falta de votos. Ahora no tenemos presupuestos, pero la pregunta es, ¿de quién es la responsabilidad, de quien no los ha presentado, o de quienes decían que no los iban a votar si se presentaban?

Se pongan como se pongan algunos, ante un análisis de los hechos, también para una parte significativa de la sociedad, si no se presentan los presupuestos la responsabilidad es de quien no los presenta, y si se presentan y no se votan la responsabilidad es de quien no los vota. Eso es algo que la gente entiende fácilmente.

Lo que tiene que hacer el Gobierno y los partidos que lo sustentan es echar mano de la pedagogía política y explicar que si no suben los salarios, no se arreglan las infraestructuras ferroviarias, no se dan más becas, no se baja la ratio en las escuelas, no hay más dinero para investigar el cáncer o la ELA, no se financian proyectos culturales, no se ponen más comedores escolares… es por culpa de quienes no aprueban los presupuestos. Y habrá que exigir la responsabilidad de todo ello a quien no lo hace posible, pero si no se presentan los presupuestos la primera responsabilidad está en quien da lugar a que no se puedan votar.

No es una derrota que rechacen una ley o una iniciativa, en cambio si es una victoria superar todos los obstáculos y realizar el trabajo necesario para hacer posible su presentación.

¿Qué es mejor, una “victoria” sin votación, o una “derrota” que muestre todo lo que la oposición impide desarrollar para mejorar la vida de la gente y el bienestar social? Eso es lo que tiene que responder el Gobierno.

Podríamos poner otro ejemplo fuera de la política, ¿qué sería más admisible, no intervenir a un paciente en una operación a vida o muerte para que no muera en la intervención, o intervenirlo a sabiendas que puede haber factores de riesgo en su contra?

¿Qué es mejor, una “victoria” sin votación, o una “derrota” que muestre todo lo que la oposición impide desarrollar para mejorar la vida de la gente y el bienestar social? Eso es lo que tiene que responder el Gobierno

La gente no es tonta y entiende muy bien el juego de la política y los intereses y proyectos de cada partido cuando se le dan referencias para poder hacerlo. La transparencia en política no es mostrar todo lo que se hace, sino hacer abiertamente todo lo que se debe. Lo demás es un juego de luces y sombras que siempre favorece a quienes habitan las tinieblas del poder.

Dejemos atrás el lenguaje absurdo de “derrotas” y “victorias” al servicio de los partidos, y pongamos la política al servicio de la sociedad con acciones y decisiones. Esa es la “victoria” de una política progresista, decir en cualquier circunstancia lo que dijo Galileo Galilei: “y sin embargo se mueve”.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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