50 años sin Franco: la memoria como deber democrático

El impulso humano de enterrar, nombrar y despedir explica por qué la memoria es un campo de batalla. Y explica también por qué, cincuenta años después de la muerte de Francisco Franco, miles de familias continúan esperando poder dar un entierro digno a los suyos.

Se cumple medio siglo de la muerte del dictador que dio un golpe militar a la democracia, que provocó una guerra civil sangrienta y que convirtió España en una inmensa cárcel durante cuatro décadas. Cuarenta años de exilio, persecución, torturas, desapariciones y asesinatos. No son cifras abstractas: son familias enteras cuyas vidas han sido convertidas en tabú. Es la historia de la mitad del país silenciada junto con sus muertos.

En 1975 Franco murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle. La democracia no cayó del cielo. Si España avanzó hacia un marco democrático, aunque limitado, fue gracias a la lucha social: en las huelgas, manifestaciones y movilizaciones masivas durante una transición marcada por la violencia política. Se derrotó el intento del franquismo de maquillarse y continuar, y se abrió la puerta a un proceso constituyente.

Lo que vino después tampoco fue sencillo. Mucho de lo que hemos conquistado no llegó por iniciativa institucional, sino por el empuje de las víctimas y de la sociedad civil: familiares que buscan a sus desaparecidos, asociaciones que rastrean fosas comunes, historiadores que reconstruyen la verdad frente al silencio oficial. La Ley de Memoria y la reforma de la Ley de Secretos Oficiales no son gestos simbólicos: son herramientas para recuperar cuerpos, dignidad e historia. No son debates del pasado. Son pilares democráticos.

Las víctimas y sus familias han pasado una vida esperando. Primero cuarenta años esperando que muriera el dictador; después casi otros cuarenta esperando poder devolver la dignidad a sus muertos. Ha sido una espera demasiado larga.

Por eso inquieta la normalización del revisionismo. Vox –y lamentablemente también el Partido Popular– dan pasos atrás: hace apenas dos semanas, se negaron a asistir al homenaje a los últimos asesinados por la dictadura, repitiendo el insulto franquista de llamarlos “terroristas”. A esto se suman muchas otras afrentas a la memoria: la destrucción del memorial de La Almudena, las “leyes de concordia” que ensalzan el régimen, la humillación de las víctimas como Aurora Picornell, y un largo etcétera.

Es una revictimización de las víctimas, y una amenaza para las libertades presentes. Ya estamos viendo las consecuencias, pues una reciente encuesta del CIS indica que más del 41% de los votantes del PP considera que la dictadura fue “buena” o “muy buena” y, por primera vez en la historia de la democracia española, también lo considera así el 19% de los jóvenes españoles (de 18 a 24). Porque quien normaliza el franquismo, normaliza la deriva autoritaria que avanza en Europa. Y sin memoria, la democracia se debilita.

Hoy vemos a miles de personas huyendo de la guerra, del hambre o de la persecución. A veces se olvida demasiado rápido. Pero un día fuimos nosotros y nosotras. Y ahora es nuestro turno de acoger

La memoria es un deber colectivo. Es el único camino hacia una democracia plena, con verdad, reparación y justicia.

Quizá uno de los países que comprende mejor el valor de honrar a quienes ya no están es México, donde la ritualidad del paso de la vida a la muerte es una celebración pública, popular y profundamente humana. Un país que demostró una inmensa solidaridad con el pueblo español en los momentos más difíciles: primero apoyando a la causa republicana cuando las potencias europeas miraban hacia otro lado; y después, acogiendo a miles de españoles y españolas que huían de la persecución franquista y del fascismo europeo.

Tuve la oportunidad de estar allí coincidiendo con el Día de Muertos. En el Muro de Honor del Congreso mexicano pude leer una dedicatoria sencilla y conmovedora: “Al exilio republicano español”. Aquellas palabras, grabadas en piedra, demuestran que la memoria también existe fuera de nuestras fronteras. Que otros no olvidaron lo que aquí se quiso esconder.

Miles llegaron en barcos como el Sinaia, el Ipanema, el Mexique o el Flandra. Más de 20.000 compatriotas que desembarcaron en Veracruz tras pasar por los campos de concentración franceses. España fue un país de exilio. Y gracias a la solidaridad de otros pueblos, muchos pudieron volver a empezar.

Ocho décadas después, aquel recuerdo es también una llamada.

Hoy vemos a miles de personas huyendo de la guerra, del hambre o de la persecución. A veces se olvida demasiado rápido. Pero un día fuimos nosotros y nosotras. Y ahora es nuestro turno de acoger. Porque la memoria no se honra solo con homenajes o discursos: se honra con solidaridad, con humanidad y con justicia.

A 86 años del exilio español, a 50 años de la muerte de Franco, la memoria sigue siendo el mayor antídoto contra el autoritarismo. La democracia se defiende mirando de frente a nuestra historia, no escondiéndola.

Porque un país que no recuerda, repite.

Y un país que recuerda, construye democracia.

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Estrella Galán es eurodiputada por Sumar.

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