Antígona en Paterna

Marilar Aleixandre

En Paterna, en Pico Reja, en Ceares, en San Rafael de Córdoba, en Fregenal de la Sierra, en La Pedraja, en más de 4.000 fosas comunes, Antígona aguarda. 

Para poder emprender el viaje al otro mundo los muertos deben ser enterrados dignamente, llorados por los suyos. Escribe Ovidio en las Metamorfosis: “Faltándoles quienes lloren por ellos / sin poder descender vagan errantes”. El duelo es un ritual con hondas dimensiones emocionales en todas las culturas, una herida sin cerrar para los vivos si no pueden despedir a sus muertos. Al narrar la guerra de Troya, Ovidio refiere como Hécuba, tan desposeída, deja sobre el túmulo de Héctor “pobres ofrendas funerarias, un cabello y sus lágrimas”. Un cabello arrancado, unas lágrimas, es más de lo que miles de familiares de asesinados por los franquistas han podido depositar sobre sus cuerpos. El derecho a enterrarlos de forma digna les fue negado. El mito de Antígona, que arriesga su vida por realizar unas exiguas honras fúnebres a su hermano, resuena a través de los siglos cuando interpela a Creonte: “No creía yo que tus órdenes pudiesen prevalecer sobre las leyes no escritas”.

Hay más de 4.000 fosas en todo el país, la mayoría en cementerios, entre 120.000 y 140.000 desaparecidos que fueron arrojados a ellas amontonados, sin identificar, en muchos casos sin notificárselo a las familias. Los números sobrecogen. Sólo en Camboya hay más fosas comunes que en España. Cabe recordar que los fusilados eran leales al gobierno republicano legalmente constituido, su único delito era ser alcaldes, concejales, afiliados a un sindicato, maestros como Antoni Benaiges cuya historia recrea El maestro que prometió el mar. El cuerpo de Antoni podría estar en La Pedraja, pero aún no ha sido identificado.

Imitando a Creonte, la dictadura franquista prohibió a los familiares llevar a cabo el duelo, hacerlo público. Decretó muerte física y olvido, muerte simbólica. Siguiendo a Antígona, las familias, sobre todo las viudas, idearon mil formas de llorarlos. En la estremecedora exposición, Arqueología de la memoria: Las fosas de Paterna, en el Museo de Prehistoria de Valencia hasta abril de 2024, hay fotografías de reuniones en torno a las fosas el día de Todos los Santos, único en el que eran toleradas; en la fosa 112, en 1944, mujeres serias vestidas de negro, flores, retratos. Hécuba se arrancaba un cabello para dejarlo junto a su hijo, en Paterna se han recuperado ramos de flores que las familias pudieron arrojar sobre los cuerpos de los suyos, botellitas de vidrio que contenían un papel con el nombre. En El abismo del olvido Paco Roca y Rodrigo Terrasa han recreado la historia del enterrador de Paterna, Leoncio Badía, que se jugó la vida colocando las botellitas junto a los cadáveres, entregando a los familiares pedacitos de tela o botones. Para marcar las fosas las familias colocaban azulejos con los nombres, al cabo de un tiempo aparecían rotos, según los testigos la Guardia Civil los partía a culatazos. Con un propósito semejante, a martillazos, han sido destruidas en 2019 por orden del Ayuntamiento de Madrid las placas con nombres de los republicanos fusilados del cementerio de la Almudena.

Los números sobrecogen. Sólo en Camboya hay más fosas comunes que en España. Los fusilados eran leales al gobierno republicano legalmente constituido, su único delito era ser alcaldes, concejales, afiliados a un sindicato o maestros como Antoni Benaiges

Hablamos de fosas en plural, en el cementerio de Paterna hay 150 en las que están la mayor parte de las 2.238 personas asesinadas en el paredón del Terrer entre 1939 y 1956. Sólo hay un lugar con más fusilados, hasta 3.000, entre 1939 y 1943: las tapias del Cementerio del Este de Madrid. Fusilamientos a lo largo de muchos años no son una reacción en caliente. En Paterna algunas de las fosas tienen hasta seis metros de profundidad, con cinco sacas apiladas. Excavar seis metros muestra la premeditación. A la muerte se añaden otras formas de vejación, se entierran los cuerpos boca abajo, haciéndoles comer tierra, del mismo modo que Aquiles arrastra el cadáver de Héctor. La arqueóloga Laura Muñoz Encinar ha documentado violencias específicas sobre las mujeres y sus cadáveres, violaciones antes de ser fusiladas, inhumación entre dos cuerpos de hombres. Se arrojaron a las fosas mezclados con otros cadáveres, lo que dificulta su identificación. El duelo, necesariamente privado, por estas mujeres, por estos hombres, ha tomado formas como fotografías familiares de vivos en las que se inserta el rostro del fusilado, prácticas que analiza el libro de Jorge Moreno Andrés El duelo revelado, publicado por el CSIC en 2019.

Antígona tiene nombre, es Ascensión Mendieta, que con 91 años recuperó el cadáver de su padre en el cementerio de Guadalajara, historia narrada en el filme El silencio de los otros, de Almudena Carracedo y Robert Bahar. Se llama Pepica Celda, cuya historia narra El abismo del olvido, Benita Navacerrada, que aguarda encontrar a su padre en Colmenar Viejo. Es Beatriz Alonso, María Luisa Pérez, Antonio Martínez, en Pico Reja, de Sevilla, la mayor fosa común de Europa occidental, después de Srebrenica, en la que podría estar Blas Infante. Antígona tiene nombre y no debería aguardar otros ochenta años. La mayor parte de las exhumaciones se han iniciado gracias a la iniciativa de las familias, es un deber social que sean impulsadas de forma sistemática por el gobierno. Frente al olvido decretado por los tiranos, demos la victoria a Antígona.

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Marilar Aleixandre es escritora y premio nacional de narrativa 2022.

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