Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
La muerte de una amiga rara vez recibe el lugar que merece en la conversación social sobre el duelo. Cuando muere un familiar cercano, la sociedad activa ciertos rituales: se ofrecen condolencias, se concede tiempo para llorar, se validan el dolor y la ausencia. Pero cuando quien se va es una amiga, esa figura tan importante y, sin embargo, tan poco legitimada en la jerarquía de vínculos sistémica, el dolor parece volverse silencioso, casi imperceptible para quienes lo rodean.
El duelo por una amiga suele quedar relegado a un espacio íntimo donde quienes lo viven sienten que deben justificar su tristeza. “No era familia”, dicen algunos; “ya deberías estar mejor”, insinúan otros. Se olvida que las amistades también construyen hogar, sostén emocional, historia compartida y proyectos de vida, a veces con la misma o mayor intensidad que muchos vínculos familiares. La amistad crea raíces profundas, pero su pérdida no siempre se reconoce como un sufrimiento legítimo.
Esa falta de reconocimiento genera un doble sufrimiento. Por un lado, está la ausencia real de la pérdida o ruptura con esa amiga; por otro está la sensación de tener que esconder ese dolor para no incomodar, como si llorar a una amiga fuera un exceso. Esta invalidez social del duelo provoca culpa, aislamiento y la impresión de que el propio sufrimiento es menor, cuando en realidad es tan genuino como cualquier otro.
Es necesario darle a este tipo de pérdida el espacio emocional y social que merece. Necesitamos entender que las amistades forman parte fundamental de nuestra identidad, y que perderlas puede derrumbar estructuras internas que nos sostenían. Hablar de ello sin tabúes, permitir que el duelo exista, ofrecer apoyo y tiempo… Todo esto es parte de reconocer que la amistad importa, y que su pérdida, sea del tipo que sea, también.
Por suerte, cada vez existen más libros y relatos que hablan del duelo por las amigas; por aquellas que han dejado de serlo de manera consciente o paulatina y por aquellas que han fallecido y se les llora, casi con pudor, como si no tuviéramos derecho a ello y supusiera un duelo de segunda.
Uno de estos libros es el de la periodista y escritora Nuria Labari “La amiga que me dejó. Anatomía de una ruptura”, donde plasma la importancia de la pérdida de una amiga y todas las preguntas y reflexiones que pueden surgir a raíz de ella, que tienen que ver con una misma y con la manera de relacionarnos entre nosotras.
Validar el duelo por una amiga no es exagerar, es reconocer que los vínculos que elegimos son tan importantes como aquellos que heredamos y nos vienen impuestos
Validar el duelo por una amiga no es exagerar, es reconocer que los vínculos que elegimos son tan importantes como aquellos que heredamos y nos vienen impuestos. Y que cuando una amiga se va, no solo perdemos a una persona querida e importante: perdemos una parte viva de nosotras mismas. Por eso, es hora de darle a ese dolor el respeto, la visibilidad y el cuidado que siempre ha merecido y que nunca ha tenido.
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Andrea Mezquida es psicóloga, formadora con perspectiva de género y experta en psicología afirmativa (LGTB).
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