Plaza Pública

No es libertad de expresión, es libertad de creación artística

El humorista David Suárez en el programa Late Motiv.

Raquel Sastre

Lo siento mucho, pero no estoy de acuerdo en que el chiste de David Suárez, sobre una chica con síndrome de Down, pueda ser defendido amparándonos en el derecho a la libertad de expresión. Me niego a hacerlo. Hay que acabar con el mantra de que los chistes que dice cualquier humorista están amparados por la libertad de expresión. Es mentira. Están amparados por el derecho a la libertad de creación artística. Y aunque ambos están recogidos en el artículo 20.1 CE, no significan lo mismo. Cuando nos referimos a la libertad de expresión, nos centramos en los pensamientos, las ideas y las opiniones; en lo que cada persona cree; hablamos de realidad. Pero cuando señalamos los chistes de personas que se dedican a la comedia, ejercidos en el ámbito de la comedia, no debemos tomarlos como creencias, pues no están emitidos como tales; hablamos de creaciones literarias, artísticas; hablamos de ficción. Y, como cualquier persona sensata sabe, la comedia es una ficción que busca un fin primordial: entretener mediante la provocación de la risa. Y eso hizo David Suárez con ese chiste. Del mismo modo, cuando Stephen King crea una novela de terror, lo que busca es entretener mediante la provocación del miedo. Y por eso tenemos Misery. Ni David Suárez ni Stephen King buscan que sus creaciones literarias traspasen de la ficción a la realidad; si quisieran incidir en la realidad, no serían cómico y escritor, respectivamente; serían políticos, activistas o influencers.

Por eso, al ver a personas que dicen que ese chiste de David Suárez conlleva que se abuse de personas con síndrome de Down, siento mucho miedo porque, siendo una ficción ¿cómo han llegado a concluir que alguien pueda reproducir un abuso por escuchar un chiste? ¿Es porque ellas mismas se han excitado al escucharlo? Es una barbaridad decir esto último, ¿no? Entonces, ¿por qué piensan que hay gente que sí lo hará?

Es increíble que, a estas alturas, debamos empezar a enseñar, de nuevo, a diferenciar ficción de realidad. Del mismo modo que les enseñamos a los niños pequeños que Superman es un actor y que las personas no podemos volar de verdad, para evitar que se tiren por una ventana, debemos enseñar a personas adultas que los chistes son una ficción, una mentira; debemos enseñarles que cuando los cómicos hacemos comedia, sólo es un entretenimiento. Que, en general, no representa lo que nosotros pensamos: ni David Suárez quiere que se abuse de personas con discapacidad ni yo quiero que mis hijos mueran. Al menos, mientras escribo estas líneas; ya veremos cuando vea cómo tienen sus habitaciones.

Pero lo más preocupante ha sido ver que el delito que se le imputa a David es el de odio. Odio hacia las personas con síndrome de Down por escribir un chiste en el que dice que una chica con síndrome de Down le realiza una mamada. Me parece muy grave que se juzgue una ficción, pero me parece más inaudito aún si lo llevásemos al plano de la realidad. Imaginemos que no fuese un chiste, imaginemos que fuese algo que ha ocurrido en la realidad. ¿Qué es lo que estaría mal de la acción de una mujer con síndrome de Down realizando una felación a un hombre sin síndrome de Down? Porque, cuidado, no habla del colectivo de personas con síndrome de Down, sino que estaríamos refiriéndonos a una mujer concreta. ¿Sabemos el CI de esa mujer concreta? Porque hay personas con síndrome de Down en mosaico que tienen una inteligencia normal o límite. Y hay personas, sin discapacidad reconocida, que tienen inteligencia límite. ¿Sabemos, acaso, el CI de David Suárez? Porque el abuso se da cuando existe una diferencia de fuerza o de capacidad intelectual o de jerarquía… Pero, ¿y si tuvieran un CI y un desarrollo madurativo similar? Ya no podríamos hablar de abuso. Y, si vamos a hablar de delito de odio, es decir, de discriminación y hostilidad, ¿no lo es el hecho de pensar que por tener síndrome de Down vas a tener una discapacidad intelectual grave? ¿No lo es el hecho de creer que, a pesar de tener una inteligencia normal o límite, no puedes decidir con quién practicas sexo si tienes síndrome de Down? ¿No lo es el hecho de señalar que una persona con síndrome de Down no puede mantener relaciones sexuales con alguien que no tenga discapacidad? David Suárez se inventa un chiste sobre una inexistente mujer con síndrome de Down y los ofendidos dan por hecho que esa mujer tiene una discapacidad intelectual grave y no es capaz de decidir, por sí misma, si quiere o no mantener relaciones sexuales. Para los ofendidos tener síndrome de Down es sinónimo de alta discapacidad. Como si todas las personas con síndrome de Down fuesen exactamente iguales. ¿No les parece eso discriminatorio?

Y, si vamos a hablar de daño, pongamos la realidad del daño producido: el chiste de David ha producido, en algunas personas, enfado. Un enfado. Enfados como los que tenemos cuando el árbitro no pita un penalti claro y nuestro equipo pierde; enfados, simples enfados que no vienen acompañados de agresiones al colectivo de personas con síndrome de Down, ni de pérdida de derechos, ni de disminución de horas de terapias ni de cuantía en las ayudas o sueldos que se perciban. Enfados que, como vienen, se van. Pero, ¿qué le ha producido a David Suárez estas rabietas? El colectivo de personas ofendidas, cada vez más extenso, se ha dedicado a insultar y amenazar a David Suárez, tanto por redes sociales como en persona. Han dirigido su enfado a los jefes de David exigiendo, y consiguiendo, su despido. Incluso han denunciado el chiste por lo penal. David ha sufrido agresiones y amenazas verbales, ha perdido su trabajo, ha sufrido una merma económica y, además, se enfrenta a la posibilidad de perder un derecho esencial: el de la libertad. Y todo por hacer una ficción cómica que, podrá hacer reír, podrá dar igual o podrá desagradar, pero no provoca más que risa, indiferencia o enfado. Estados individuales que, como comienzan, se van.

Ojalá todos esos ofendidos, tan comprometidos con las personas con síndrome de Down, hubiesen utilizado esa rabia para exigir atención temprana pública, gratuita, de calidad y sin límite de tiempo; ojalá dirigiesen sus gritos contra las empresas que, con la excusa de que contratan a personas con discapacidad, les pagan menos y les someten a abusos laborales. Ojalá hubiesen utilizado su bilis para conseguir algo que produzca un cambio real en la calidad de vida de las personas con síndrome de Down: mejores terapias, mejores sueldos, mejores condiciones laborales… Eliminar el chiste de David Suárez, insultarle, despedirle o condenarle, no cambiará la vida de ninguna persona con síndrome de Down. Las únicas personas que ganarán algo serán las que señalaron el chiste de David, ya que pudieron lucirse para que el resto del mundo viésemos lo buenas personas que son, que no sólo no se rieron con el chiste, sino que además reaccionaron de la forma en la que sólo estas buenas personas pueden reaccionar: utilizando al colectivo de personas con síndrome de Down con el objetivo egoísta de exhibirse como “buenas personas”.

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Raquel Sastre es humorista, monologuista y guionista.

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