Hipocresía a 44 céntimos la bala Luis Arroyo

El pasado sábado la plaza del Popolo de Roma se veía desbordada por una movilización convocada a raíz de un artículo de un columnista en el diario La Repubblica. La concentración era impulsada por la sociedad civil, sindicatos, alcaldes de distinto signo, intelectuales, personal científico, artistas, etc. Reivindicaban a Europa. Una idea de Europa como un espacio de democracia social hoy cuestionada por autoritarismos de distinto tenor, y acosada externa e internamente. La convocatoria y su resultado es un aldabonazo, o debiera serlo, para una respuesta ciudadana que en España y en el conjunto de la Unión pueda abrirse paso en próximas fechas.
Vivimos una época de profunda inestabilidad global, marcada por tensiones geopolíticas, por el regreso de la guerra —convencional o no— cargada de muerte e injusticia, por la crisis climática, la disrupción tecnológica, o la percepción de vulnerabilidad tras todo lo acontecido después de la pandemia del COVID.
La irrupción de Donald Trump por segunda vez en la Casa Blanca, representando una convergencia del neo-reaccionarismo de derecha y una oligarquía tecnocapitalista abanderada por Musk, introduce nuevas variables y agrava este escenario ya complejo.
Los intereses compartidos entre la administración Trump y el Gobierno de Putin que se vislumbra en el cambio de posición norteamericana ante la invasión de Ucrania, es un síntoma del intento de reescribir el orden mundial con motosierras, y con el reemplazo de cualquier atisbo de derecho internacional por una burda ley del más fuerte (y el más rico). Hay que oponerse firmemente a esta peligrosa pendiente autoritaria. Y hay ser conscientes de que plantea nuevos retos.
Las extremas derechas tienen elementos conocidos que las identifican. El odio a la diversidad, la intolerancia ante la disidencia y respecto a las políticas de igualdad, la añoranza de las viejas jerarquías de dominación y explotación de clase y de género, el expolio de los recursos, o el desprecio a la ley considerada como una traba burocrática limitante de su ´derecho natural´ a explotar, acosar, agredir, violentar.
Pero hay otra característica que a veces pasa desapercibida y es su abierta hostilidad al proyecto europeo, su afán de sabotearlo desde dentro y desde fuera. Hay que ser conscientes que los caballos de Troya que hoy existen en los países de la UE y que gobiernan algunos de ellos, están disputando el poder, y con cierto éxito, por la vía electoral. Esto debe ser un motivo de reflexión a fondo y autocrítica para el conjunto de la UE. Si las extremas derechas son capaces de atraer importantes segmentos sociales, encarnando supuestos enclaves de seguridad formulados como expresiones reaccionarias es porque la desafección, la frustración y la incertidumbre se han extendido entre partes crecientes de la ciudadanía europea. Y por razones, a veces, no infundadas.
La ausencia de futuros deseables requiere repensar respuestas para que las necesidades de las mayorías sociales se alineen con las prioridades de las instituciones
Muchas personas han visto en los últimos años empeorar sus condiciones de vida. Muchas más sus expectativas de vida. La ausencia de futuros deseables requiere repensar respuestas para que las necesidades de las mayorías sociales se alineen con las prioridades de las instituciones. Los años de las políticas de la austeridad fueron demoledores para la percepción de las clases trabajadoras y populares sobre la UE. Las políticas de devaluación de los salarios, de deterioro de los servicios públicos, contribuyeron a debilitar el cordón umbilical entre las condiciones materiales de vida y la conciencia de ser comunidad.
En cambio, ante el drama de la pandemia y la crisis asociada fuimos capaces de encontrar una respuesta distinta, más expansiva, con recursos comunes mutualizados, que recuperaron de forma más rápida e intensa los niveles de crecimiento y empleo, pero que no fueron suficientes para corregir la percepción crepuscular que partes crecientes de la sociedad perciben del futuro, sea por razones objetivas o por percepciones subjetivas. A veces inducidas por los apologetas del desastre, la desinformación, y la construcción de realidades paralelas.
Si Europa ha aprendido algo de su pasado, no puede equivocarse en esta disyuntiva. La argamasa que conglomera el proyecto europeo no cuenta de partida con el efecto de las identidades y vínculos atávicos que aglutinan las lealtades nacionales. Tal argamasa por tanto debe consistir en una ciudadanía y una democracia social. En un espacio político que protege, que acoge, que da certeza, que vale la pena compartir, y por el que vale la pena disputar. No habrá Europa en el marco de la fragmentación neoliberal, el sálvese quien pueda, la fortaleza caníbal. No se trata de ingenuidad ante el nuevo paradigma, sino de reforzar los únicos vínculos que pueden vertebrar un espacio común, y no un consorcio como despectivamente (pero no estúpidamente) nos cataloga Trump.
Escribió Jean Monnet que “Europa se forjará en sus crisis y será la suma de las respuestas a esas crisis”. Y hoy tenemos ante nosotros el mayor desafío existencial para el proyecto europeo, que necesita decidir si avanza o retrocede dramáticamente. Frente a los nuevos desafíos, el punto muerto no sirve. Hay que profundizar en una federalización del proyecto con normas de gobierno que lo hagan viable.
Necesitamos un plan común de inversión. Un Fondo Europeo que apuntale la autonomía estratégica de la Unión. En el plano social y de reducción de las desigualdades; en el refuerzo industrial y de transición energética reduciendo la dependencia exterior en este terreno; en la investigación y la innovación digital; en la protección del desempleo y otras contingencias; y también en la política exterior y de seguridad y defensa comunes (cuestión bien diferente a una carrera armamentística de los estados europeos individuales), que autonomice las posiciones geoestratégicas de la Unión, haga todos los esfuerzos posibles por alejar la guerra, y sea consciente de la multipolaridad del mundo en el que ya estamos y, sobre todo, del mundo al que vamos. Dejémoslo claro. La autonomía estratégica es mucho más que política de seguridad. Y la política de seguridad es mucho más que política de defensa.
Hoy los aliados de Trump gobiernan o condicionan gobiernos que van a tratar de descarrilar el proyecto europeo con apelaciones extemporáneas a las viejas soberanías. Hoy 27 sistemas fiscales no pueden seguir compitiendo entre sí, favoreciendo incluso paraísos fiscales dentro de la UE
Necesitamos también superar las reglas de gobernanza que constriñen la capacidad de actuación de la UE, como son las exigencias de unanimidad o las posibilidades de veto. Hoy los aliados de Trump gobiernan o condicionan gobiernos que van a tratar de descarrilar el proyecto europeo con apelaciones extemporáneas a las viejas soberanías. Hoy 27 sistemas fiscales no pueden seguir compitiendo entre sí, favoreciendo incluso paraísos fiscales dentro de la UE. No es sencillo modificar los Tratados de la Unión, pero sí es posible impulsar escenarios de cooperación reforzada entre los países que lo deseen y que den pasos a una mayor integración política. Cuando las autocracias asumen cada vez más gobiernos e incluso la primera potencia del mundo se desliza en ese terreno, no hay tiempo que perder. La ciudadanía europea tiene que exigir avanzar.
España es un país determinante en esa propuesta cívica. Tenemos arraigado un importante sentido europeísta. Hemos contrastado como casi nadie las consecuencias diametralmente distintas de las políticas de austeridad de la anterior crisis, respecto a las políticas de sostenimiento del empleo, y movilización de recursos para afrontar las transiciones ecológicas y digitales que se impulsaron tras la pandemia. Podemos ser uno de los países donde el refuerzo de la autonomía estratégica en materia energética —por el relevante papel que tienen que jugar en esa transición las energías renovables— conlleve un mayor potencial reindustrializador y de generación de empleo.
Es un momento para que referentes sociales de todos los ámbitos hagan un llamamiento cívico en defensa del proyecto europeo como un proyecto de democracia social, convivencia y civilización. La demanda social y civil en ese sentido es más necesaria que nunca. No se pueden dejar al albur de la inercia institucional y mucho menos a expensas de los juegos de poder de las élites. La ciudadanía europea y española, la clase trabajadora, tiene que apelar a un modelo social, económico, humano y democrático, porque nos jugamos el futuro en ello.
Rafael Alberti en su Balada para los poetas andaluces de hoy apelaba a la España silenciada de los años 50 preguntándose qué cantaban, qué miraban o qué sentían los poetas andaluces de entonces. Y concluía exhortando:
"Cantad alto. Oiréis que oyen otros oídos.
Mirad alto. Veréis que miran otros ojos.
Latid alto. Sabréis que palpita otra sangre.
No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo encerrado.
Su canto asciende a más profundo cuando, abierto en el aire, ya es de todos los hombres".
Son tiempos para tomar partido. De convocatorias plurales, transversales. Convocad (convoquemos) alto.
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Unai Sordo es secretario general de Comisiones Obreras.
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