WhatsApps: un incendio sin fuego Pilar Velasco

Proteger lo conquistado para ganar futuro es el lema con el que este Primero de Mayo los sindicatos convocamos más de 80 manifestaciones por todo el país.
Cuando hay que proteger algo es porque está en riesgo. Puede parecer paradójico que en un país como España, donde los resultados económicos y sociales de las medidas laborales acordadas en estos últimos años han sido razonablemente exitosos, hablemos en estos términos.
La intervención con recursos públicos a través de los ERTE para sostener el empleo, la reforma laboral que redujo la temporalidad a la mitad y equilibró parcialmente la negociación colectiva, la subida del SMI, o los incrementos de los salarios nominales en la línea de lo pactado en el Acuerdo por el Empleo y la Negociación Colectiva… parecen medidas incontestables si tenemos en cuenta los resultados. Récord de empleo, incremento de la productividad por hora trabajada, mejora de la retribución media de las personas asalariadas en la distribución económica del país, y buenos comportamientos de las balanzas comerciales en el exterior. Nunca todo esto había sucedido a la vez en nuestra historia reciente.
Para proteger lo conquistado hay que ganar futuro. Situar la reivindicación de derechos laborales y sociales en el marco de un futuro deseable
Siendo esto así, ¿por qué nos vemos en la obligación de “proteger lo conquistado”? Primero, precisamente, por ser esto así. Romper mantras neoliberales con mejores resultados en términos sociales y económicos no se premia. Se paga. Porque avala una línea que debiera tener continuidad en la reducción del tiempo de trabajo y en la modificación del régimen de despido. Y esto disputa intereses económicos y relaciones de poder. Y eso no se perdona.
En segundo lugar, porque pese a lo realizado, las realidades de precariedad, incertidumbre y necesidad material están muy presentes para millones de personas. No todo es estadística. De hecho, lo más relevante no es estadística. Todos los datos macro le sirven de poco a quien ha visto que su sueldo no le alcanza para pagar un alquiler o la cesta de la compra de productos básicos.
Y en tercer lugar porque la amenaza no parte solo de la coyuntura de lo cercano. Estamos ante una ofensiva de consecuencias civilizatorias. El ataque arancelario de Trump no es solo una batalla comercial, o una ruptura de cualquier sucedáneo de multilateralismo. Es un cuestionamiento básico de la soberanía europea, de nuestra capacidad regulatoria, de nuestro modelo social europeo (por más asimétrico o mejorable que pudiera ser). Por eso la extrema derecha y la derecha extremada miran con apenas disimulada simpatía a la bestia. Porque más allá de las formas, les resulta funcional para dinamitar las sociedades enmarcadas en los conceptos de los Estados sociales y democráticos de derecho, para conducirse hacia modelos políticos autoritarios, moralmente conservadores o reaccionarios, y económicamente neoliberales y darwinistas.
Para proteger lo conquistado hay que ganar futuro. Situar la reivindicación de derechos laborales y sociales en el marco de un futuro deseable. Tenemos que ganar autonomía estratégica en materia energética, industrial, aspirar al pleno empleo y a renovar un contrato social pensando en las mayorías sociales del siglo XXI.
Hoy, definir sociedad pasa por legitimar la corresponsabilidad fiscal, atacada por tierra, mar y aire por los nuevos caníbales sociales que proliferan en entornos comunicativos digitales y en hojas de periódico color sepia. El modelo de protección social debe ser reforzado no solo en sus pilares clásicos (sanidad, educación, pensiones, desempleo), sino en elementos inaplazables como el acceso a la vivienda, o el cuidado en las situaciones de vulnerabilidad o dependencia.
El sindicalismo español en este Primero de Mayo también pretende contribuir a una definición taxativa del sindicalismo europeo a favor de la mayor integración europea, y al refuerzo de nuestras capacidades autónomas. No hay otra forma de concurrir en la actual pugna multipolar.
La Comisión Europea se equivoca al promover una movilización multimillonaria en el gasto militar, más sin haber definido un modelo de seguridad y defensa común de forma previa. No se pueden obviar los riesgos sistémicos del mundo conflictivo actual, ni se puede entregar al concepto de seguridad para que sea resignificado por la reacción.
Pero tampoco hipotecarnos en una especie de keynesianismo bélico que, por reactivar la maltrecha industria central europea, debilite el conjunto de elementos que definen la autonomía estratégica europea, comenzando por el despliegue energético que nos permita impulsar políticas industriales, seguridad en las cadenas de suministro y aprovisionamientos fiables de materias primas y elementos críticos, hoy en gran parte producidos o concesionados por China.
En cómo resolvamos estos difíciles equilibrios nos jugamos buena parte del futuro de las clases trabajadoras y populares de Europa y, por tanto, de España.
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Unai Sordo es secretario general de Comisiones Obreras.
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