¡La banca siempre gana! Helena Resano
Tengo una especial obsesión, que creo compartir con algún que otro colega, por intentar entender a la derecha de este país. A pesar de que leo todo o casi todo lo que cae en mis manos sobre el Partido Popular (Vox es la extrema derecha, no la derecha, y a ellos no me cuesta entenderles), les confieso con la mano en el corazón henchido que no soy capaz de entender la lógica que anima a esta formación política. El problema es sin duda mío: a mis limitaciones intelectuales de base se une el hecho de que nunca he estado cerca de este partido político, con lo cual, efectivamente, “me falta información”, como a veces me dicen los que sí son de ese partido político. Vayamos por partes.
Hace no más de unos pocos meses, lo que teníamos era exactamente esto: un panorama desolador para el primer partido del gobierno y su secretario general, Pedro Sánchez. En un artículo que publiqué en este mismo diario por aquel entonces, partía de la base de que, esta vez, ni las patas del PP serían suficientes para cambiar la suerte del PSOE. ¡O tempora, o mores! Me equivoqué. Solamente unos meses después, el PP se ha visto envuelto en, al menos, dos absurdos tiros en los pies. Primero, ha sido incapaz de atender a su electorado y llamar a las cosas por su nombre. Me refiero, como es natural, al genocidio en Gaza. No hay ningún problema en decirlo así de claro; más, si cabe, cuando tu electorado (tu electorado, no una banda de trotskistas que anda suelta por ahí haciendo estragos) está de acuerdo también con llamar a las cosas por su nombre. Algún Presidente de Comunidad Autónoma del PP ya lo ha dicho, incluso. ¿Por qué Feijóo no? ¿Sólo yo me doy cuenta de que Gaza es a Feijóo lo que Irak fue a Aznar? No, no puede ser, no soy tan listo. ¿Entonces?
He vuelto a subestimar mi propia capacidad de subestimar al PP esta semana. Resulta que al alcalde de Madrid no se le ha ocurrido mejor idea que decir que hay que “informar” a las mujeres que abortan de que el aborto trae consecuencias psicológicas negativas para las mujeres. A partir de ahí, el PP se ha enzarzado en una discusión carpetovetónica sobre si esas consecuencias están avaladas por la ciencia o no (no lo están) o si “es mejor informar que no informar” (esta es buenísima: solamente les falta volver a decir, de nuevo, aquello de que “os falta información”). En unas pocas semanas, el PP, el Partido Patoso, la ha vuelto a liar. Y ello por no mencionar que mantiene, por la vía de la respiración política asistida, a nuestro amigo Mazón como Presidente de la Comunidad Valenciana. Pero almas de cántaro: ¿por qué os empeñáis en combatir a Pedro Sánchez con cuatro tiros en los pies, una mano atada a la espalda y los cuatro dedos de la otra rotos?
Vamos a tirar del manual –no sé si de resistencia, pero al menos sí de estrategia política–. Por cierto, hay un señor que se llama Maquiavelo que a lo mejor (quizá, vamos, igual no) convendría leer y releer a estas alturas de la película por parte de los señores y señoras del PP (en particular, por parte de su lenguaraz nueva portavoz en el Congreso, que nos va a regalar, ya lo verán ustedes, muchísimas tardes de gloria). Primer punto del manual de estrategia: pensar antes de hablar. Si el 80% de la gente te está diciendo que está de acuerdo con la idea de que lo de Gaza es un genocidio, hombre, pues, quizá, convendría no des-oír del todo lo que dicen dichas encuestas. Pensemos: a los españoles, las guerras sin sentido les parecen, por regla general, mal. Les pareció mal la guerra de Irak. Les parece mal la guerra en Ucrania. Y les parece mal lo que está ocurriendo en Gaza, que es un genocidio (no me cansaré de repetirlo).
Segundo: nunca fue cierto que un error mayúsculo pueda tapar otro error anterior. Es como combatir al fuego con fuego, a una inundación con más agua, o a una plaga con otra más potente. Si a alguien se le hubiera o hubiese ocurrido lanzar al debate público lo del aborto simple y llanamente para quitar presión por lo del genocidio en Gaza, bingo, el ardid se le ha vuelto en contra y le ha dado justamente en la parte que más interesa ahora que quede preservada de cualquier golpe: sí, justamente, en la cabeza.
Lo que le ocurre al PP solamente se puede entender, quizá, si volvemos a visionar la cinta de Stanley Kubrick, ‘Full Metal Jacket’
No me convencen ninguna de las hipótesis que hay en liza para explicar el comportamiento del PP. No me convence que el PP esté haciendo lo que está haciendo por miedo, temor y hasta incluso horror ante los avances de Vox. Ese señor que decía antes que hay que leer, recomendaba frialdad, frialdad ante la adversidad como cualidad principal del Príncipe. Tampoco me convence la idea de que el PP hace lo que hace, es decir, meter la pata, porque se debe a su “constituency”, que es muy conservadora: que yo sepa, no existe ninguna demanda potente entre la gente que vota al PP en la dirección apuntada por el alcalde Almeida (aunque puede que me falte información, de nuevo). Las explicaciones económicas tampoco me convencen, puesto que aunque pueda ser cierto que haya personas que pongan dinero en el PP para que éste defienda determinadas posiciones en Oriente Próximo, no me creo que ese tipo de presiones sean tan fuertes como para cancelar la presión más fuerte que tiene que tener un partido mayoritario como el PP, que es la de alcanzar el poder.
Lo que le ocurre al PP solamente se puede entender, quizá, si volvemos a visionar la cinta de Stanley Kubrick, Full Metal Jacket. Ahí hay un personaje que, bajo mi punto de vista, habría que ascender a los altares de la cinematografía contemporánea: se trata, lo habrán adivinado ya, del recluta patoso. No importa lo que haga el recluta patoso: siempre está mal lo que hace. Él lo intenta, pero su capacidad para meter la pata supera todas las expectativas. Al final, ya sabemos cómo acaba el recluta patoso: se pega un tiro, pero no, precisamente, en el pie.
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Antonio Estella es catedrático Jean Monnet "ad personam" de Gobernanza Económica Global y Europea en la Universidad Carlos III de Madrid.
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