El día que cambió la vida de Diego: sacó a su padre ahogado de un furgón y deportaron a su madre

Diego Armando Quijano, este miércoles en Valencia, portando una foto de su padre.

Diego Armando Quijano Rojas estaba hace un año y un día repartiendo paquetes junto a su padre en la ciudad de Valencia. Él llevaba casi tres años en España –nació en Colombia hace 30– y sus padres, 94 días. Esta cifra sería importante, aunque él no lo supiese entonces. Hicieron la ruta por la ciudad y su padre, Nelson Quijano, que le acompañaba para hacerle el día más ameno, se separó de él para regresar a su casa de Albal, a 20 minutos en furgoneta. Diego le acompañaría más tarde, pero al rato recibió una videollamada de su padre, la última, en la que pedía auxilio. Pocos días después se despediría también de su madre, que fue castigada con diez años sin pisar España tras volar a Colombia para repatriar el cuerpo de su marido.

Diego nunca había contado su historia hasta este miércoles, cuando acudió al funeral de las 237 víctimas de la dana. Vio que otros que habían perdido a sus familiares se abrazaban sin conocerse e incluso a ratos sonreían, y poco a poco se animó a contar la suya. "Nosotros estamos solos", dice junto a su novia, Valentina García, y su mejor amigo, Carlos Serrano, también colombiano, sus acompañantes en el acto de memoria y su único apoyo en España. Los tres van a una y nunca se separan.

Al principio le cuesta hablar, pero revela que ese día se hizo viral, cuando alguien le grabó el 30 de octubre de 2024 sacando a su padre de una furgoneta blanca. Un número desconocido le envió el vídeo, que luego desapareció de internet. Su novia lo enseña en su teléfono –no quiere publicarlo ni que nadie más lo tenga, porque su pareja no puede volver a verlo– y en él aparece Diego, a lo lejos, bajo un puente, cogiendo el cuerpo y apoyándolo en el suelo. La furgoneta estaba encajada entre varios vehículos y le llevó media hora llegar hasta él, pese a que estaba apenas a unos metros. Este miércoles, antes del acto en la Ciudad de las Artes, la pareja volvió a ese punto de la V-30 a dejar un ramo de flores blancas. Su novia enseña la foto, pero él de nuevo aparta la vista.

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La pérdida de su padre es un agujero en su pecho. "Mi vida ha cambiado. Somos inmigrantes, somos colombianos y mi historia es larga de contar", dice orgulloso. Lo primero que recuerda es la videollamada que tuvo esa tarde con Nelson. Se imaginaba que quería hablar de la cena, o darle ánimos con el resto de la ruta, pero fue para pedirle auxilio. "Me volteaba el celular y yo veía la magnitud del problema. Intenté llegar, pero no había paso en Paiporta y me regresé a Valencia. Traté de comunicarme con él esa noche, pero ya no podía", recuerda.

El dolor inimaginable de arrastrar a un padre fue solo el comienzo. Todo había colapsado a su alrededor y no había manera de sacarlo de allí, así que pasó seis horas junto a al cuerpo embarrado hasta que llegaron unos militares y se lo llevaron. El resto del día es un recuerdo borroso. Alguien llevó a la pareja a una casa, se dieron una ducha y se cambiaron de ropa para después volver andando hasta Albal.

Pero todo eso parece que no fue suficiente. Ese día le traería todavía más dolor. Su madre, una mujer ahora viuda que había perdido a su compañero de vida, movió cielo y tierra para llevar el cuerpo a Colombia, con ayuda de su hijo y su nuera. Pero había entrado en España hacía poco más de tres meses, y con las prisas no recordó que lo había hecho con un visado de turista, que caduca a los 90 días. "Se pasó solo por cuatro días", subraya Valentina. La dana ocurrió el día 94 de su llegada a España, y al pasar por el control del aeropuerto de Barajas, le denegaron el permiso de vuelta. Mucho más que eso. En realidad, no puede regresar en diez años. "Está sola y enferma en Colombia", añade Diego, siempre con las mínimas palabras posibles, sin dar detalles.

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Perder a sus padres ha obligado a la pareja a mudarse a un apartamento minúsculo en Paterna, un municipio cercano, y llegan a fin de mes de milagro porque él es autónomo, pero lleva un año de baja por depresión y va al psicólogo y al psiquiatra, los dos a la vez. El sueño de Diego y Valentina es tener un piso decente a las afueras de Valencia, y por supuesto, tener a su lado al menos a su madre para acompañarse en el duelo.

"Yo pido que me ayuden con los papeles de mi madre y con un lugar donde podamos alquilar un piso, porque vivimos en un espacio muy pequeño", ruega él. Han intentado hablar con el Ayuntamiento de Albal y que la mínima compensación por la muerte a su padre –de la manera más dolorosa posible– sea que liberen el pasaporte de su madre, pero no pudieron ayudarle. 

Tras soltar lo que lleva dentro, o al menos una pequeña parte, se aparta y comienza a hablar con una mujer que lleva una flor blanca en la mano, símbolo de las víctimas del 29-O. Más personas se unen a él y comienzan a charlar –él sonríe–, mientras su novia sigue dando más detalles del día que cambió sus vidas. Hasta que se da la vuelta y le ve a lo lejos.

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