Cuando Feijóo se abraza al bulo: los riesgos de la escalada verbal del PP
La estrategia impulsada por Alberto Núñez Feijóo al sugerir sin pruebas que Pedro Sánchez habría sido beneficiado por negocios de prostitución vinculados a su suegro fallecido constituye un punto de inflexión en el deterioro del debate político en España. Feijóo, enfadado por la enésima mención a su estrecha amistad con un narco gallego en la década de los noventa, y bajo el pretexto de una supuesta “obligación moral”, ha cruzado una línea roja al incluir acusaciones infundadas dirigidas a personas fallecidas.
Este viernes, además, insistió en sus palabras diciendo que tiene “un nivel ético muy superior” al del presidente, a pesar de reconocer que la única información a su disposición sobre este asunto la ha leído en los periódicos, en referencia a los medios ultras que, hasta lo ocurrido esta semana, eran los únicos que se referían a dicha cuestión.
¿Pero es verdad, al margen de lo publicado? Ester Muñoz, la flamante nueva portavoz del PP en el Congreso, dice que le da igual. “Nosotros tenemos informaciones periodísticas. No hace falta que haya pruebas absolutamente de nada”, declaró, solemne, en una entrevista concedida al programa Mañaneros 360 de La 1 de TVE.
La estrategia de Feijóo y del PP en este asunto no es original. En el ecosistema comunicativo contemporáneo, marcado por la velocidad, la saturación y la polarización, hace tiempo que manda lo que se conoce como “firehose of falsehood” —literalmente, manguera de falsedades—. Un modelo de condicionar el debate público que tiene su origen en las campañas de desinformación rusas, pero que después fue perfeccionado por líderes populistas como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei. Su eficacia no radica en la veracidad de las afirmaciones (no hacen falta pruebas, como dice Ester Muñoz), sino en su capacidad de saturar el espacio público con mensajes emocionales, disruptivos y escandalosos que desbordan los mecanismos tradicionales de verificación y respuesta.
A diferencia de la propaganda clásica —estructurada, coherente, diseñada para persuadir—, la lógica de la manguera de falsedades no pretende convencer racionalmente. Su objetivo es más corrosivo: crear confusión, sembrar sospechas, agrietar la confianza y deslegitimar al adversario político o institucional, sin necesidad de ofrecer una narrativa alternativa. Se trata de verter acusaciones sin pruebas, lanzadas con gran volumen, rapidez y repetición, sabiendo que incluso si son desmentidas, el daño reputacional ya está hecho.
Asesinato de la reputación
Esta estrategia responde también a lo que la politología contemporánea denomina “política del fango”, un enfoque que sustituye el debate programático por el asesinato de reputación. El adversario, en este caso el presidente Pedro Sánchez, deja de ser un contendiente legítimo y se convierte en una figura moralmente impresentable, sospechosa o directamente corrupta.
Se trata, en palabras del filósofo canadiense Jason Stanley, autor de Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida (Blackie Books, 2019), de un proceso típicamente autoritario que convierte la política democrática en un campo de batalla de identidades morales (“Lo que no voy a aceptar son lecciones de moralidad desde la inmoralidad”, proclamaba este viernes Feijóo).
La propaganda moderna, sostiene Stanley, a diferencia de la retórica persuasiva tradicional, busca desestabilizar la realidad compartida mediante la repetición de mentiras, la provocación emocional y la difusión de falsedades sin necesidad de acreditar pruebas. Su tesis es que la propaganda no necesita convencer, solo necesita destruir el suelo común sobre el que se sostiene una sociedad democrática. Y en ese territorio, típico del fascismo, es donde se está internando el líder del PP.
“Cuando el político fascista habla de corrupción, se está refiriendo en realidad a la corrupción de la pureza y no a la de la ley. Aunque parezca que, oficialmente, su denuncia tenga que ver con el ámbito político, en realidad de su discurso se desprende que es una usurpación del orden tradicional”, explica Stanley en su libro.
No es un concepto innovador, por más que Feijóo lo haya traído a la actualidad situando un bulo en medio del debate político. El periodista británico de origen ucraniano Peter Pomerantsev, autor de This Is Not Propaganda: Adventures in the War Against Reality (Faber & Faber, 2019), argumenta que destruir la idea de la verdad es, desde hace algún tiempo, el objetivo de la propaganda contemporánea.
“Inundar la zona de mierda”
Una idea que comparte el alemán Harald Wenzel, profesor de Sociología del John F. Kennedy Institute de la Universidad Libre de Berlín, para quien “la creciente erosión de una realidad comúnmente compartida está destruyendo la democracia”. Es una estrategia que busca distraer la atención de los problemas del mundo real, para los cuales sus oponentes políticos podrían proporcionar soluciones persuasivas. Es lo que el ideólogo del trumpismo, Steve Bannon, llama “inundar la zona con mierda”.
Las consecuencias de esta deriva son profundas y las conocemos todas. A corto plazo, erosiona el debate racional y degrada las campañas políticas bajándolas al barro. A medio y largo plazo, mina la confianza ciudadana en los medios, en las instituciones y en la posibilidad misma de una deliberación democrática. En contextos de polarización intensa, esta dinámica puede desencadenar una percepción generalizada de que “todos mienten”, “todos roban” y “todos son iguales”, lo que favorece la antipolítica y el cinismo ciudadano y debilita los frenos democráticos frente al autoritarismo. En sistemas democráticos fatigados, con medios vulnerables y audiencias emocionalmente sobreestimuladas, su éxito no depende de que las acusaciones sean ciertas, sino de que quede instalada la duda.
La pensadora alemana Hannah Arendt, en una entrevista publicada en 1973, una de las últimas que concedió, ya se refería a este problema. “La propaganda masiva descubrió que su audiencia estaba lista en todo momento para creer lo peor, por absurdo que fuera”. Los líderes de masas totalitarios, añadía, basan su propaganda en la suposición psicológica correcta de que, bajo tales condiciones, “uno podría hacer creer a la gente las declaraciones más fantásticas un día, y confiar en que, si al día siguiente se les daban pruebas irrefutables de su falsedad, se refugiarían en el cinismo”.
Cristina Monge, politóloga, experta en calidad democrática y colaboradora de infoLibre, cree que con su discurso del miércoles contra Sánchez, Feijóo echó por tierra el congreso del PP del domingo. De “un Congreso en el que se supone que quiso mostrar su cara más moderada” en busca de los votos que cree que puede rascar al PSOE, pasamos al “más desaforado de los Feijóo”, no solo con el tema del suegro del presidente, sino con su esposa y su hermano, “elementos que ese electorado de centro que él está buscando rechaza de plano”. “Si alguien se había creído que iba al centro, se acabó”.
En todo caso, precisa esta especialista, conviene no olvidar que “no estamos en modo elecciones. El marco electoral no se ha activado todavía” y no será hasta que se active cuando conozcamos “cómo es el terreno del juego”. En un escenario que enfrente al PSOE –con todos sus problemas– y sus socios con PP y Vox será “el electorado de centro el que probablemente se quede en casa. Va a ser muy difícil que se pueda ir con el PP”. Porque, además, el que se está beneficiando de todo esto es Vox.
Pilar Mera, directora del departamento de Historia Social y Pensamiento Político de la Facultad de Políticas y Sociología de la UNED, confiesa tener la sensación de que llevamos “una temporada en la que vamos estirando y estirando y, a fuerza de ir estirando, vamos haciendo cosas” que antes “nos parecerían impensables”. Lo de Feijóo sobre Sánchez “es otra línea que se cruza, pero es una línea más”.
Aunque, “si lo pones en contexto, es verdad que es una alusión muy directa a un tema que hasta ahora siempre se había quedado muy fuera del foco”. Un trabajo sucio que les hacían los agitadores ultras que producen y mueven la desinformación, lo que les ahorraba tener que hacerlo ellos. Pero que ahora asumen en primera persona.
“Si lo que estás buscando es polarizar para movilizar a los tuyos, lo vas a hacer más. Incluso habrá quien, aunque acepte que estas no son formas, te dirá: ‘Sí, bueno, pero Sánchez también está sacando la foto’ de Feijóo” con el narcotraficante gallego con el que compartió durante años una estrecha amistad.
Pero el PP es también el pagano de la polarización. Mera recuerda que, en contra de lo que se suele decir, que los jóvenes, en general, se están radicalizando y pasando a Vox, en realidad son los jóvenes del PP los que están haciendo esa transición. “Si ves la foto del bloque (ideológico) entero, lo que se ve es que en realidad los porcentajes de voto entre bloques son muy parecidos en todas las franjas de edad y que lo que va cambiando respecto a edades más jóvenes es el reparto de porcentajes entre Vox y el Partido Popular”.
Frente a quienes ponen el foco en la crisis de la socialdemocracia, esta profesora de la UNED sostiene que, en realidad, “quien está en crisis es la derecha conservadora. La tradicional, la de orden, que es a quien come la extrema derecha”. La cuestión no es que el 28% de los jóvenes voten a partidos ultras, sino que “los jóvenes de la derecha están radicalizados”.
La copia y el original
Jóvenes “que antes veías asistiendo muy contentos a actos del PP, ahora van hacia otro lado”, explica. “Se sienten más representados, más a gusto” en el discurso extremista. Por eso, remarca, “la derecha tradicional se equivoca jugando a legitimar ese discurso, pensando en que eso le favorece, porque entre la copia y el original”, la gente suele preferir la segunda. Que se lo digan a Ciudadanos, recuerda. “Quien llega hasta el final, te gana”.
Según Rafael Ruiz, consultor y analista de datos en asuntos públicos en Logoslab, lo que está haciendo el PP es situarse “en unos posicionamientos que lo que hacen es alimentar el trasvase de voto hacia Vox”. Algo que resulta “un poco incoherente con esa promesa que ha hecho de no pactar (con la ultraderecha) y de ocupar el espacio central”.
Más allá del combate político y electoral, los expertos consultados por infoLibre confirman el riesgo de que intervenciones como la protagonizada por Feijóo esta semana enrarezcan aún más el clima social. “Hay en estos momentos un ambiente muy tóxico”, confirma Monge. “En general, hay una sensación social de malestar, de crispación, de que cada uno está en su bloque y vemos las cosas de manera muy diferente según dónde nos pilla”.
La principal consecuencia, advierte, es el “todos son iguales”. “Esa sensación de que los políticos están hablando de sus cosas en vez de las nuestras. Porque mientras están con la sauna (del suegro de Sánchez) y con el novio (de Isabel Díaz Ayuso)”, no se habla “de pensiones ni de educación”. Y eso es línea directa a la desafección”.
Mera coincide con esta opinión: desde la pandemia, tratan de extender la idea de “todo está mal”. Oímos “hablar de que vivimos en una dictadura, que no hay libertad de expresión”. Y lo dicen “en espacios de máxima audiencia”, así “que es una dictadura bastante curiosa”, ironiza. “Jugar tanto a esa exageración, al final, aparte de la banalización de los términos, es crear una falsa sensación de desastre continuo. Y normalizar lo que no es normal”.
La desafección, en cifras “disparatadas”
“Lo que los datos muestran de manera meridiana es que los índices de desafección ciudadana en el conjunto del país están disparados, es récord tras récord.”, subraya Rafael Ruiz. El sumatorio de alusiones a los partidos y los políticos y a la corrupción como el principal problema ya triplica las que hacen referencia a la vivienda, “que es un dramón para muchas personas en nuestro país”, y cuadruplica las menciones relacionadas con el paro y los problemas económicos.
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En ese contexto, “las alusiones personales, que elevan el tono, la crispación y el ruido, lo que hacen es alimentar esa bolsa de descontento en la que parece que se van saltando todos los límites”.
Y ahí el que gana es Vox, que es el partido antisistema. “Está en el 18,5%”, subraya Ruiz. Desde hace mucho tiempo “es la primera fuerza entre los más jóvenes” —algo que “rompe con todo lo que había ocurrido en democracia”— gracias a que se ha hecho “con el discurso de impugnación frente al sistema”.
Aunque prevé una bajada en septiembre, tras el parón del verano, un 18,5% de intención de voto, insiste, “son palabras mayores”. En un año ha ido creciendo del 12 al 13, del 13 al 14, del 14 al 15, del 15 al 16. Son los únicos que aumentan su intención de voto frente a un PP que “está en sus números de 2023”.