La estrategia del PP

Feijóo cumple 100 días al frente del PP sin cerrar un solo pacto con el Gobierno

Alberto Núñez Feijóo y Cuca Gamarra posan para los fotógrafos frente a los leones del Congreso.

La mejor definición del modelo político que representa Alberto Núñez Feijóo la dio él mismo en Cataluña hace apenas unos días en un acto con dirigentes de su partido: “Es el que permite llegar a la mayoría de los ciudadanos”. El que mejor se adapte a cada momento y a cada lugar. El que conecte con la mayoría, ese grupo de ciudadanos que en las encuestas se autoubica en el centro político, entendido como la zona menos vinculada a la ideología que representa el grueso de los votantes en las elecciones.

Feijóo cumple este fin de semana sus primeros 100 días al frente del principal partido de la oposición. En ese tiempo ha dado un vuelco a las expectativas de un Partido Popular que hace apenas cuatro meses había entrado en barrena como consecuencia de la guerra abierta entre su líder nacional, Pablo Casado, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. 

De aquella batalla interna no queda ni el recuerdo. El casadismo, prácticamente al completo, incluyendo actores tan significados como los portavoces en el Congreso y el Senado, Cuca Gamarra y Javier Maroto, el presidente de la Región de Murcia, Fernando López Miras, o el líder del PP en la Comunitat Valenciana, Carlos Mazón, se ha reciclado rápidamente para abrazar a Feijóo con la misma naturalidad y entusiasmo con la que poco antes cantaban las virtudes de su antecesor. El partido despunta en todas las encuestas, distanciándose no sólo de Vox sino tomando ventaja sobre el PSOE, y acaba de apuntarse una victoria contundente, por mayoría absoluta, en una Andalucía que parece haber abandonado a la izquierda. Feijóo no puede pedir más en menos tiempo.

En apenas tres meses el líder y su equipo han aplicado a la política española 16 años de experiencia en Galicia, primero al frente de la oposición, después en el Gobierno. Una estrategia basada en el pragmatismo más extremo: desplegar todo el arsenal ideológico de la derecha —las mismas ideas que defendía Pablo Casado— pero sin las aristas incómodas que ahuyentaban a los electores menos politizados.

El sentido práctico que aplica Feijóo se entiende mejor cuando se observa cómo aplaude con entusiasmo al mismo tiempo el radicalismo ultraliberal y derechista de Isabel Díaz Ayuso y la moderación supuestamente centrista y andalucista de Juanma Moreno. Le sirven los dos, siempre y cuando ganen elecciones y le ayuden a conseguir en sus respectivos territorios el caudal de votos que necesita para ganar las generales. 

El “modelo ideal” no es el de Isabel Díaz Ayuso, el de Juanma Moreno o “el de Feijóo”, explicó él mismo a los suyos en Cataluña para que entendiesen qué clase de pragmatismo quiere que practiquen a partir de ahora. “Es el que permite llegar a la mayoría de los ciudadanos” mediante lo que llama “política útil, la que conecta con la gente y resuelve sus problemas”. La fórmula con la que está convencido que ganaba en Galicia y que según él ha aplicado Moreno en Andalucía. 

Demostrar que el PP es capaz de resolver problemas es precisamente lo que busca Feijóo repitiendo machaconamente, todos los días, que tiene una receta para reducir la inflación o al menos aliviar sus consecuencias para las clases medias y bajas: bajar los impuestos. Un mensaje particularmente seductor para quienes desde hace meses observan con preocupación cómo los precios se disparan y sus recursos económicos se reducen. Y al que está ayudando la imagen de gestor de éxito en Galicia que se ha construido con la ayuda de una gran parte de los medios y que tiene poco que ver con los hechos, tanto en materia fiscal como en el resto de asuntos públicos sobre los que tuvo responsabilidad durante su larga etapa como presidente autonómico.

El plan de Feijóo sigue siendo el mismo que el de Casado, “ensanchar” la base social y electoral del PP para volver a ganar. Pero la estrategia ha cambiado. Busca el modo de adaptarse a las necesidades e inquietudes de cada territorio y ha dejado de obsesionarse, como hacía su predecesor, porque eso afecte al discurso nacional del partido. Si los barones tienen libertad de movimientos, el problema de la falta de unidad desaparece. La confrontación con Ayuso ha dejado de ser noticia no porque la presidenta madrileña haya cambiado de rumbo sino porque ya nadie la contradice. Y menos que nadie Feijóo, que no va a interponerse. Se adaptará a cada circunstancia como ya ha empezado a hacer con la financiación autonómica para no verse atrapado entre lo que él pedía para Galicia y Castilla y León y lo que reclaman Andalucía o la Comunitat Valenciana. Que no es, ni mucho menos, lo mismo.

De ahí que la receta para ganar, en palabras de Feijóo, no incluya pronunciamientos ideológicos ni apelaciones a los valores liberales, conservadores o democristianos del partido. El actual presidente defiende abiertamente que, para ganar, hacen falta cinco ingredientes tan prácticos que podría aplicarlos cualquier otra formación del arco parlamentario: “ilusión, humildad, trabajo, inteligencia y sensibilidad”.

Pragmatismo

Feijóo no desprecia la ideología ni el espacio del nacionalismo español que Vox considera propio, pero tiene claro que no será apoyándose ahí donde recuperará la mayoría sino, de nuevo, mediante un discurso que le retrate como un político práctico y pragmático. Por eso da prioridad a encontrar “las razones que buscan” los ciudadanos para votar. Y diseñar para ellos “soluciones útiles” a “los problemas ordinarios y reales”. Se trata, repite a los suyos, de buscar “elementos comunes” para “la mayoría” interpretando “correctamente las necesidades de los ciudadanos en el momento concreto y exacto en el que hay que votar”. 

Ese terreno, el de lo práctico, es el que está abonando para atraer votantes hacia el PP. Muchos de Vox pero también del PSOE, según las encuestas. Por eso su estrategia se basa en la repetición diaria de un diagnóstico muy negativo de la situación económica en el que no duda en reescribir los datos para describir una “gravísima crisis” en camino de la que sólo habría un culpable: el Gobierno de Pedro Sánchez. Para construir esa narrativa vale todo, hacer afirmaciones directamente falsas, como que la economía española no está creciendo, o que España está destruyendo empleo. 

Ese empeño en cuestionar repetidamente los datos del paro y exagerar los problemas reales de la economía española para que parezca que es la única que tiene dificultades por culpa de la guerra en Ucrania y la crisis de la cadena de suministros y poder así culpar a Sánchez, le ha ocasionado ya algún problema y ha puesto en entredicho incluso su competencia en materia económica. Le pasó en su primera sesión de control en el Senado, en la que patinó a la vista de todos al confundir prima de riesgo y tipos de interés, dos conceptos básicos para cualquiera que pretenda gestionar la economía de un país.

En estos primeros 100 días de mandato al frente del PP, Feijóo ha combinado las críticas a la situación económica con una oferta de pactos de Estado casi tan amplia como su negativa a negociar los acuerdos que le propone el Gobierno. En eso sigue la misma estrategia que utilizó en la oposición en Galicia: ofrecer pactos para después dinamitarlos acusando del fracaso a la otra parte. 

Ha ofrecido, por ejemplo, un acuerdo al Gobierno en materia de defensa que ha acabado superado por la política del Ejecutivo y los compromisos alcanzados con la OTAN y Estados Unidos mientras regatea su respaldo con el argumento de que antes Unidas Podemos debe apoyarlo. A pesar de sus buenas palabras iniciales, lleva tres meses manteniendo el bloqueo de la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) en línea con el boicoteo institucional decretado por Pablo Casado hace tres años. 

De todos los asuntos que Sánchez le ofreció pactar Feijóo, sólo ha dado pasos para atender uno: la supresión de la Constitución del término “disiminuido” para referirse a las personas con discapacidad. Aunque de momento no hay noticia de acercamiento alguno en el Congreso, que es donde está paralizada la reforma.

El PP de Feijóo tampoco apoyó el primer decreto de medidas para paliar las consecuencias de la guerra, el que bonificó con 20 céntimos el litro de combustible y movilizó 16.000 millones de euros en recursos públicos, 6.000 en ayudas directas y rebajas de impuestos y 10.000 a través de una nueva línea de avales gestionados a través del ICO. Un decreto que, entre otras cosas, incrementó un 15% el Ingreso Mínimo Vital, congeló la subida de alquileres y puso en marcha ayudas directas para agricultores, pescadores y empresas que consumen electricidad o gas de forma intensiva. 

El nuevo decreto

Y no ha anunciado todavía si apoyará o rechazará el nuevo decreto, que amplía la duración de estas medidas hasta final de año e incluye dos nuevas que el PP había pedido expresamente: la rebaja del IVA de la electricidad al 5% y ayudas directas para las familias más desfavorecidas. Todo le parece insuficiente si no incluye una rebaja del IRPF y un “adelgazamiento” de la administración.

En muchos asuntos Feijóo mantiene una calculada ambigüedad que tiene mucho que ver con ese discurso de “mayorías”. En política exterior, por ejemplo, ofreció a Sánchez pactar las relaciones con Marruecos después de criticar las decisiones tomadas por el presidente, pero sin desvelar si está de acuerdo con que la mejor solución para el Sáhara sea convertir la antigua provincia española en un territorio autónomo bajo soberanía marroquí.

Los temas espinosos, aquellos que pueden alejar a grupos importantes de votantes como los pensionistas, los evita Feijóo siempre. Nadie sabe a día de hoy, por ejemplo, si el PP quiere impedir que las pensiones se revaloricen automáticamente de acuerdo con la inflación, como marca la reforma legal impulsada por el Gobierno. Aunque hay constancia de que ese modelo no le gusta.

Tampoco habla de recortes, aunque el perfil del equipo económico del que se ha rodeado anticipa que esa será su política si llega al poder. En realidad, Feijóo sigue a día de hoy sin responder a la mayor parte de las propuestas que en su día le trasladó Sánchez en la única reunión que han mantenido hasta la fecha.

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Es verdad que, en lo formal, el nuevo líder del PP ha sido capaz de construir una imagen menos radical que la de Casado. Pero los mensajes no están muy lejos de los de su antecesor, por más que las palabras no resulten tan agresivas. Hay muchos ejemplos de acusaciones de grueso calibre: desde insinuar que Sánchez quiere manipular las elecciones generales a afirmar que pretende “controlar” instituciones como el Tribunal Constitucional. Le ha acusado de querer recaudar más impuestos para repartir ese dinero entre colectivos afines por motivos electorales. O de “vivir de rodillas” frente a los independentistas, pactar directamente con “los herederos de ETA” la memoria democrática o tomar decisiones sometido al chantaje de Marruecos. 

Con todo, Feijóo ha conseguido superar sus primeros 100 días al frente del PP sin que le salpique, ni de lejos, la corrupción de su partido. Un fenómeno con el que siempre ha mantenido una extraña relación, basada sobre todo en la negación y en la alergia a la autocrítica. La renuncia a vender la sede de Génova, símbolo de las malas artes del PP porque se reformó con dinero B, resume muy bien la actitud del nuevo líder de la oposición.

Ahora Feijóo se prepara para su primer debate del estado de la nación asumiendo un papel inédito de convidado de piedra. Acudirá al Congreso para escuchar lo que tenga que decir Pedro Sánchez y aplaudir la réplica de su portavoz, Cuca Gamarra, que será la que hable por él. Una nueva oportunidad para repetir uno de sus discursos favoritos: lo alejado que se siente de la forma en que se hace política en el Congreso.

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