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Es impensable que alguien con la mínima noción de comunicación de crisis recomendara a Cifuentes negar evidencias tan inapelables como que no fue a clase y no hizo los deberes, y por tanto se sacó el título de gorra.
Hay algo muy serio detrás del debate abierto en Podemos a propósito del nombre con el que se sellarán las papeletas de las elecciones autonómicas, locales y europeas del año que viene.
Los humanos occidentales llevamos cosa de un siglo en un cambio cultural extraordinario. Consiste en canalizar los extraordinarios niveles de testosterona que nos sobra a los machos.
Ahora resulta que la familia Franco podría blanquear ocho millones de euros robados por el abuelo, a la vista de todo el mundo, vendiendo el Pazo de Meirás.
Con la provocación, los artistas rompen tabúes y generan debate púbico, que a la postre genera cambio social. Nada nuevo. Pero lo que sí sorprende es la ingenuidad con la que en España han reaccionado esta semana las autoridades supuestamente ofendidas.
Oxfam se recompondrá y superará, no sin algún dolor, las tropelías de algunos de sus miembros. Y el PP pasará a la historia como el partido corrupto que ya nadie duda que fue.
La política es por definición la construcción de un espectáculo. Exige una representación constante. Se quiere ver al gobernante y proyectar en él, o en ella, las aspiraciones del pueblo.
La exdiputada socialista Teresa Cunillera me contaba que acababa de conversar con un destacado político del PP al que le había dicho: “Ignacio, veo que estáis como estábamos nosotros entre 1993 y 1996”… Es decir, agonizando.
Lo importante es que hablemos de ello. Que observemos los dejes descaradamente machistas, humillantes y denigrantes que ensucian por miles nuestra convivencia.
Las niñas y los niños que asisten al desfile no reparan en si el rey Baltasar está pintado con betún, si el traje que lleva Melchor es como el del mago Merlín o si Gaspar tiene barba hípster.
El problema es que ni Puigdemont ni Rajoy han logrado una victoria contundente sobre el otro, sino más bien una vuelta a la casilla de salida, una reproducción del hemiciclo salido de las elecciones de 2015.
Insulta con gracia. Para que tus provocaciones se comprendan como tales tienes que ser un provocador profesional, o al menos tener talento para serlo un día.
Las encuestas dicen que no es un caso aislado. Del voto que pierde Unidos Podemos en los últimos meses, una parte no despreciable va a Ciudadanos, casi tanta como se marcha al PSOE o a la abstención.
Por injusto que sea que dos comunidades autónomas tengan un sistema de financiación completamente distinto de las demás y hoy nítidamente insolidario, no es posible cambiarlo en este momento.
Cuando un juez ordena grabaciones o seguimientos secretos de cualquier tipo, en la búsqueda de delitos, el juzgado tiene la obligación de separar el grano de la paja.
Permitir que gobierne el independentismo o dar paso al bloque del “régimen del 78” puede ser la gran decisión que el líder de Podemos y los “comunes” tengan que tomar tras el 21D.
Tener en la cárcel ya a una decena de líderes políticos catalanes puede ser jurídicamente impecable, pero electoralmente muy poco conveniente para la causa de la unidad de España.
Si durante muchos años el independentismo pudo acuñar un indiscutible derecho a decidir, ahora el lado unionista tiene un pequeño pero contundente listado de verdades indiscutibles que defender.
¿Funcionaría poner estos sonidos como música de fondo en el Parlamento? Puede que así nuestros políticos entren en un estado de escucha, no pido más. Sólo escuchar.
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