El humor muestra la salud de la democracia
La salud de la democracia la vemos si sabemos reírnos de nosotros mismos. Por eso la tantas veces mencionada democracia más antigua del mundo puede dejar de serlo. No dudo que fuese la primera sino que siga siendo democracia. Al menos de momento, coyunturalmente, en esta legislatura, con el actual presidente. Y es que en ella, en Estados Unidos, se persigue el humor, que ya no es el reflejo de la libertad, característica principal de la tolerancia.
El lápiz, el dedo de Donald Trump dibuja la tendencia del país que decide lo que se hace en el mundo. Si te ríes no sales en el cuadro, en la foto, ha decidido el “emperador”. Tal cual. Lo hemos visto repetidas veces y muy frecuentemente. Se le ocurrió a Jimmy Kimmel, en su programa de la cadena ABC, hacer una inocente pregunta sobre las consecuencias del terrible asesinato de Charlie Kirk y horas después le suspendieron su emisión. Y aunque algunos de sus colegas en otras cadenas han mostrado la continuidad de sus opiniones, los programas de análisis y humor están pendientes de su cesantía. Porque el humor parece un arma peligrosa, un riesgo y depende de los caprichos del poder.
Al principio el programa de Kimmel fue suspendido sine die. Quizá por la vergüenza de su radical decisión, la cadena de televisión que los emitía, perteneciente al conglomerado Disney, quizá por la presión de compañeros de otras cadenas o de los mismos espectadores, el programa volvía a emitirse días más tarde en parte de la cadena, ya que varias pequeñas compañías locales asociadas mantenían su suspensión. No querían correr riesgos. Pero el hecho refleja cuál es la situación en un país que presume de libertad.
Para recuerdo del lector, está la reciente historia de The Washington Post, que censuró una viñeta de una humorista, su colaboradora sueca Ann Telnaes, premio Pulitzer. No publicó el diario capitalino una ilustración en la que ironizaba sobre la pleitesía de los grandes empresarios, que admitían las “recomendaciones” del entonces futuro presidente Donald Trump en cuanto a sus llamativos desplantes como candidato. Aunque no era la primera vez que ocurría algo parecido en la prensa norteamericana. En junio de 2019 la edición internacional de The New York Times decidió que no publicaría más viñetas satíricas. Un dibujo que ironizaba con una caricatura de Benjamín Netanyahu como perro guía, con un collar del que colgaba una estrella de David, conducía a un ciego Donald Trump tocado como judío con su kipá, levantó una protesta como antisemita. El dibujante portugués Antònio Moreira Antunes, su autor, llegó a decir: “Lo políticamente correcto amenaza nuestra profesión”. Todo a pesar de que la viñeta ya había sido publicada en el semanario luso Expresso. El rotativo neoyorkino se disculpaba con unas frases de su editor: “Una imagen como esa es siempre peligrosa, y en un momento en el que el antisemitismo está resurgiendo en el mundo, es todavía menos aceptable”. Luego vienen las acusaciones de antiamericanismo.
El humor es un buen termómetro para comprobar la temperatura política de una sociedad
Es decir, atrocidades como lo que sigue ocurriendo en Gaza a pesar del oficial alto el fuego o la deriva de la libertad para adquirir armas de fuego en Estados Unidos no parecen tan peligrosas como los dibujos publicados en los periódicos. Aunque hay antecedentes más insoportables. Lo demuestran hechos como el atentado a la revista Charlie Hebdo (12 asesinados hace ya diez años). Muestra de la barbarie asesina. La intolerancia es la forma más irracional del ser humano, una demostración de debilidad. Charlie Hebdo ya sufrió un atentado en noviembre de 2011 tras publicar una portada con Mahoma como "redactor jefe" que anunciaba "100 latigazos a quienes no se mueran de risa". La web de la revista, tras ser pirateada, aparecía con la frase "Ningún otro Dios que Alá". Ya se había solidarizado el semanario francés con el amenazado danés Jyllandes-Posten que en 2006 publicó caricaturas de Mahoma. En España hubo también atentados por intolerancia. El Jueves se solidarizó publicando en su portada "Íbamos a dibujar a Mahoma ¡pero nos hemos cagao!" Y es que ya en 1977 la revista satírica había sufrido un atentado. Un año después fue el diario El País el atacado. Dos compañeros muertos y varios heridos muy graves entre ambos. El humor es un buen termómetro para comprobar la temperatura política de una sociedad. ¡El humor es peligroso en democracia!
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Fernando Granda es socio de infoLibre.