Los libros

El espíritu y la nevera

Qwerty, de Itziar Mínguez Arnáiz.

Juan Carlos Sierra

QwertyItziar Mínguez ArnáizLa Isla de SiltoláSevilla2017  Qwerty

 

Empezar diciendo que Qwerty, el último libro de Itziar Mínguez Arnáiz (Baracaldo, 1972), es un poemario que habla sobre la propia poesía no supone desvelar ningún misterio al lector que se acerque a él ni añade mérito alguno al crítico que esto escribe, ya que la propia escritora se encarga de dejarlo claro en una suerte de epílogo —"Nota de la autora"— que cierra el libro. Ahora bien, dadas las características del asunto elegido, su vastedad y sus matices, su historia, su papel tradicionalmente preeminente como género literario y, sobre todo, debido a las variadísimas perspectivas desde donde se puede abordar poéticamente este asunto, merece la pena que analicemos el lugar desde el que la autora vasca se posiciona y ataca los versos que conforman Qwerty.

De entre todas las posibilidades que se le ofrecen a Itziar Mínguez, esta se decanta claramente por un discurso que evita las abstracciones hermenéuticas que podrían fatigar al lector, cuando no exasperarlo, en favor de una narrativa próxima a la experiencia poética media, como quien dice a pie de obra, y en un tono conversacional transparente y directo, tan característico de su ya más que reconocible voz poética. Si se tratara de un ensayo –de hecho creo que podríamos calificar a Qwerty como un ensayo metapoético— estaríamos hablando de un texto divulgativo que en ningún momento renuncia al rigor.

Ahora bien, si aceptamos la tesis anterior, es decir, que estamos ante una suerte de ensayo metapoético, se le podría reprochar falta de sistematicidad, de un hilo conductor coherente que lleve de la mano al lector por cada uno de los vericuetos por los que se mueve esta reflexión poética, ya que salta a la vista la ausencia de una estructura clara en este poemario. Los textos se suceden en un contínuum sin partes ni secciones ni transiciones más o menos marcadas, como quien deja que los poemas se coloquen a su libre albedrío en el libro o según el capricho que en cada momento les haya dotado de existencia en el papel. Probablemente ese discurso de la naturalidad, esa narrativa de lo cotidiano del que hablábamos antes, guarde una relación directa con este caos organizativo, pero creo que a un asunto de la complejidad del que se trata en el libro hasta cierto punto no le habría sentado nada mal un poco más de sistematicidad, que habría contribuido a dotar al libro de  una menor sensación de dispersión.

En cualquier caso, pese a la tesis adelantada y quizá un poco atrevida, no olvidemos que estamos leyendo un poemario cuya estructura –o ausencia de ella— también le confiere una significación particular. Parece decirnos con ello Itziar Mínguez Arnáez que los caminos por los que transcurre la poesía se parecen a los de la vida en su multiplicidad, en su variedad, en su simultaneidad, en su desorden; porque vida y poesía son sinónimos para la poeta, incluso se simbiotizan irremediablemente –"Conclusión poético-existencia"—. Esos senderos por los que caminan poesía y vida los recorremos cotidianamente todos, consciente o inconscientemente, porque se hallan a la altura de los adoquines de las aceras y en lo más prosaico de nuestro día a día, mucho más acá de las alturas intangibles del Parnaso desde donde siempre, para hacerse los importantes, nos han contado algunos poetas que los podíamos encontrar.

Así, en un intento de desmontar el aura etérea y mística en que tradicionalmente se ha instalado la poesía por la acción interesada de esos mismos poetas, resulta llamativo comprobar en Qwerty cómo Itziar Mínguez tiende a deslizar su mirada, a veces irónica, a veces sarcástica, a veces desengañada, hacia las mezquindades del mundillo poético con sus envidias, sus egos estratosféricos, sus premios y congresos, sus poetas-profetas,… Son muchos los textos que tratan este asunto tan terrenal, tan humano —¿tan poco poético?—, pero quizá ninguno tan clarividente como el titulado "Happy end".

En esta línea desmitificadora aún se puede bajar un peldaño más, ese que en cierto modo explica algunas de las mayores miserias de la poesía cuando se cruza con las necesidades primarias del vivir. Bécquer se preguntó en su famosa Rima XXI qué era eso de la poesía, igual que hace Itziar Mínguez en Qwerty. Y la respuesta que ofrece la poeta vasca no puede ser más becqueriana: "Eso que alimenta mi espíritu/ mientras mi madre/ me llena la nevera", muy en la honda del mismo Bécquer en su Rima XXVI: "Voy contra mi interés al confesarlo,/ no obstante, amada mía,/ pienso cual tú que una oda sólo es buena/ de un billete del Banco al dorso escrita".

Pero no toda la reflexión poética en Qwerty anda tan embarrada de la más prosaica realidad. También hay espacio para el discurso político-poético –quizá sin salir completamente del barro—, como en los poemas consecutivos "Libertad de expresión", "DIN A4" e incluso "El censor"; o para asuntos más elevados como la percepción que de la poesía suele tener el público que se acerca a ella –"Soneto vs. verso libre", "Injurias y calumnias" o "Ser poeta"—, la trascendencia íntima de la experiencia poética tanto para el lector como para el autor —"Muerte en el olvido", "La vida, los libros" o "La poesía es un arma cargada de futuro", por ejemplo—, las cuitas del poeta en su taller –"Tetris"—…

Qwerty, en su brevedad, en su difícil sencillez, es un poemario policromático, polifacético y polisémico. Pasear al lector de esta reseña por todos sus rincones se antoja una misión casi imposible y además una traición a quien quiera disfrutarlo. Así pues, lo dejamos aquí pero no sin antes fijar la mirada en algo que está contenido en el neologismo –por llamarlo de alguna manera— que da título al libro, Qwerty, y que abraza al libro en su conjunto: algo tan propio de la poesía como nombrar la innombrable, crear una realidad poética que pueda proporcionar nuevos significados, nuevas maneras de contemplar la vida enriqueciéndola y afinándola. Al fin y al cabo, la tarea fundamental del poeta y de la poesía.

*Juan Carlos Sierra es profesor de Literatura. Juan Carlos Sierra

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