Cultura

Mark Bray: "Dar espacio público al fascismo es reconocer su legitimidad"

El historiador estadounidense Mark Bray.

¿Está bien boicotear los actos de la ultraderecha? ¿Hay que llamar nazis a los militantes de extrema derecha que se definen a sí mismos como alt-right o como patriotas? ¿Es posible derrotar al fascismo en el "mercado de las ideas"? ¿La democracia representativa puede, por sí sola, detener el discurso de odio? Mark Bray, historiador estadounidense especializado en derechos humanos, terrorismo y radicalismo político, lleva años estudiando el desarrollo y los métodos del movimiento antifascista desde el periodo de entreguerras hasta hoy, pero quizás nunca haya tenido que repetir una y otra vez las mismas ideas tanto como en los últimos años. Y no son, en realidad, preguntas muy distintas de las que se formularon los primeros que usaron ese apellido para sí mismos, hace un siglo, asombrados por el auge del Partido Alemán de los Trabajadores, los Camisas negras o Falange, sabiendo quizás la amenaza que suponían. 

Cuando Bray llega a Madrid para presentar su libro Antifa. El manial antifascista (Capitán Swing), en una gira que le llevará también a Valencia y Barcelona, lo hace en plena resaca electoral. Hace unos días, Vox ha entrado en el Parlamento con 24 escaños y el 10,26% de los votos. No son, claro, los hasta 37 representantes que llegaron a pronosticar las encuestas, pero España no es ya una excepción en el auge de la ultraderecha europea. La izquierda, ganadora de los comicios, se divide entre el alivio y el temor. ¿Estamos en peligro? "Creo que siempre hay un peligro cuando la ultraderecha gana menos de lo esperado, porque por un lado, sí, es menos, pero en ese proceso nuestros estándares cambian y bajan cada vez más", advierte el ensayista poco antes de su charla del 8 de mayo en el Círculo de Bellas Artes. El ascenso de los partidos fascistas al poder, recuerda, no fue lineal. Por eso no acaba de fiarse: "No hemos evitado nada. O, bueno, ¡tal vez! Quizás en cinco años desaparezcan, espero que sí, pero tras unas elecciones no podemos relajarnos".

El antifascismo del que habla el autor estadounidense no es un antifascismo en sentido general, en el que entrarían todos aquellos que no se identifican con el fascismo, sino la militancia antifascista, los distintos grupos cuya labor política se centra en enfrentarse de manera directa a la ultraderecha. "La trágica ironía del antifascismo moderno", escribe en el volumen, "es que, cuanto más éxito tiene, más se pone en duda su necesidad". Y no solo cuando tiene éxito. Tras la entrada de Vox en el Parlamento Andaluz, Pablo Iglesias iniciaba su discurso poselectoral hablando de "alerta antifascista". Muchos lo vieron excesivo, también dentro de la izquierda: Íñigo Errejón se desmarcó de ese discurso: "Vox es un síntoma, pero no es el mal. No hay 400.000 andaluces fascistas". ¿Ve justificadas Bray llamadas como esa? "Obviamente, es una táctica para movilizar a gente en torno al partido, es lo que hacen los políticos, siempre. Pero creo que es legítimo hablar de alerta antifascista contra Vox". Si ve razonable la alarma es porque considera que "históricamente, antes de la Guerra Civil española, los partidos de izquierdas pensaban que los fascismos no eran más que una forma nueva de la reacción tradicional, y tardaron mucho en organizar una respuesta militante. Su enfoque se centró en las urnas, y eso no tuvo éxito". 

 

Pero la observación de Errejón sobre la naturaleza política de los votantes de Vox es pertinente, en su opinión. En este punto, prefiere de hablar de la realidad estadounidense, que conoce más en profundidad, para no pillarse los dedos: "Hay una perspectiva que dice que la gente que vota por Trump tal vez no vota por él porque es racista, pero sí lo hacen pese a su racismopese a . Hay otra perspectiva que dice: ah, son pobres, no tienen educación. Pero de hecho hubo mucha gente de clase alta que votó por él". Hay que tener en cuenta, dice, ambas perspectivas. Los partidos de izquierda deben hacer "un esfuerzo" para plantear alternativas que puedan seducir a quienes votan a partidos de ultraderecha preocupados por las condiciones económicas y políticas. Pero también hay que tener en cuenta que en otras ocasiones este es un "voto de reacción" frente a "cambios sociales que ven como amenazas a los valores tradicionales", como el feminismo, la lucha LGTB o el antirracismo. 

Mark Bray estudia también en profundidad los métodos del antifascismo histórico, como es la acción directa, física, en las calles, y su aplicación en el antifascismo moderno. Habla, por ejemplo, de los boicots contra los actos organizados por líderes de ultraderecha, como las protestas frente al acto de Vox en San Sebastián el pasado abril. ¿Son legítimas, son útiles estas acciones? "Sí. Siguiente pregunta", bromea. Pone como ejemplo las protestas contra Milo Yiannopoulos, uno de los divulgadores de la alt-right estadounidense, opuesto al movimiento feminista, al Black Lives Matter y partidario de la construcción del muro con México. Movimientos antifascistas impidieron la celebración de una de sus charlas en la Universidad de Berkeley en febrero de 2017. "Después de esto, los periodistas escribieron que estas tácticas iban a hacer que Yannopoulos fuera una estrella famosa. Pero esto no ocurrió, al contrario: ahora no puede conseguir charlas, su libro fue cancelado...", cuenta. A veces no es necesario, dice, "convencer al público de que alguien no debe tener una plataforma", a veces basta con que tenerla sea para ellos "demasiado complicado". 

Se le plantea la discusión en torno a la participación de Vox en los debates electorales: desde el punto de vista del antifascismo, ¿es mejor dejarles hablar para que muestren lo nocivo de sus ideas, o es mejor impedir su acceso a cualquier plataforma pública? Él es partidario de lo segundo: "La idea de que es mejor que los fascistas expresen sus perspectivas supone tener una gran fe en la racionalidad de la gente para determinar que esas ideas son malas. Alguna gente lo pensará, otras no. Cuando nos escuchamos, estamos reconociendo el derecho del otro a hablar. Dar espacio público al fascismo es reconocer su legitimidad". Además, dice, no hay que perder de vista el efecto que el discurso de odio tiene en las comunidades a las que se dirige. "Frecuentemente los periodistas no entienden estas dinámicas", critica, "o si las entienden dicen que son un peligro enorme para la tradición de la libertad de expresión, y si continuamos así en 10 años nadie podrá decir nada. No es cierto. El fascismo fue perseguido de manera mayoritaria tras la II Guerra Mundial y no se perdió la libertad de expresión". 

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¿Y si esa oposición les sirve para presentarse como víctimas? Tras los boicots a sus actos de campaña, Vox ha apelado a la "libertad de expresión" y sus líderes han utilizado las imágenes de las protestas a su favor. "Estos grupos usan la respuesta para presentarse como víctimas, es cierto, lo han hecho a lo largo de la historia", concede Bray. "Pero también es cierto que se presentan como víctimas sin estas protestas, porque la suya es una política de victimización, en respuesta a los judíos, musulmanes, la izquierda… La lista es larga". Por eso, él prefiere preguntarse: ¿qué necesitan los grupos fascistas para desarrollarse? "No es un misterio, se puede ver que necesitan mítines, periódicos. Es más o menos como otros movimientos. Necesitan crear espacio, comunidades donde ser normalizados". Se trata, para el movimiento antifascista, de hacer que acceder a todos esos elementos propagandísticos les resulte difícil. 

La pregunta del millón sería si, mirando al pasado, el historiador confía en la eficacia del movimiento antifascista y sus métodos. La respuesta: no queda más remedio que actuar. "Si queremos que no vuelva a existir un régimen fascista no podemos confiar en nuestra propia conciencia histórica. La solución tenemos que plantearla nosotros. Ahora un partido de extrema derecha tiene escaños en el Parlamento. Si reciben más votos en las próximas elecciones, van a tener más. No veo razones para sentirnos cómodos por esto".

 

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