La paradoja de la España próspera: la economía va como un tiro, pero el 54% de los ciudadanos la ve mal

Varios obreros durante el inicio de la segunda fase de las obras de en la Castellana (Madrid).

Entre la sede central del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Washington y cualquier supermercado de barrio hay una maraña de relaciones económicas tan compleja que, en lo que se refiere a la economía española, se ha vuelto paradójica. Recientemente, las tres grandes agencias de calificación crediticia —Moody’s, Fitch y S&P— elevaban a la letra A su calificación sobre la capacidad de España para pagar su deuda, la mejor nota desde la crisis de 2007. Por otro lado, el FMI estimó la pasada semana que el PIB español aumentaría este año un 2,9% y sería la economía avanzada que más crece en los últimos dos años. Pero a la vuelta de la esquina de estos buenos resultados aparece la percepción ciudadana, que dista mucho de las halagüeñas corrientes macroeconómicas. 

El 52% de los españoles considera que el origen social condiciona la capacidad de progresar en la vida, según recogía Oxfam este martes. Y esta percepción ha empeorado en tres puntos porcentuales desde la última encuesta, realizada en 2023. En el informe Vivir la desigualdad, el ascensor social y la meritocracia salen muy mal parados a ojos de los ciudadanos y, además, la vivienda se posiciona como la principal fuente de desigualdad, seguida, paradójicamente, de la economía. Es un sentimiento que corroboran otras encuestas, como el Termómetro que la agencia 40dB difundió la pasada semana. En este análisis, de nuevo, el sentimiento económico de los españoles se había deteriorado en siete décimas y se acercaba a una valoración de “pesimismo moderado”.

¿Cómo se explica esta disonancia? “Los datos macroeconómicos como el crecimiento del producto interior bruto, la reducción del desempleo o la contención de la inflación son positivos, son ciertos y reflejan el comportamiento real de la economía de un país, pero estos datos no muestran cómo se reparte esta riqueza ni su impacto en la vida de cada ciudadano”, resume rápidamente Sara Muñoz, economista experta en consumo.

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) recoge en su último barómetro que un 40% de los encuestados ve la situación general de España en materia económica como buena o muy buena, mientras que un 54% se mueve entre las categorías de mal a muy mal (páginas 6 y 12 del documento enlazado). Al preguntar por la situación particular de cada cual, en cambio, el análisis mejora y un 66% afirma que su situación personal es buena, frente a un 34% que dice que es regular o muy mala. A esta diferencia entre la percepción personal y la valoración de la economía se acogía el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, cuando le preguntaban por este asunto.

Cuerpo argumentaba que el clima geopolítico y cuestiones como los aranceles podían estar influyendo en una valoración más “emocional”, aunque sí reconocía que temas más locales como la vivienda o las condiciones laborales seguían siendo grandes retos. Julia García es la investigadora que ha llevado a cabo el informe de Oxfam y, en su opinión, hay “un estancamiento e incluso un empeoramiento” en la percepción de los ciudadanos que bebe del mercado inmobiliario y de unos salarios que siguen corriendo un tanto exhaustos detrás de los precios. 

En su análisis, la vivienda y el gasto que conlleva, la precariedad laboral o el hecho de que un 30% de los encuestados declara no llegar bien a final de mes son los puntos en los que se concreta este malestar, según la investigadora. “Que los datos macroeconómicos estén creciendo es una buena noticia y es una condición para reducir la desigualdad, pero no es sinónimo de que eso llegue a la gente porque hay una distribución desigual de ese crecimiento”, explica. 

La cara y la cruz del empleo

Del lado de lo laboral viene uno de los principales desafíos. Y es que aunque el mercado de trabajo es uno de los motores del crecimiento —el número de desempleados está en mínimos desde 2007, con un dato de 2,4 millones y los afiliados superan los 21,8 millones—, también posee una parcialidad que alcanza a 2,5 millones de personas y que inevitablemente se traduce en salarios más bajos.

Otro punto es el paro, que aunque se ha ido reduciendo desde la reforma laboral, es de los más persistentes de la eurozona. La tasa de paro nacional se situó en el 10,4%, muy por encima del 5,9% de la media europea. “Este es uno de los desafíos estructurales en los que hay que hacer hincapié. España es un país que tiende a generar mucha desigualdad durante las crisis por su modelo productivo y eso hace que luego le cueste más recuperarse, porque sigue concentrando muchos empleos de baja cualificación y bajos salarios”, sentencia Julia García. Esto ha llevado a que en los datos de Oxfam, recopilados sobre una base de más de 4.000 personas, el sentimiento de satisfacción laboral también haya caído desde un 75% en 2023 hasta un 69% en 2025. 

Pero el gran motor del descontento es la vivienda. De hecho, cuando el periódico británico Financial Times definió a España como “un punto de luz” entre las economías europeas y elogió su crecimiento, también advirtió que el impulso que la inmigración ha dado al mercado laboral corre el riesgo de perder efecto si el Gobierno no “brinda el apoyo adecuado para el acceso asequible a la vivienda”, concluía el diario. El precio de las casas repuntó un 10,4% en el segundo trimestre del año y la evolución de los alquileres también está dejando atrás el presupuesto de las familias. En concreto, el año pasado los inquilinos tuvieron que dedicar un 47% del salario bruto medio, 12.758 euros, al alquiler, según un estudio de Fotocasa e Infojobs. “Esto genera un cansancio acumulado que hace mella en las perspectivas de la gente”, señala la experta. 

La brecha entre lo macro y lo micro, explica Muñoz, se da por la forma en que se traducen los grandes números al bolsillo, que además de ser lenta, puede no ser equilibrada. “Puede aumentar el empleo, pero si no es de calidad, la percepción de los ciudadanos no mejora. Puede bajar la inflación, pero si los precios, que ya habían subido, continúan altos, la sensación de pérdida de poder adquisitivo se mantiene”, explica. Además, esta pérdida se agrava por la vivienda, que muerde, poco a poco, los ingresos de las familias. De hecho, al cierre de 2024, la Encuesta de Presupuestos Familiares publicada por el INE señalaba que el gasto de los hogares había crecido un 4,4% a lo largo del año, con la vivienda como uno de los principales lastres, sobre todo en los hogares más pobres: llegaba a suponer el 40,3% de todo el presupuesto familiar en el quintil con menos renta.

Los datos macro: una condición necesaria

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Aunque las grandes tendencias tardan en aterrizar en las economías domésticas, y algunas veces lo hacen de forma desigual, ambas economistas coinciden en que la mejora en las tendencias macroeconómicas es una condición necesaria, aunque no suficiente, para que las sensaciones a pie de calle mejoren. Entre los puntos fuertes que destacan los análisis de mercado se encuentra la forma en la que España ha incorporado al mercado laboral a personas migrantes y que, según el Financial Times, le ha permitido sortear la escasez de talento que sufren otros países. A esto se suma el turismo, que ha seguido creciendo en gasto por viajero y consumo interno, un elemento que, aunque tensionado, se ha mantenido.

En el mar de datos, el FMI mejoró incluso las previsiones de crecimiento del Gobierno —que pronosticaba un 2,7% de aumento en el PIB de 2025— hasta el 2,9%. Y el Banco Central Europeo destacó en sus actas de octubre el “excepcional desempeño” de la economía española como motor de principal en la evolución que ha tenido la zona euro. Según el Fondo, otras grandes potencias económicas tendrán en lo que queda de año un desempeño peor, como Francia (0,7%), Alemania (0,2%) o Italia (0,5%). Incluso Estados Unidos se queda en un 2%.

El reto ahora será hacer la traducción desde lo macro hacia lo micro: “Puede parecer paradójico, pero el hecho de que la economía crezca no siempre implica que vivamos mejor. Los datos macroeconómicos importan y podemos celebrarlos, pero la economía del bolsillo también cuenta”, concluye la economista Sara Muñoz.

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