ENTREVISTA

Raquel Villaécija: "Algunos de los violadores de Gisèle Pelicot nunca habían oído hablar del consentimiento"

La escritora y periodista Raquel Villaécija.

Cuando Gisèle Pelicot comenzó a ocupar espacio mediático, enseguida quedó elevada a la categoría de heroína. Frente a ella, su agresor sexual, Dominique Pelicot, fue leído por todos los ojos como una suerte de monstruo. Los dos eran en realidad personas corrientes. Ella se convirtió en la víctima de violencia sexual por parte del que había sido su compañero de vida y por decenas de hombres –también normales– que la violaron reiteradamente en una suerte de ritual violento que se prolongaría durante años. Ni ella tenía el deber de ser extraordinaria, ni ellos eran otra cosa distinta a hombres socializados en la violencia misógina.

Raquel Villaécija (Madrid, 1981) escarba en la complejidad de las capas más profundas de todas las partes: el matrimonio y los otros cincuenta hombres que durante meses desfilaron por los pasillos de los tribunales de Aviñón (Francia). Lo hace en La vergüenza. Crónica del juicio del caso Pelicot (Penguin Random House, 2025), un ensayo que hilvana los pormenores del proceso judicial que trascendió las fronteras de un país y que abrió una reflexión global sobre las perversas formas que adopta la violencia sexual. 

Durante el proceso judicial se habló de la dualidad entre el monstruo y el hombre. En el libro usted no renuncia a utilizar el concepto de monstruo, pero insiste en dejar claro que eran todos hombres corrientes.

Hay dos bloques. Primero está Dominique [Pelicot], que es el monstruo, el que acabó violando a su mujer durante tanto tiempo y el que recluta a todos esos hombres. El resto eran hombres con vidas corrientes, pero no normales. No eran normales. Pero sí tenían mujeres, hijos, trabajos. Eran buenos vecinos y buenos amigos, buenos padres y buenos hijos. Pero en un momento dado, la mayoría se convirtieron en violadores. Luego había otros que sí tenían un perfil más criminal, muchos de ellos habían sido condenados ya. Pero podemos diferenciar entre Dominique, que es un perfil un poco excepcional afortunadamente, y el resto de hombres.

Algunos fueron incluso víctimas de violencia sexual en su infancia.

Efectivamente. Unos doce o trece habían sido víctimas o bien de incesto, por parte de sus propios padres, o bien de terceros. Sobre ese tema se habló mucho: si tú has sufrido violencia, ¿tienes que convertirte necesariamente en un agresor? La realidad es que no. Todos hemos tenido traumas en la infancia y no nos hemos convertido en criminales.

En el libro pone como ejemplo a la nuera de Gisèle Pelicot, que en un momento del proceso judicial dice haber sido víctima de abuso en la infancia y hace un alegato sobre elegir el camino correcto.

Su testimonio es muy valioso, porque ella dice: "Esto que hemos escuchado aquí es la vergüenza de toda una sociedad”. Ella decía haber sido víctima de violencia por parte de su abuelo y decidió cuidarse, porque siempre podemos elegir. Podemos elegir quedarnos en ese trauma y en esa violencia, para repetirla; o podemos elegir cuidarnos y no replicarla. Pero tiene que haber una toma de decisión.

Pero además de esa toma de decisión, hay una parte más estructural: a muchos de esos hombres el sistema les falló cuando fueron víctimas. ¿Fueron de alguna manera expulsados?

Cuando yo incido en que muchos habían sufrido abusos, no lo hago para justificar nada, sino para intentar explicar el por qué de algunas cosas. Por ejemplo, por qué algunos de estos hombres hicieron lo que hicieron. Uno de los acusados había sido violado por su padre y luego en las familias de acogida también fue violado sistemáticamente. El sistema falla cuando un niño es tratado siempre como un objeto. Entonces te preguntas por qué este hombre no trató a Gisèle como un sujeto y quizá sea porque él nunca fue un sujeto para nadie. Esto te da una explicación de por qué, en este caso concreto, este hombre comete una violación, sin justificarlo.

¿Llegó a empatizar con ellos?

Yo no empatizo con el violador, empatizo con el hijo o con el padre que hay detrás de ese violador. Porque como hemos dicho, eran hombres con vidas corrientes. Pero sobre todo yo empaticé mucho con todas las mujeres que testificaron. Ellas sí me conmovieron. Con ellos intentas entender algunas de sus historias, pero la empatía era con su entorno. Al final veías familias destrozadas. Yo creo que también la empatía, incluso en este caso, te permite acceder a capas un poco más profundas para encontrar las respuestas.

Una de las mujeres que testificó como víctima fue Cilia, la mujer de uno de los violadores, también agredida sexualmente siguiendo el mismo método. Ella, sin embargo, decide no denunciar. ¿En este juicio se evidencia también que no hay un solo perfil de víctima?

Lo llamativo de Gisèle es que hizo las cosas de diferente modo. Ella abrió su caso y lo contó. La mayoría de mujeres no pueden hacerlo, porque las acaban culpabilizando. Gisèle y Cilia eran dos espejos absolutamente contrapuestos. Cilia estaba todavía en la negación y su declaración fue muy impactante, veías a una mujer absolutamente rota y sin las herramientas para asumir que su marido le había hecho esto. Al final efectivamente no hay una sola forma de ser víctima.

A estos hombres se les atragantaba la palabra 'violador', no eran capaces de pronunciarla porque ellos no se veían como violadores

¿Cómo de presentes estuvieron los sesgos machistas y los mitos en el juicio? En el libro, por ejemplo, menciona la insistencia de algunos psicólogos en decir que los acusados no tenían “perfil de agresor”.

Estuvieron presentes durante todo el juicio. A estos hombres se les atragantaba la palabra 'violador', no eran capaces de pronunciarla porque ellos no se veían como violadores. Consideraban que lo que hace que cometas una violación es salir de tu casa pensando que vas a cometer una violación, que haya una premeditación, cuando en realidad no es así. Dominique Pelicot dijo que se lo había explicado previamente a todos, pero en el juicio no quedó tan claro. Entonces algunos hombres se encontraron con la situación y ellos decidieron seguir cuando vieron a Gisèle inconsciente. La explicación que dan es que no se veían como violadores porque no habían salido de casa con esa idea y porque el marido estaba delante. Muchos decían: "Si yo hubiera sido consciente de que cometía una violación, no me hubiera dejado grabar". Además ellos consideraban que para cometer una violación, debía haber violencia. Así que muchos no fueron nunca conscientes de que lo que habían hecho era un crimen. 

Muchos de ellos consideraron que como el marido estaba delante, la mujer era su propiedad y no tenía ni voz ni voto

Sobre la presencia del marido, muchos planteaban una especie de externalización del consentimiento. Decían que sí había consentimiento porque el cónyuge estaba de acuerdo.

Le echaban la culpa a él. Muchos de ellos consideraron que como el marido estaba delante, la mujer era su propiedad y no tenía ni voz ni voto. Porque además ella no podía hablar en ese momento y ninguno se paró a pensar que igual había que intentar despertarla para preguntarle a ella si quería o no. Consideraron que el consentimiento estaba dado porque había un profundo desconocimiento de lo que es el consentimiento. De hecho, algunos no habían oído nunca la palabra, hubo que explicarles en la cárcel lo que era. 

¿Estas personas no eran conscientes de que estaban cometiendo una violación o se trataba de una estrategia judicial?

La defensa de los acusados fue muy agresiva. Ellos decían que no había intencionalidad, reconocían los actos porque era imposible no hacerlo, porque existían vídeos y los estábamos viendo, pero ellos decían que eran actos sexuales, no violaciones. Ponían todo tipo de excusas y algunos abogados decían: “Gisèle mueve una pierna, ahí está moviendo un brazo” o defendían que sus clientes pensaban que se iba a despertar. Todo este tipo de argumentos una vez habías visto los vídeos se caían por su propio peso. Todo el mundo tiene derecho a elegir una defensa, pero la defensa que hacemos también habla de quiénes somos.

Algunos le pidieron perdón.

Gisèle nunca aceptó el perdón de los que no lo reconocían. Solamente miraba la cara a todos esos hombres que habían reconocido lo que habían hecho. Hubo uno que dijo: "Yo soy un perverso, reconozco todo lo que he hecho. Le pido disculpas, señora, he sido su violador”. A este señor le miró a la cara. A los que se disculpaban pero no reconocían la intención, es decir, no reconocían la violación, a esos nunca les miraba porque no son disculpas realmente sinceras. Ella tampoco esperaba nada de estos hombres, pero muchos pedían perdón y luego negaban lo que estábamos viendo.

La propia Gisèle dijo que había sufrido violencia también en el proceso judicial. ¿Cómo se expresó esa violencia?

Hubo mucha victimización secundaria por parte de los abogados. Se habló de que estaba alcoholizada, de que fingía dormir o de que lo había pactado con Dominique. Todos esos argumentos se usaron mucho. Es lo que les pasa siempre a las víctimas: al final se las culpabiliza de los actos de los que han sido víctimas. Ella dijo que había mucha violencia en la sala cuando, siendo víctima de una violación en masa, todavía estábamos cuestionando su nivel de inconsciencia.

Con el juicio comenzaron a llegar mujeres y se generó un 'MeToo' de mujeres normales que empezaron a contar historias que tenían silenciadas

También hubo cosas buenas: usted habla de un 'MeToo' de mujeres normales.

Al hacer público el juicio, empiezan a llegar mujeres que no habían contado antes sus historias, y empiezan a hacerlo. Ella había expuesto al mundo la cosa más horrible que una víctima de violencia sexual se puede imaginar. Entonces comenzaron a llegar mujeres y se generó un MeToo de mujeres normales que empezaron a contar historias que tenían silenciadas.

¿Cómo fue la reflexión en el caso de los hombres? Introduce en el libro el ejemplo del dueño de uno de los bares aledaños.

La historia del camarero es de las más bonitas. Yo iba allí todos los días, entonces te ponías a debatir. Él hizo una cosa que no hicieron la mayoría de los acusados: cuestionarse cómo se comportaba él con su mujer. Se hizo unas preguntas que muchos dentro de la sala no se hicieron. Él y yo hicimos viajes cruzados: yo intenté hacer un viaje hacia la comprensión y él hizo el viaje al otro lado. Al final acabó echando a los acusados que iban a su bar y acogiendo a las feministas. En ese viaje cruzado que hicimos, en busca de respuestas a nuestras preguntas, acabamos encontrándonos y dándonos cuenta de que estábamos en el mismo lado.

¿Y cómo fue ese debate social en el caso de Francia? ¿De dónde venía Francia y a qué punto llegó en esos meses de proceso judicial?

Francia es un país donde las mujeres se cambian el nombre cuando se casan. Y luego, sin embargo, es el país que incluye el derecho al aborto en la Constitución, al menos sobre el papel. Tiene estas contradicciones. Mis compañeras francesas estaban alucinadas con el avance que había hecho España. Para ellas, éramos un ejemplo en derechos de las mujeres, especialmente en violencia sexual. Esta semana justo la Asamblea Francesa acaba de aprobar que el consentimiento se incluya en la definición de violencia sexual dentro del Código Penal. No sé si gracias al caso de Gisèle, pero en parte probablemente sí.

Quería preguntarle por Caroline, la hija de Gisèle. Recientemente ha dicho que su madre no la creyó cuando ella misma se declaró como víctima.

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Es verdad que yo no abordo mucho el tema de Caroline en el libro, porque este era el juicio de Gisèle. Ella desgraciadamente no ha podido probar que fue víctima de su padre, porque solamente se encontraron un par de fotos. Yo creo que ella tenía cierta rabia por el hecho de que su madre no la reconociera como víctima. Pero Gisèle Pelicot fue violada durante una década por su marido y decenas de hombres, este era su juicio. 

Sobre literatura y crímenes machistas, hay un debate abierto muy intenso en torno al ‘caso Bretón’, más ahora con el proyecto de ley de violencia vicaria. ¿Qué le suscita este debate?

Por mi experiencia, la gente buena como Gisèle nos puede dar algunas respuestas a la pregunta de qué ha podido pasar, pero sobre todo las respuestas nos las tenían que dar su marido y los demás acusados. Es importante, en un contexto judicial, escuchar a quien ha cometido el crimen. Pero en este caso es distinto. La verdad es que no tengo un posicionamiento muy claro.

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