Edwy Plenel: "No defender los derechos es derribar el dique que ha impedido el regreso del fascismo"

El cofundador de Mediapart Edwy Plenel, con su nuevo libro, 'El jardín y la jungla'.

En 2023, el director Jonathan Glazer revolucionó el cine con una película que contaba el Holocausto de una forma diferente. En The Zone of Interest, se mostraba cómo la familia de Rudolf Hoess, máximo responsable de Auschwitz, vivía al lado del horror del campo de concentración completamente ajena y sin importarles lo que pasaba más allá de los muros de su jardín. Esta es una de las múltiples metáforas que Edwy Plenel, cofundador y expresidente del diario francés Mediapart, socio editorial de infoLibre, usa para describir la visión eurocéntrica que tiene la Unión Europea del mundo en su nuevo libro, El jardín y la jungla, prologado por Jesús Maraña.

En él, el periodista parte de una frase del ex Alto Representante para Asuntos Exteriores de la UE Josep Borrell en un discurso que dio en Brujas en octubre de 2022, pocos meses antes de que comenzara el genocidio en Gaza por parte de Israel. "Europa es un jardín, la mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir al jardín", dijo entonces el político español. Una forma que retrata, para el autor, la forma que tiene la UE de verse y de ver al mundo, y que explica muchas de las contradicciones de su política exterior. De ese doble rasero europeo, del colonialismo, del ascenso de la extrema derecha y de su admirado Albert Camus, hablamos con él en esta entrevista, que se publica el mismo día que El jardín y la jungla llega a las librerías españolas, inaugurando una nueva colección de ensayos que infoLibre edita en alianza con Edhasa bajo el título ‘Libros de infoLibre'.

El título del ensayo hace referencia al discurso de Borrell en Brujas donde dice que Europa es un jardín y el resto del mundo la jungla. ¿Por qué Europa sigue creyéndose ese jardín y ve al resto del mundo como la jungla, sin ser capaz de admitir su posición? ¿Qué consecuencias tiene ese posicionamiento?

El objetivo de este ensayo es comprender lo que nos está sucediendo, esta catástrofe política. Trump o Netanyahu, su violencia sin límites, su sed de dominación, su voluntad de depredación, sus ideologías identitarias y racistas, etc., no nos son ajenos: son el producto de una larga tradición del imaginario político occidental en su relación con el mundo, con su diversidad y su pluralidad. Solo conseguiremos derrotarlos si les oponemos un imaginario alternativo que rompa con este legado. Si he partido de este discurso pronunciado en 2022 por Josep Borrell como comisario europeo de Asuntos Exteriores —discurso del que se ha distanciado desde entonces—, es porque en él se recogen todos los clichés imperialistas que han acompañado la proyección de Europa en el planeta y que siguen inspirando opresiones coloniales, cuya injusticia hacia el pueblo palestino es el símbolo más dramático. El jardín europeo se erige en él como el estándar de la civilización frente al resto del mundo, considerado salvaje o bárbaro, sobre el que, por lo tanto, se arroga el derecho de dominar. Esta pretensión conduce siempre a la catástrofe, hasta el crimen contra la humanidad, porque el autoproclamado "civilizado" acaba convirtiéndose él mismo en bárbaro en su voluntad de conquistar, desposeer y aniquilar al otro. Y eso es lo que nos muestra la guerra genocida de Israel en Gaza, llevada a cabo en nombre de una supuesta civilización judeocristiana. 

¿Puede esa visión profundamente eurocéntrica y soberbia ser compatible con una defensa de los derechos humanos a nivel mundial?

Por supuesto que no. Ese es precisamente el reto y la urgencia política del momento actual. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, ante el espectáculo de la catástrofe provocada por su desmesura, llevada al abismo por el fascismo y el nazismo, Europa y su proyección norteamericana, los Estados Unidos, acordaron un nuevo orden jurídico internacional basado en los derechos humanos fundamentales y universales, oponibles a los posibles desvaríos de los Estados, las naciones o los pueblos. Esto no significa que respetaran estas normas, pero la proclamación de estos derechos universales era una palanca política para oponerse a sus violencias, opresiones y crímenes. Sin embargo, lo que está en juego hoy en día, desde la agresión rusa en Ucrania hasta la destrucción israelí de Palestina, pasando por el autocratismo oligárquico de la presidencia de Trump, es el fin de este derecho internacional. Su proyecto explícito es gobernar mediante la ley del más fuerte. 

Al atacar a los migrantes, se ataca el principio de igualdad y la universalidad de los derechos. Al señalar chivos expiatorios, se acaba diciendo que hay seres humanos que tienen derecho a tener derechos y otros que no lo tienen

¿Qué diría Albert Camus de esta soberbia y de cómo la Europa actual está actuando ante el horror de Gaza?

Siempre es arriesgado hacer hablar a los muertos. Solo podemos inspirarnos en ellos y recordar, por ejemplo, que en agosto de 1945, cuando las potencias aliadas contra el nazismo y los medios de comunicación se regocijaban al unísono por la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, es decir, de poblaciones civiles, mediante bombas atómicas, lo que provocó la capitulación de Japón, Albert Camus fue uno de los pocos, si no el único, que pensó en contra de la corriente. Nuestra civilización, escribió entonces en Combat"acaba de alcanzar su último grado de barbarie". Y continuó con unas palabras que resuenan con fuerza en nuestro presente: "Nos negamos a sacar de una noticia tan grave otra cosa que la decisión de abogar aún más enérgicamente por una verdadera sociedad internacional, en la que las grandes potencias no tengan derechos superiores a los de las naciones pequeñas y medianas, en la que la guerra, flagelo que se ha convertido en definitivo por el solo efecto de la inteligencia humana, ya no dependa de los apetitos o las doctrinas de tal o cual Estado"

¿Qué parte de esa ideología colonial europea se mantiene en la actualidad y cómo afecta a la Unión Europea y a la visión que tiene del resto del mundo?

En los últimos tres años, la Unión Europea ha perdido una oportunidad histórica en la secuencia que va desde la agresión rusa contra Ucrania hasta la afirmación de Trump como único amo del mundo, pasando por la guerra de limpieza étnica de Israel en Gaza. Debería haber defendido el derecho internacional como norma superior y a las Naciones Unidas como único foro legítimo para hacerlo respetar y, de este modo, garantizar un mundo multipolar en el que predominaran los derechos humanos. En lugar de tener ese valor, ha arruinado los valores que profesa con su doble rasero: Putin es condenado y sancionado, mientras que Netanyahu es apoyado o tratado con delicadeza. Es cierto que algunos países han salvado el honor, en particular España con Pedro Sánchez, pero, a escala continental, el precio a pagar puede ser muy doloroso: no defender en voz alta y con firmeza estos principios democráticos universales supone derribar el dique que, desde 1945, ha impedido el regreso con fuerza de las extremistas derechas herederas del fascismo.

En el libro, se hace una defensa enorme de que la democracia no es solo votar cada 4 años –y de la igualdad–, pero ¿cómo se puede defender la democracia en medio del ascenso de una extrema derecha que tiene unos valores contrarios a todo lo que se defiende en el libro?

Mediante la movilización de la sociedad. Una movilización lo más amplia y unitaria posible. La presidencia de Trump lo demuestra en Estados Unidos, al igual que el poder de Orbán en Hungría o los intentos de Meloni en Italia: al esgrimir las elecciones como única legitimidad, pretenden destruir todo lo que constituye la vitalidad democrática, la existencia de contrapoderes, la independencia de la justicia, la libertad de prensa, la autoorganización de la sociedad, el derecho a manifestarse y protestar, etc. No se les podrá combatir simplemente con votos. Hay que movilizar a la sociedad en torno a sus reivindicaciones comunes, que son evidentes en el día a día para la mayoría: sociales (contra las desigualdades y las injusticias), democráticas (contra las oligarquías y los privilegios) y éticas (contra la corrupción y la prevaricación).

¿Qué lecciones debe aprender Europa de países como Sudáfrica, que han actuado denunciando el genocidio en Gaza y han tenido una posición mucho más fuerte a favor de los derechos humanos?

El apartheid racista sudafricano se instauró y teorizó en 1948, el mismo año en que se reconoció internacionalmente al Estado de Israel, lo que para la mayoría del pueblo palestino supuso la Nakba, la expulsión de su propia tierra. Que hoy en día la Sudáfrica nacida tras el fin del apartheid esté a la vanguardia de la lucha por el derecho internacional es símbolo de un cambio radical en el mundo: los valores de igualdad proclamados por Europa y Occidente, que al mismo tiempo violaban con su afán de poder y conquista, son hoy enarbolados por el mundo que se ha levantado contra ese dominio y sus imposturas.

¿Qué importancia tiene la visión colonial europea en el ascenso de la extrema derecha y, relacionado con esto, con el rechazo de la migración en toda Europa?

El colonialismo es la negación de la igualdad natural. Es la afirmación de la desigualdad entre civilizaciones, pueblos, religiones, culturas, etc., mediante la pretensión de creerse superior o mejor. Ahora bien, este rechazo de la igualdad de derechos es la base común de todos los movimientos de extrema derecha, independientemente del contexto: rechazan este principio asociado a la Declaración de Derechos de 1789, según el cual todos nacemos libres e iguales en derechos, sin distinción de origen, nacimiento, apariencia, creencias, sexo, género, etc. Desde este punto de vista, la cuestión de la hospitalidad hacia los hombres y mujeres que ejercen un derecho humano fundamental, el de desplazarse, es un indicador esencial. Al atacar a los migrantes, se ataca el principio de igualdad y la universalidad de los derechos. Al señalar chivos expiatorios, se acaba diciendo que hay seres humanos que tienen derecho a tener derechos y otros que no lo tienen, ese derecho a tener derechos. Y que, por lo tanto, son deshumanizados. 

La UE ha arruinado los valores que profesa con su doble rasero: Putin es condenado y sancionado, mientras que Netanyahu es apoyado o tratado con delicadeza

¿Por qué es tan difícil para Europa mirar de forma crítica a su pasado y hacer memoria del colonialismo?

Quizás nuestros tiempos oscuros, en los que el fascismo vuelve a amenazar bajo ropajes inéditos, signifiquen que ha llegado el momento de zanjar esta historia. Un mundo antiguo se pone tenso, se endurece, se atrinchera. Puede causar muchos daños. Pero es un mundo del ayer que rechaza la realidad de hoy: una humanidad interrelacionada, interdependiente, conectada, arrastrada por una comunidad de destino. Cerrar el capítulo del colonialismo es proclamar que solo hay una brújula para escapar de la noche que se avecina: la igualdad. Y esto es válido a escala mundial, entre los pueblos, así como dentro de nuestros países, entre sus habitantes. Desde la solidaridad internacional con Palestina hasta el movimiento feminista MeToo, pasando por la lucha contra el capitalismo del desastre que acapara la riqueza y destruye la naturaleza, siempre es el ideal de la igualdad el que nos une, como un horizonte de esperanza.

¿Cómo se puede luchar contra la identidad europea que proclama la extrema derecha, que se erigen como representantes de la verdadera Europa, y reivindicar la Europa de los valores humanistas?

No existe una identidad europea —ni francesa, ni española...— eterna, inmutable o inmóvil. Construimos nuestras identidades avanzando por el camino de la igualdad. A finales del siglo XVIII, cuando se proclamó el principio de la igualdad natural, aún no existían derechos, ni siquiera el derecho al voto. Era, por tanto, un ideal, una promesa, un horizonte de emancipación, en definitiva, una utopía concreta. Y la humanidad se puso en marcha, derribando mil bastillas: la abolición de la esclavitud, las libertades democráticas, los derechos sociales, la independencia de los pueblos colonizados, los derechos de las mujeres, etc. Es una marcha sin fin, como la del famoso poema de Machado : "Caminante, no hay camino, Se hace camino al andar".

¿Puede ser Europa, con todo esto, optimista con su futuro? ¿Cómo puede cambiar esta deriva y mirar a lo que viene con esperanza, reforzando la democracia?

La inquietud es la antesala de la esperanza. Por eso los periodistas tienen ahora más que nunca una responsabilidad democrática: ayudarnos a ver con claridad, mediante un trabajo informativo lo más independiente y riguroso posible. Solo así encontraremos el camino hacia una esperanza renovada. Defendiendo la verdad de los hechos, el saber, el conocimiento, una relación racional con la realidad, frente a adversarios que, mediante la propaganda, la mentira y la ideología, quieren sumirnos en la noche apagando toda luz de verdad.

Lo que tenemos que combatir, a escala mundial, es una coalición mafiosa oligárquica que va desde Trump hasta Putin, pasando por todas nuestras extremistas derechas identitarias y todos los regímenes autoritarios extractivistas del mundo árabe

Con el triunfo de Trump y de fuerzas autoritarias en todo el mundo, ¿vamos hacia un mundo más peligroso y parecido a nivel internacional al que alumbró los fascismos del siglo pasado? ¿Qué papel tiene Europa para evitarlo?

Sí, el peligro está ahí. No delante de nosotros, pero ya está ahí. Y, en primer lugar, cada uno de nosotros debe tomar conciencia de ello, dejar de ser indiferente, movilizarnos y unirnos. La salvación vendrá primero de la propia sociedad.

El fantasma del ascenso del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial planea sobre el libro cuando se habla de Europa. ¿Está el viejo continente con la subida de los extremismos en una especie de Weimar o en ese momento de falso esplendor e idealismo previo a la Primera Guerra Mundial?

Prólogo de 'El jardín y la jungla', de Edwy Plenel, por Jesús Maraña

Prólogo de 'El jardín y la jungla', de Edwy Plenel, por Jesús Maraña

Sí, corremos hacia el abismo a toda velocidad. Pero no se trata de una simple repetición del pasado. Hay una novedad que no es nada tranquilizadora. Lo que tenemos que combatir, a escala mundial, es una coalición mafiosa oligárquica que va desde Trump hasta Putin, pasando por todas nuestras extremistas derechas identitarias y todos los regímenes autoritarios extractivistas del mundo árabe. Es un mundo de gánsteres, sin otro objetivo que la acumulación de poder y riqueza, que quiere eliminar toda regulación, todo obstáculo, todo límite a su deseo. Combatirlos supone también un impulso ético en el que la moralización de la política y la lucha contra la corrupción son esenciales.

Con el golpe tan duro que ha sufrido el derecho internacional con el doble rasero de Europa con Gaza y Ucrania y la política de fuerza que está llevando a cabo Trump, ¿cómo se puede reconstruir ese mundo basado en reglas? ¿Está Europa en condiciones de hacerlo o tendrá que venir de los países que no están encuadrados en la OTAN ni en lo que llamamos Occidente?

No predigo el futuro. De hecho, ningún periodista debería arriesgarse a hacerlo, porque eso sería olvidar que nuestro amo sigue siendo el acontecimiento, es decir, lo inesperado, lo imprevisible, lo impensable. Pero lo que es seguro es que estamos asistiendo a un descentramiento del mundo, como si el ciclo de varios siglos en el que Europa impuso su ley al mundo estuviera llegando a su fin con la aparición de figuras decadentes que recuerdan a ciertos emperadores romanos antes de la caída del imperio. Y ahí es donde volvemos a la cuestión central del colonialismo, que conlleva un imaginario del que hay que deshacerse, esa catástrofe del poder y esa locura de la grandeza. En su lugar, necesitamos un imaginario de precaución, una especie de ecología de la política, basada en la conciencia de la fragilidad del mundo y de los seres vivos.

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