Chicago saca los silbatos para avisar de las redadas antiinmigración de la policía

Una manifestente sostiene un cartel en contra de ICE en una concentración en Chicago.

François Bougon (Mediapart)

Chicago (Illinois, Estados Unidos) —

Un ambiente sombrío contrasta con el lugar, animado por los vivos colores de las paredes. Aquí, en Logan Square, un barrio del noroeste de Chicago donde la comunidad latina tiene una fuerte presencia desde los años 60, se viene a aprender español.

Vanessa Aguirre-Ávalos abrió un local hace casi tres años y lo bautizó como Luna y Cielo. Aquí acoge a niños. Objetos colocados por todas partes remiten a la cultura mexicana. Con la llegada de la fiesta de los muertos, que se celebra en México a principios de noviembre, se ha instalado un pequeño altar tradicional cerca de la entrada, con fotos de familiares fallecidos y calaveras de papel.

La dueña del local vive en las afueras, pero creció en Logan Square en la década de 1990. Sus padres venían de Texas, donde habían sufrido racismo. Por eso, ni su padre, nacido en Estados Unidos y originario de México, ni su madre, que llegó de México a los 5 años, le hablaron español, ya que lo más importante era integrarse, aunque eso supusiera perder su lengua.

“Mi hermano y yo tuvimos que reapropiarnos de nuestra lengua”, cuenta. “Yo no quería que mis hijos crecieran sin apreciar esta cultura y esta lengua. Y me alegra poder decir que ambos están muy orgullosos de tener raíces mexicanas. Están orgullosos de comer la cocina tradicional y los dos hablan español.”

La escuela de español que ha abierto, que también tiene cafetería, permite a Vanessa continuar con esta búsqueda de identidad mientras se gana la vida. “Simplemente queremos que los niños estén orgullosos de su cultura y su idioma, y que no los pierdan”, comenta.

Mil personas expulsadas

Pero con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en enero y su decisión de expulsar en masa a los migrantes indocumentados, a los que se describe indiscriminadamente como delincuentes, comenzaron los problemas para Luna y Cielo.

El clima de terror impuesto en Chicago, una ciudad demócrata, es, desde septiembre, obra de los agentes de la policía de inmigración (ICE). Enmascarados y desplazándose en todoterrenos camuflados, se dedican a hacer redadas en los barrios latinos de Chicago para llevar a cabo detenciones.

A mediados de octubre, el ministerio de Seguridad Pública reivindicaba más de 1.500 detenciones en el área metropolitana de Chicago y 1.000 expulsiones de Estados Unidos. En este contexto, Logan Square se ha convertido en una ciudad fantasma. Todos se refugian en sus casas y las aceras, antes tan animadas, con sus vendedores ambulantes de comida para llevar, están desiertas.

Ese miedo ha llevado a Vanessa a cerrar las puertas de su negocio. “Sé que, legalmente, no se deben cerrar las puertas con llave por el riesgo de incendio. Pero las cierro simplemente porque no quiero que nadie entre aquí”, afirma.

Las niñeras que acompañan a los niños ya no se atreven a salir de casa, aunque tengan estatus legal. “Los agentes del ICE van a por la gente simplemente por su aspecto, su forma de hablar y su idioma. Lo hacen de forma muy violenta. Nunca había visto nada igual”, testifica Juan Pablo Herrera, pastor metodista responsable de una de las asociaciones del barrio, Palenque LSNA, cuya principal actividad es ayudar a los inmigrantes.

Esos agentes no están formados, no respetan a nadie, ni siquiera comprueban si las personas tienen la nacionalidad americana”, constata. “Los detienen, les hacen preguntas más tarde y, si tienen la nacionalidad estadounidense, los liberan, pero el trauma ahí queda”, añade, denunciando una operación “cruel, malvada y contraria a la ética, que infunde miedo en su comunidad”.

A principios de octubre, Vanessa se encontraba en Luna y Cielo cuando un grupo de agentes del ICE intentó entrar en el aparcamiento del supermercado de productos mexicanos de al lado. Los vecinos se prepararon para la batalla y un hombre en moto consiguió bloquear el todoterreno de la policía antiinmigración. En respuesta, uno de los agentes lanzó una bomba lacrimógena en plena calle.

“Comenzaron a llegar cientos de personas”, dice Vanessa, “porque se habían enterado de lo que estaba pasando por todos los medios posibles, redes sociales, SMS, etc. Como siempre tengo aquí folletos de ‘Conozca sus derechos’ [que explican, entre otras cosas, cómo reaccionar ante los agentes del ICE, ndr], comencé a distribuirlos. Lo mismo hice con los silbatos”.

Una red de respuesta rápida

Ante esa brutalidad, los vecinos se han dotado de un arma de lo más sencilla: un silbato. Una pequeña herramienta que permite alertar ruidosamente de la presencia de los hombres enmascarados del ICE en los barrios y que es mucho más eficaz que las redes sociales, argumentan quienes abogan por su uso.

Se organizaron talleres para fabricar los pequeños kits que se venden en las tiendas, también en Luna y Cielo, y tuvieron que rechazar a mucha gente que querían colaborar. Los organizadores bautizaron este éxito como la whistlemania (whistle = silbato).

En una pequeña bolsa de plástico se incluye un silbato rojo y una nota en la que se lee: "Reúnanse en grupo, hagan ruido". Hay dos códigos de alerta: el primero, un silbido irregular, para avisar de que ha llegado el ICE; el segundo, el código rojo, que se traduce en un silbido continuo y constante, cuando el ICE interroga a una persona.

Ray Rivera, miembro de la organización Asian Americans Advancing Justice, se ha comprado un “hipersilbato”, que el folleto de venta presenta como el más potente del mundo, para asegurarse de que se le oiga. Pero este fotógrafo y videasta independiente no se conforma con dar la alarma.

A través de su asociación, forma parte de una red de respuesta rápida a las acciones del ICE. “Nos comprometemos en acciones de solidaridad comunitaria”, explica, como saber cómo documentar una redada policial si se produce. El siguiente paso, más arriesgado, es la vigilancia activa. Se trata de personas que patrullan constantemente en busca de vehículos de la ICE y que informan a la línea telefónica permanente de la red de apoyo a las familias”, creada por The Illinois Coalition for Immigrant and Refugee Rights, una asociación histórica de ayuda a los inmigrantes.

Una ciudad fantasma

Una de las tareas de este conjunto de asociaciones que operan en el marco de la ICE Watch (vigilancia de la ICE) es comprender cómo actúa esa policía, qué tipo de vehículos utiliza, cuáles son los números de matrícula... En resumen: dominar sus tácticas para contrarrestarlas mejor. “Detectamos si se desplaza una caravana de vehículos sospechosos. Cuando vemos helicópteros Black Hawk sobrevolando el cielo, sabemos que están a punto de abalanzarse sobre su presa, un poco como un halcón peregrino”, explica Ray Rivera.

“Ahora sabemos identificar a los agentes del ICE: conocemos sus coches y cómo visten”, confirma Juan Pablo Herrera, de Palenque LSNA. Según él, eso ha permitido evitar numerosas detenciones e impedir que la policía de inmigración alcance las cifras previstas. “Hemos demostrado que venir aquí a detener a cientos de personas pensando que la comunidad de Chicago es incapaz de unirse es una pérdida de dinero”, afirma.

A Laura, gerente de un restaurante mexicano, le gustaría ver más dinero en este momento y lamenta ver cómo su barrio se convierte en una ciudad fantasma.

“La comunidad latinoamericana es la que más sufre, sinceramente. Como pueden ver, las calles están desiertas. Antes, aunque hiciera frío, se veía gente, familias, niños.” Frente a su restaurante de especialidades de Guerrero, un Estado del suroeste de México, sirve gratis café de olla, un delicioso café preparado en una jarra de barro con canela.

Respuestas colectivas

Las asociaciones han hecho un llamamiento en redes sociales para que la gente vaya a comer a su local y a otros dos situados en las inmediaciones. “Se trata de ayudar a los propietarios de pequeños comercios”, indica Laura, que detalla el impacto de las redadas policiales. “Tenemos que reducir las horas de trabajo de nuestras empleadas, ya no vendemos tanto como antes. Al menos siguen teniendo trabajo, pueden contar con eso. Pero sí, nos afecta mucho.”

Vanessa, por su parte, no está segura de poder continuar con su escuela de idiomas. El bloqueo presupuestario en Washington, con el impago de los salarios de parte de los funcionarios federales, no ha hecho más que agravar la situación. “Estoy pensando en cerrar el negocio”, dice con lágrimas en los ojos, “la situación es realmente mala. Todos los años organizo un evento por Halloween, normalmente se llena. Ahora solo hay cinco personas inscritas”.

Ante esta campaña de terror, la respuesta es colectiva y trasciende los barrios latinos. Se ha creado una coalición en toda la ciudad, Hands Off Chicago (Chicago no se toca). Ha sido impulsada por un conjunto de organizaciones. Entre ellas el sindicato Chicago Federation of Labor, Indivisible, un movimiento creado tras la primera elección de Trump y que desempeñó un papel fundamental en la organización de la marcha de las mujeres en Washington el 21 de enero de 2017, Personal PAC, que defiende el derecho al aborto, el Sierra Club of Illinois, más centrado en cuestiones medioambientales, y Equality Illinois, que defiende los derechos de las personas LGTBI.

“Trabajamos para amplificar la acción de los grupos que forman parte de la coalición”, destaca Laura Tanner, responsable de comunicación de Indivisible Chicago. “Empezamos con una campaña de sensibilización sobre lo que estaba pasando, también orientamos a la gente hacia recursos que pueden utilizarse para luchar contra el ICE y formamos equipos de intervención rápida.”

Laura dice estar “muy orgullosa de Chicago en este momento, muy orgullosa del trabajo realizado”. “Algunos días son agotadores”, admite, “pero es muy estimulante ver esta increíble resistencia. A veces, la gente necesita sentir lo mal que están las cosas para despertar.”

Eso no es suficiente para detener al presidente americano y a su administración, que consideran Chicago, bastión demócrata, como un reto político de importancia. Para ayudar al ICE, Donald Trump quiere desplegar la Guardia Nacional, a pesar de la oposición del alcalde de Chicago, Brandon Johnson, y del gobernador de Illinois, J. B. Pritzker.

Este último firmó el jueves 22 de octubre, ante la prensa, un decreto por el que se crea la Comisión de Responsabilidad de Illinois, que se ocupará de la actividad de los agentes del ICE y estará presidida por un exjuez. El responsable demócrata explicó que la comisión tendría tres misiones: crear un registro público “de abusos”, recopilar su impacto en las familias y las comunidades, y proponer recomendaciones para “evitar más perjuicios”.

“Arremeten contra la gente sobre el terreno, los persiguen por ser latinos o negros”, dijo. “Nadie por encima de ellos les pide cuentas. Ni siquiera Greg Bovino [comandante del Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza, ndr], que dirige las operaciones en Chicago, les pide cuentas. Nadie lo hace. Así que tendremos que llevar un registro.”

Aunque la justicia ha prohibido temporalmente a los militares patrullar las calles, el presidente ha recurrido al Tribunal Supremo para que se pronuncie, con la esperanza, una vez más, de que la máxima instancia judicial le dé la razón.

A pesar de la demostración de fuerza de Trump, los habitantes de Chicago tienen la intención de seguir luchando, como siempre han hecho. En la época de la esclavitud, los abolicionistas acogían, a pesar de las multas y el riesgo de ir a la cárcel, a los esclavos que huían hacia Canadá. En la actualidad, otra comunidad es objeto de ataques y hay que defenderla.

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Como destaca la web independiente In These Times, si la policía encargada de luchar contra la inmigración fuera un ejército nacional, sería el decimotercero mejor dotado del mundo, “por delante de los de Polonia, Italia, Australia, Canadá, Turquía y España, y justo por detrás del de Israel”. La “gran y hermosa ley” que Donald Trump ha implantado prevé un presupuesto de 170.000 millones para la lucha contra la inmigración, según la web, de los cuales 45.000 millones se destinarán a aumentar la capacidad de detención.

 

Traducción de Miguel López

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