“Líbano sigue en guerra”: el alto el fuego con Israel que nunca ha llegado a ser una realidad

Casa destruida en Kfar Chouba, en la frontera con Israel, en septiembre de 2025.

Gwenaelle Lenoir (Mediapart)

Beirut (Líbano) —

El alto el fuego firmado por Líbano e Israel el 27 de noviembre de 2024 cumple casi un año y la población libanesa se pregunta cada día si realmente existe. No pasa un solo día sin que el ejército israelí ataque un coche, una moto o un edificio. No pasa un solo día sin que mueran libaneses, a veces miembros de Hezbolá y reconocidos como tales por el partido chií, pero a veces simples civiles.

Una habitante de Bint Jbail, en el sur del país, decía a Mediapart a finales de septiembre: “Cuando oímos los drones, no salimos de casa, por miedo a que nos disparen y nos maten. Y eso varias veces a la semana. Hoy llevan volando desde esta mañana”. Dos misiles lanzados un día por un dron israelí alcanzaron una moto y un coche, matando a cinco personas: el motorista y cuatro pasajeros del vehículo, un padre y tres de sus hijos. El ejército israelí se limitó a lamentar la muerte de los civiles.

El lunes 27 de octubre murieron dos hermanos en un ataque contra el aserradero en el que trabajaban, al sur de Tiro. En cinco días encontraron una muerte brutal catorce personas, según indica el diario libanés L’Orient-Le Jour, en ataques aéreos contra el sur de Líbano y la Bekaa. También fueron atacadas las máquinas de construcción utilizadas para despejar las ruinas de los edificios y pueblos destruidos durante la guerra por el ejército israelí y para comenzar la reconstrucción. Se registran incursiones terrestres cada poco.

Israel, “Estado independiente”, seguirá actuando a su antojo tanto en Líbano como en la Franja de Gaza: “Reaccionamos según nuestro propio criterio ante los ataques, como hemos visto en Líbano y más recientemente en Gaza”, declaró Benjamín Netanyahu el 26 de octubre, al inicio del consejo de ministros semanal.

6.800 violaciones del alto el fuego

La FINUL, fuerza provisional de Naciones Unidas en Líbano, desplegada al sur del río Litani desde 1978, ha contabilizado 6.800 violaciones del alto el fuego entre la firma del mismo, el 27 de noviembre de 2024, y el 22 de octubre de 2025. “La gran mayoría de ellas por parte de Israel”, según constató.

El domingo 26, los cascos azules franceses derribaron un dron israelí en Kfar Kila, en la frontera entre ambos países. La aeronave acababa de lanzarles una granada mientras escoltaban a unos campesinos que regresaban a sus tierras. Es raro que los militares bajo la bandera de la ONU señalen tan claramente quién no respeta sus compromisos. Y aún más raro es que hagan uso de la fuerza.

“Estamos aquí para apoyar al ejército libanés y patrullar con él, para proteger a los civiles, observar los movimientos alrededor de la frontera e informar de los incidentes”, explica a Mediapart el teniente coronel Dheeraj Jodha, del batallón indio. Destinados en el extremo sureste del país, sus hombres y él vigilan un tramo de la “línea azul” que separa Israel del Líbano. En este lugar, la línea discurre entre piedras y arbustos espinosos en la árida montaña.

Desde su torre de observación, azotada por un viento abrasador en verano y gélido en invierno, vigilan dos posiciones militares en territorio israelí. No se han producido incidentes importantes aquí desde el alto el fuego, pero las casas destruidas de Kfar Chouba, un pueblo situado debajo del puesto avanzado, no se han reconstruido. Los campesinos y los niños que venían a sacar agua del embalse situado entre este puesto avanzado de la FINUL y los militares israelíes ya no aparecen por ahí. Tienen demasiado miedo de ser blanco de los drones.

“Líbano sigue en guerra, una guerra de desgaste”, reconoció el primer ministro, Nawaf Salam, en una entrevista con el medio de comunicación libanés proiraní Al Mayadeen. Una frase que un actor internacional en Beirut resumió así a Mediapart a finales de septiembre: “Para Israel, las condiciones del alto el fuego solo se aplican a Hezbolá, no a él. Y Estados Unidos ha concedido al Estado hebreo el derecho a intervenir en caso de ‘amenaza inminente’”. Los vagos contornos del concepto de “amenaza inminente” permiten prácticamente todo.

El acuerdo negociado por la administración Biden con el presidente del Parlamento libanés, Nabih Berri, líder del partido chií Amal, aliado de Hezbolá, y firmado el 27 de noviembre de 2024 entre Israel y el Líbano, prevé, además del cese de las hostilidades, la aplicación de la resolución 1701 aprobada por el Consejo de Seguridad en 2006: retirada de las fuerzas israelíes y de Hezbolá del sur del Líbano, sustitución de estas últimas por el ejército libanés con el apoyo de la FINUL, desarme de la milicia chií , todo ello bajo la supervisión de un comité de vigilancia, el “mecanismo” en el que participan Estados Unidos, Francia, Líbano, Israel y la FINUL.

En resumen, el país del Cedro, dotado, tras dos años de vacío institucional, de un presidente, Joseph Aoun, y un primer ministro, Nawaf Salam, aceptados por todas las partes libanesas, debe recuperar una soberanía desaparecida desde hace mucho tiempo. “Tenemos la oportunidad de volver a encarrilar el país, de iniciar el proceso de creación de un Estado”, analiza para Mediapart Karim Émile Bitar, profesor de relaciones internacionales y exdirector del instituto de ciencias políticas de la Universidad Saint-Joseph de Beirut. Ni siquiera hablo de reconstruir el Estado, porque hay que construirlo desde cero, ya que todas las instituciones han sido fagocitadas por el sistema clientelista, comunitario, confesional y feudalista.

Uno de los puntos centrales y cruciales de la aplicación del acuerdo del 27 de noviembre de 2024 es el desarme de Hezbolá.

El 5 de septiembre, en respuesta a una solicitud del Gobierno, el ejército libanés presentó un plan en cinco etapas. La primera, que debe concluirse a más tardar a finales de año, consiste en retirar las armas a la milicia chií al sur del río Litani. A continuación vendrán el centro del país, Beirut y sus suburbios, la llanura de la Bekaa y, por último, todo el territorio libanés.

“El ejército libanés ha tomado el control de 550 posiciones de Hezbolá en el sur del país”, afirma el general retirado Khalil Helou. “Pero es muy difícil saber cuántos misiles le quedan. En cualquier caso, la última guerra demostró que la mayoría fueron interceptados por los sistemas de defensa israelíes y que solo fueron realmente eficaces los misiles de tiro directo y con un alcance de entre 5 y 8 kilómetros, como los Kornet, que pueden destruir un tanque. Por eso los israelíes exigieron en las negociaciones mantener el control de una franja de esa profundidad.”

Requerimientos contradictorios

El primer grave obstáculo para la soberanía de Líbano es que no controla la totalidad de su territorio. “En la zona del sur del Líbano, se estima que el ejército libanés ha incautado entre el 70 % y el 80 % del armamento pesado de Hezbolá. Incluso Israel reconoce que se ha avanzado mucho en esta tarea. A pesar de ello, el Estado hebreo sigue aumentando la presión. Sigue ocupando cinco colinas que dominan la casi totalidad de los pueblos del sur del Líbano”, prosigue Karim Émile Bitar. “Cuando los emisarios americanos les pidieron que respetaran su parte del alto el fuego y se retiraran, las autoridades israelíes se negaron. Exigen que se complete el desarme de Hezbolá antes de iniciar su retirada.”

En la actualidad, Israel ocupa siete puntos en el sur del Líbano. “Los israelíes han ampliado algunos puestos y han construido infraestructuras de hormigón armado. Eso significa que piensan quedarse allí por un tiempo”, asegura Khalil Hélou.

El Gobierno libanés se encuentra atrapado entre requerimientos contradictorios. Israel amenaza con reanudar sus ofensivas y apuesta por la escalada. Estados Unidos navega entre Tel Aviv y Beirut, con la inclinación proisraelí que le caracteriza. Una parte de Líbano, en particular las formaciones cristianas y suníes, exige el desarme de Hezbolá, algo que este último rechaza.

Dado que Estados Unidos se niega a proporcionar un arsenal serio al ejército libanés, solo Hezbolá puede proteger al país de la agresividad de Israel

Fátima, logopeda, partidaria de Hezbolá

Nawaf Salam y el ejército nacional piden tiempo, Washington les dice que no lo tienen.

Los opositores a Hezbolá, tanto internos como externos, temen que la milicia reconstituya sus fuerzas tras los terribles golpes sufridos durante la guerra de 2024. Y que su desarme sea aún más difícil.

El acuerdo de noviembre de 2024 es solo el último de una larga serie destinados a garantizar el monopolio de las armas al Estado libanés. El de Taif, en 1989, puso fin a una guerra civil de catorce años y preveía el desarme de todas las milicias. Todas lo cumplieron, excepto Hezbolá. Le siguieron, por citar solo las más destacadas, la resolución 1559 del Consejo de Seguridad en 2000, tras la retirada israelí del sur del Líbano, ocupado desde 1978, y la 1701, aprobada tras la guerra de 2006.

El segundo contratiempo para la soberanía del Líbano es que, una vez más, Hezbolá se niega a entregar su arsenal.

El secretario general del partido, Naïm Qassem, sucesor de Hassan Nasrallah, asesinado por Israel en septiembre de 2024, y del efímero líder Hachem Safieddine, asesinado en octubre de 2024, no deja de repetirlo. Lo recalcó durante la ceremonia oficial del primer aniversario de la muerte de Nasrallah, el 27 de septiembre, ante miles de seguidores y una multitud de dignatarios, entre ellos el ministro de Asuntos Exteriores iraní. Lo confirmó el 29 de octubre en una entrevista con el canal de televisión del partido, Al-Manar: “La resistencia es un derecho legítimo […] y mientras haya agresiones y amenazas, el papel de la resistencia seguirá siendo relevante”.

Todos los partidarios entrevistados por Mediapart repiten ese mismo argumento. Fatima, logopeda, con quien nos encontramos durante la ceremonia en homenaje a Hassan Nasrallah en el lugar del bombardeo que le mató, se ríe: “¿Entregar las armas? ¡Es imposible! Dado que Estados Unidos se niega a proporcionar un arsenal serio al ejército libanés, solo Hezbolá puede proteger al país de la agresividad de Israel”, afirma. Ali, excombatiente de la milicia chií, entrevistado en la cornisa de Beirut durante la iluminación de la roca de Raouché con los colores de Nasrallah, dice: “Venga, seamos serios, cuando el ejército libanés se apodera de nuestras armas, las destruye en lugar de ponerlas al servicio del país frente a Israel. ¡Ni hablar de entregárselas!”

Las armas, una cuestión de identidad

Esta postura trasciende el estricto marco de los partidarios del partido chií . “Entre el 70% y el 75% de la comunidad chií comparte ese punto de vista”, subraya Karim Émile Bitar. “Algunos de sus oponentes ideológicos también consideran que, en el contexto actual, en el que Israel sigue representando una amenaza, no sería adecuado entregar las únicas herramientas de disuasión que poseemos.”

Pero el desarme de Hezbolá cuenta con el apoyo de la mayoría de los libaneses, incluida la comunidad chií. Porque la “resistencia” no ha cumplido su promesa. “Los israelíes nos han aplastado. Han ganado esta guerra sin siquiera tener que ocupar una gran parte del país. Hezbolá está derrotado, ya no puede responder”, afirma Ali Mourad, profesor de Derecho en la Universidad Árabe de Beirut y habitante de Aitaroun, un pueblo cercano a la frontera israelí que quedó prácticamente destruido durante la guerra. Este conocido opositor al partido chií añade: “Le dejamos sus armas después de Taif porque pensábamos que su arsenal podía crear un equilibrio con Israel. Ya no es así”.

El ala militar de Hezbolá, muy eficaz durante la guerra de 2006, ha quedado esta vez paralizada y diezmada. El ejército israelí cambió de estrategia. En lugar de desplegar sus fuerzas terrestres en un territorio que no controlaba por completo, optó por la “tabla rasa”: destrucción total y luego avance terrestre. La explosión simultánea de miles de buscapersonas, preparada desde hacía mucho tiempo, desorganizó la jerarquía militar intermedia del partido. Un golpe ya de por sí severo, completado con el asesinato del líder indiscutible Hassan Nasrallah.

“La guerra ha demostrado que todo lo que Hezbolá ha construido a lo largo de los años y su estrategia finalmente lo han llevado al fracaso”, explica Ali al-Amin, director de la web Janoubia y buen conocedor y crítico del partido. “Ya no es un movimiento de resistencia formado por grupos ágiles y flexibles. En los últimos veinte años se ha transformado progresivamente en una estructura protoestatal, pesada, con salarios que pagar y puestos que mantener. Es un enorme transatlántico difícil de maniobrar. De ahí su fracaso.”

Pero hoy en día, Hezbolá se encuentra prisionero de su propio discurso, que asocia al partido con su militarización. Por lo tanto, le resulta difícil transformarse en una organización puramente política.

Sus partidarios así lo entienden, ya que consideran que ese arsenal ha permitido a la comunidad chií tener influencia en el país, donde durante mucho tiempo ha sido despreciada y discriminada. “No nos dejaremos humillar”, coreaba la multitud en la cornisa de Beirut, frente al peñón de Raouché, enarbolando banderas amarillas con el nombre Hezb Allah (partido de Dios, transcrito oralmente como Hezbolá), donde la A de Allah está representada por un cañón de kaláshnikov.

“Los habitantes del sur de Líbano y de la Bekaa ven en Hezbolá y sus armas no solo una protección contra Israel, sino también lo que les ha dado una posición importante en el sistema libanés. Asocian su bienestar y su seguridad a ese arsenal. Además, ahora que el partido se ha debilitado, temen que las comunidades que han tenido que sufrir el yugo de Hezbolá, los asesinatos, las presiones y su implicación en la represión en Siria se venguen de ellos. Por lo tanto, en cierto modo, es legítimo que quieran conservar las armas”, analiza Samer Frangié, redactor jefe de la revista independiente libanesa Megaphone. “Es igualmente legítimo que los suníes, cuyo líder fue asesinado, y los cristianos, que han perdido parte de sus derechos, no muestren ninguna simpatía por su posición.”

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Y así se alimentan en cada comunidad los temores de una nueva guerra civil. Unos temores muy sentidos, discutidos en todas partes, instrumentalizados con bastante ligereza, que obstaculizan, al igual que los ataques israelíes, el arsenal de Hezbolá y la debilidad del Estado, la construcción de la soberanía.

 

Traducción de Miguel López

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