Desde las urnas a la calle, Macron contra el pueblo

En la escalinata de Matignon, frente a los símbolos de la República, parece que nada puede perturbarlos: en el día de traspaso de poderes, tras la dimisión de uno y el nombramiento del otro, François Bayrou y Sébastien Lecornu intercambian palabras corteses, se felicitan, sonríen y hablan con seriedad sobre el futuro. Están entre ellos, se sienten cómodos, prometen ayudarse mutuamente. Hablan ante el micrófono, pero ¿a quién se dirigen?

Mientras tanto, en este 10 de septiembre en el que se ha materializado el llamamiento a "bloquearlo todo", desde las redes sociales hasta las calles, Francia se cubre ruidosamente de barricadas y manifestantes más enfadados que educados. La represión por parte de las fuerzas del orden, con gran despliegue, no impide que se reinventen las formas de acción y los lemas en un movimiento heterogéneo, surgido desde abajo, símbolo de un hartazgo social que ningún partido político ha logrado recuperar. Hospitales, escuelas, vivienda, salarios: se trata del empeoramiento de las condiciones de vida y de la sensación de no estar ya representados. Entre el entusiasmo y la desesperación, cada uno busca hacer oír su voz.

Pero en Matignon no se menciona la movilización ciudadana, como si no existiera. Es sorprendente, por no decir estremecedor, el contraste entre esos dos mundos. Revela el abismo que los separa y la gravedad de la crisis de régimen en la que se encuentra sumido el país. Y todo ello por culpa del jefe del Estado.

Para salir del laberinto institucional en el que él mismo ha encerrado a Francia, Emmanuel Macron ha optado deliberadamente por obstruir una a una todas las puertas.

Lo absurdo del nombramiento de un hombre, Sébastien Lecornu, es patente: es un clon del presidente a su servicio, apreciado por Marine Le Pen y, además, objeto de una investigación preliminar de la Fiscalía Nacional Financiera por favoritismo, apropiación indebida y encubrimiento.

La ambición del jefe del Estado es doble: mantenerse en el poder hasta el final de su mandato, sin renunciar a la política económica que ha aplicado con fervor siguiendo los pasos de sus predecesores, en beneficio de los más ricos. Para ello, gracias a un presidencialismo cuya verticalidad ha llevado al extremo, está dispuesto a todo, “cueste lo que cueste”. Incluso si ello supone ignorar la lógica institucional y la práctica democrática que le obligan a tener en cuenta el resultado de las elecciones legislativas. Incluso también si ello supone provocar la aceleración de una fusión de las derechas, que solo espera superar el campo macronista.

El hiperpresidencialismo y sus límites

Su responsabilidad en el caos político es total: no solo porque decidió, por su cuenta, disolver la Asamblea Nacional en el verano de 2024, en un momento en que la extrema derecha se beneficiaba de la dinámica de las elecciones europeas, sino también porque se niega continuamente a escuchar lo que expresan las urnas y la calle.

Macron no ha aprendido nada de las elecciones legislativas anticipadas. En primer lugar, aunque las fuerzas de izquierdas del Nuevo Frente Popular (NFP) quedaron en cabeza, nunca les ofreció el puesto de primer ministro. Es cierto que no tienen mayoría en el hemiciclo, pero estaban en condiciones de ofrecer una alternativa.

Desde 2022, ante la falta de mayoría, sus sucesivos gobiernos han intentado imponerse mediante el artículo 49.3 y coaliciones improbables. A falta de apoyo en las urnas, Macron ha explotado las lagunas autoritarias de la Constitución, que confiere al jefe del Estado la prerrogativa exclusiva de elegir al primer ministro, a un nivel nunca alcanzado en la historia de la V República.

Despreciando a las fuerzas parlamentarias, el concepto “jupiterino” de su papel ha crecido de forma inversamente proporcional a su base electoral. Con este nuevo nombramiento en Matignon, el hiperpresidencialismo alcanza su punto álgido y sus límites: Emmanuel Macron y Sébastien Lecornu, amigos íntimos, son tan intercambiables que ya no hay ningún escudo que proteja al presidente. Se acerca inevitablemente la perspectiva de una disolución del parlamento, o incluso de una dimisión, sin otra solución.

La economía detrás de la política

Supuestamente destinada a garantizar la estabilidad institucional, su función como jefe de Estado pende de un hilo. Sin embargo, Macron sigue utilizándola para eximirse de su responsabilidad programática. Esta es la segunda razón —pero la primera cronológicamente— del actual estancamiento: el jefe del Estado nunca ha tenido en cuenta el rechazo masivo de sus políticas, y en particular de su política económica, del que se derivan los fracasos electorales de su partido y sus aliados.

Al nombrar a Michel Barnier (Los Republicanos, LR), luego a François Bayrou (MoDem) y ahora a Sébastien Lecornu (Renacimiento) como primeros ministros, no hace más que reafirmar la lógica neoliberal que sirve de hilo conductor entre ellos, desde la multiplicación de los regalos fiscales a los más ricos hasta el abandono de los servicios públicos, pasando por la renuncia a la ecología y la vivienda, en beneficio de los lobbies y las multinacionales. Y ello a pesar del descontento social que se ha expresado continuamente desde el comienzo de su primer mandato. Desde los chalecos amarillos anterior hasta el movimiento Bloquons tout (Bloqueemos todo) del miércoles 10 de septiembre, pasando por la movilización contra la reforma de las pensiones, las consignas en favor de una mayor justicia social dejan impasible al presidente de la República.

El argumento del aumento de la deuda y la “amenaza de los mercados”, utilizado hasta la saciedad para defender al soldado Bayrou, no ha sido más que la última encarnación de unas políticas que no dejan de maltratar a los más vulnerables sin que se inmuten aquellos que aún se benefician de ellas. No hay duda alguna de que Sébastien Lecornu retomará la antorcha, ya que ha sido nombrado precisamente para permitir a Macron terminar su mandato sin cambiar su trayectoria económica y fiscal.

Sin embargo, citando a François Bayou, “Señoras y señores diputados, ustedes tienen el poder de derrocar al Gobierno, pero no tienen el poder de borrar la realidad”, la realidad es que la economía francesa solo ha sobrevivido a la crisis financiera de 2007-2008 y a las siguientes, en particular la del covid, con la ayuda de papá Estado, financiado por los ciudadanos y que, en principio, debería responder a sus necesidades.

La ralentización de la acumulación de capital ha tenido como consecuencia, en Francia y en el resto del mundo occidental, que sus poseedores se vean empujados a limitar las políticas redistributivas tanto como sea posible. Tanto con la presidencia de Nicolas Sarkozy como con la de François Hollande, las reformas del mercado laboral se tradujeron en un debilitamiento de las condiciones salariales y las medidas fiscales vinieron en ayuda de los empresarios, al tiempo que las transformaciones del Estado social provocaron el abandono de los servicios públicos, desde la educación hasta la sanidad, y la marginación de los desempleados.

En lugar de resolver la crisis económica y social, Macron no ha hecho más que agravarla al continuar con las transferencias de fondos del Estado al sector privado presentando la factura de la reducción del déficit a los trabajadores y a los servicios públicos.

El colapso democrático

Esas políticas, inevitablemente impopulares, solo pueden conducir al colapso democrático. Y más aún cuando el presidente de la República se ha negado a escuchar el tercer mensaje surgido de las elecciones legislativas anticipadas del 30 de junio y el 7 de julio de 2024.

Mientras los franceses se levantaban en masa para bloquear el acceso de la Agrupación Nacional (RN) a Matignon, él permitió a Michel Barnier y François Bayrou que se apoyaran en la extrema derecha para gobernar. Según los datos estadísticos de la Asamblea Nacional, desde el verano de 2024, RN ha votado el 90 % de los textos presentados por el Gobierno derrocado y, más allá de los proyectos de ley, la mitad de las veces ha votado con los grupos de la mayoría presidencial, según un análisis de Politis.

Esa alianza ha cristalizado en el ministerio del Interior con el nombramiento del líder del partido Los Republicanos, Bruno Retailleau, hoy dimitido, que, al igual que la extrema derecha, considera que existen “franceses de papeles”, pide la exclusión de las mujeres con velo de las competiciones deportivas, tarda en reaccionar ante los asesinatos de Aboubakar Cissé, Hichem Miraoui o Djamel Bendjaballah, pretende restringir los derechos de los periodistas, desea acabar con las energías renovables y promete unas fuerzas del orden “intransigentes” ante los bloqueos como el del 10 de septiembre.

Con Sébastien Lecornu, esa complicidad ahora queda patente en Matignon, ya que Marine Le Pen considera “simpático” al exministro de Defensa. De ahí a pensar que ha sido elegido para seguir buscando vías de comunicación con el grupo que ella dirige en la Asamblea Nacional, solo hay un paso. Al menos se puede concluir que sus encuentros secretos, en la primavera de 2024, no le han perjudicado.

Desde su primer mandato, Macron está convencido de que su permanencia en el poder depende de su capacidad para convertir al partido de Jordan Bardella (presidente de RN, ndt) en la única fuerza política alternativa. Pero la fusión de las derechas que está llevando a cabo, desde una parte de la “Macronía” hasta la Agrupación Nacional, constituye un error democrático devastador para el país. Esta aproximación, que lleva años gestándose, y ahora respaldada por Nicolas Sarkozy, tiene como efecto banalizar, legitimar y reforzar a la extrema derecha, con el riesgo de facilitar su llegada a Matignon y/o al Elíseo.

Las barreras de papel van cayendo una tras otra: las ideas xenófobas, racistas, sexistas, homófobas, climaticidas y antisociales ya se están extendiendo en la cabeza del Estado, y a la RN o a sus comparsas solo les queda hacerse con las llaves.

 

Traducción de Miguel López

 

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