Buzón de Voz

Siete motivos para evitar elecciones

Va extendiéndose el mantra de que no hay mejor opción posible que repetir elecciones. Lo propagan desde algunos sectores del PSOE y del Gobierno en coincidencia (¿curiosamente?) con dirigentes principales de los partidos conservadores y también de las voces que representan (o lo pretenden) a poderes económicos, financieros y mediáticos. Puede tratarse de una (no tan nueva) herramienta tacticista, pero conviene, por si acaso, dejar claros los riesgos que este empeño supone para las fuerzas progresistas que sumaron mayoría en las elecciones del 28 de abril.

1.- No existe garantía alguna de que una repetición de elecciones el 10 de noviembre dibuje un mapa político y parlamentario que permita salir del actual bloqueo. Empieza a resultar ofensiva la insistencia en utilizar la (muy discutible) metodología del CIS de Tezanos (que renuncia a la estimación o cocina) para instalar el mensaje de que el PSOE puede superar los 140 escaños si precipita nuevas elecciones. Cualquiera que se moleste en solicitar a expertos en demoscopia que hagan una estimación electoral sobre los datos brutos del CIS comprobará que hay una coincidencia bastante amplia: ese 41,3% de intención directa de voto socialista se convierte en una media del 31,5% de apoyo estimado; del mismo modo que el 13,7% adjudicado al PP sube a casi el 19%; el 12,3% que asegura que votaría a Ciudadanos subiría hasta el 15%, mientras la “descontada” caída de Unidas Podemos no llegaría a ese 13,1% del CIS sino que resistiría un punto y pico por encima. Vox, cuyo respaldo deja Tezanos en el 4,6%, rebajaría su representación sólo hasta el 8% respecto a las generales, más o menos.

2.- Todos los datos citados corresponden además a un momento político, sociológico y mediático anterior a la última fase de negociaciones entre PSOE y Unidas Podemos y antes, en cualquier caso, de la investidura fallida de Pedro Sánchez. ¿En qué mimbres se basan quienes sostienen que el resultado de las conversaciones entre Sánchez e Iglesias y la culpabilización mutua del fracaso ofrecen la oportunidad de mejorar las posibilidades de un Gobierno del PSOE volviendo a las urnas en noviembre? Hasta el momento el sondeo más completo es el de 40dB para El País publicado este mismo jueves, y en él se observa que la "responsabilidad de la no formación de Gobierno" está bastante repartida a juicio de los electorados de izquierda (ver aquí). En las filas socialistas confían en un batacazo letal de Unidas Podemos, por haberse negado a aceptar una oferta de coalición que incluía una vicepresidencia y tres carteras. Y confían aún más en que una candidatura encabezada por Íñigo Errejón dejaría en la mitad de la mitad los votos a Iglesias.

3.- Es posible, pero también lo es que un porcentaje no desdeñable del electorado progresista compartido (y competido) exprese su mezcla de frustración/decepción/indignación quedándose en casa o votando a otras opciones. Para empezar ¿cómo saben los gurús que empujan a Sánchez hacia el 10-N que habrá más fuga de votos de Unidas Podemos hacia la nueva formación de Errejón (si se presenta) que los que le puedan llegar de un electorado que había regresado al PSOE confiando en el discurso de Sánchez en las primarias que le devolvió el liderazgo? Por ciencia infusa, debe de ser, porque no tienen base demoscópica para afirmarlo. Si quieren hacerse una idea de cómo están los ánimos en amplias capas ajenas a la militancia más activa de PSOE y Unidas Podemos y a la habitual burbuja de “palmeros” que reparten carnés de purismo progresista a uno y otro lado, lean a Almudena Grandes (ver aquí). Quienes definen como “equidistancia” a todo aquel o aquella que se pronuncia honestamente asumiendo que recibirá insultos desde ambos lados pueden seguir instalados en la supuesta infalibilidad de su discurso, pero algún día tendrán que responder a la pregunta clave: “¿Hay derecho a desperdiciar esta oportunidad de formar un gobierno de progreso en España?”.

4.- El estado actual del pulso entre PSOE y Podemos consiste en que Sánchez da por descartada cualquier posibilidad de Ejecutivo de coalición, mientras que Iglesias propone retomar la negociación en el punto al que se había llegado justo antes de fracasar la investidura (ver aquí). Cada cual mueve sus piezas con el objetivo de ganar la segunda vuelta de este “juego de la culpa”. Sánchez ha empezado a reunirse con movimientos sociales (ver aquí) para arropar una propuesta programática a Unidas Podemos que justifique un gobierno monocolor o ‘a la portuguesa’, en tanto que Iglesias resiste la presión de sus propios socios denunciando los movimientos de Sánchez como puro “postureo”. Por más que se insista en la táctica de los titulares simples, los tuits rotundos o las fotos aparentes, el electorado que se movilizó el 28-A convencido de que se trataba de abrir una nueva época y de frenar el riesgo de una recesión democrática necesita motivos para creer que se está haciendo un esfuerzo real y sincero para acordar un gobierno de progreso.

5.- Cada vez que Pedro Sánchez o cualquiera de sus ministros coloca a su “socio preferente”, Unidas Podemos, en el mismo plano que a PP y Ciudadanos como emplazados a facilitar un gobierno del PSOE están provocando, a mi juicio, un aumento de la irritación en su electorado. “En la vida se puede ser de todo menos pesado”, solía decir Rafael Azcona, el genial guionista de lo mejor de Berlanga. Y la ciudadanía está visiblemente cansada de que sus representantes dibujen una realidad alternativa, inexistente, falsa. Es obvio que ni Casado ni Rivera tienen la más mínima intención de facilitar la investidura de Sánchez. No sólo lo han explicitado mil veces sino que ambos han decidido blindarse en sus respectivas formaciones rodeándose de los más fieles y alejando, purgando o invitando a largarse a todas las voces discrepantes. Es obvio que no hay marcha atrás. La reiteración de Sánchez, por muy táctica que sea como denuncia de la “irresponsabilidad” de las derechas, hace tiempo que se tornó en pesadez, sin credibilidad alguna.

6.- Nos adentramos en una nueva etapa condicionada/distorsionada/manipulada por las encuestas y su interpretación, como ya ocurrió en 2016. Todos, representantes y electores, deberíamos haber aprendido algo. No conocemos aún exactamente los efectos del desastre de la negociación entre PSOE y Unidas Podemos y de la investidura fallida, pero sí deberíamos prever algunos de los mensajes que se le han puesto en bandeja a las derechas: “La izquierda es incapaz de entenderse” o “sólo pelean por los sillones”, mientras PP, Ciudadanos y Vox acuerdan gobiernos en todos aquellos feudos donde suman (ver aquí el último ejemplo, Madrid), aunque formen “coaliciones de perdedores” o por mucho que éstas se logren a costa de contaminar el debate público con el discurso del nacionalpopulismo de extrema derecha.

7.- Hay margen para intentar hacer bien antes del 23 de septiembre lo que se hizo mal después del 28 de abril. Venimos reclamando la necesidad de superar la desconfianza total y de asumir la prioridad de pactar un programa de medidas de carácter social, fiscal y territorial y un Gobierno capaz de ejecutarlo (ver aquí). La disposición del nacionalismo vasco y del independentismo catalán no unilateralista para facilitar un Ejecutivo de progreso no será eterna. Va siendo hora de superar el marco de debate que siempre imponen las fuerzas conservadoras, ancladas de nuevo en el “España se rompe” y en la crispación emocional de un terrorismo que ya fue derrotado. Cuanto más se tarde en defender un país cohesionado, plurinacional, diverso y dispuesto a una convivencia democrática y enriquecedora, más cancha se deja a los nacionalismos excluyentes, tanto periféricos como estatales.

Quienes confían en que una repetición electoral podría facilitar el regreso de un bipartidismo imperfecto pueden provocar lo que no esperan: una eclosión antipolítica que se lleve por delante esa “estabilidad” que tanto añoran, o un bloqueo indefinido que arrancó en 2015 y aquí sigue. Pedro Sánchez sabe muy bien lo que es iniciar una acción política cuyo final se va de las manos, para bien o para mal. ¿Calculaba Sánchez cuando convocó aquel Comité Federal para el 1 de octubre de 2016 que acabaría defenestrado en el PSOE? ¿Acaso no fue el primer sorprendido de que la moción de censura que interpuso contra Rajoy terminara convirtiéndolo en presidente del Gobierno? La baraka dura lo que dura. La paciencia del personal, también. Todo el mundo entendió el 28 de abril que España tendría un Gobierno de progreso. Hágase.

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