Más princesas para salvar el mundo

“Los jóvenes nos rebelamos a aceptar un futuro sin cambios” y “hay que levantar la voz para acabar con lo que no funciona”, dicen María Chiara y María Carolina de Borbón-Dos Sicilias en la web del ‘Hola’, dos princesas muy comprometidas que quieren luchar “contra la destrucción del planeta, la desigualdad y la falta de empatía”. Lógico que acaben de ser agraciadas con el premio Gen ¡H! Compromiso, que otorga la revista del corazón. Es una pena que si te confiesas tan comprometido, no defiendas abiertamente la causa que está por encima de todas las causas: pedir el fin del genocidio en Gaza. 

El activismo de las hermanas no se sabe si se refiere, por ejemplo, a permitir símbolos de apoyo a Gaza en los colegios o más bien lo contrario. ¿Estarán con la autoproclamada reina de la libertad y presidenta de la comunidad de Madrid en que hay que prohibir todo lo que no les guste a ella o quizás son más de reventar la vuelta ciclista y alzar la voz para frenar el genocidio? Tampoco entran en detalles, la verdad, así que habrá que confiar en que no pueden consentir la muerte de 28 niños al día. Una de ellas es embajadora de WWF para Francia e Italia. Si es compasiva con los animales, qué menos que conmoverse con la inaceptable situación de los niños palestinos.  

En este mundo de dictadores al que nos encaminamos, hasta el rey Felipe VI parece progresista

Tiene su gracia que los cachorros de la aristocracia pasen por ser los nuevos revolucionarios y el ‘Hola’, el medio en el que tomar nota de la revolución que con vestidos de alta costura están llevando a cabo estos modernos antisistema que viven en palacios o en grandes mansiones y que no tendrán que compartir piso hasta la jubilación, como otras criaturas de su edad menos afortunadas al nacer. Un activismo de salón que igual logra lo que no ha conseguido ni la ONU al definir como genocidio el exterminio al que Israel está sometiendo a Gaza ante la impasividad de la mayoría. 

A ver si el PP se atreve a enmendar la plana a esta generación tan comprometida para la que gobierna, asegurándose de que sus privilegios no caduquen jamás. Como antisistema, los populares están subidos en la misma ‘Hola’, por eso consideran que no le compete a la Organización de Naciones Unidas decidir lo que es un genocidio, en palabras de Ester Muñoz, portavoz de un partido tan inhumano como estamos viendo. Su presidente de honor defiende el genocidio convencido de la limpieza étnica que está llevando a cabo Israel es necesaria para el mundo. Aznar será de los primeros en disfrutar de casa en primera línea del resort que Trump tiene proyectado para cuando hayan exterminado a toda la población. Se lo ha ganado.

Igual la pequeña Trump madrileña también tiene apalabrado un ático sobre las ruinas del gran cementerio en el que se asentará el complejo de lujo. Allí nadie tendrá el mal gusto de cuestionar los ingresos de su clan y podrá exigir, como la reina de corazones de Lewis Carroll, que le corten la cabeza a quien ose cuestionarla. En este mundo de dictadores al que nos encaminamos, hasta el rey Felipe VI parece progresista. Durante su visita a Egipto esta semana pasada sonaba alentador escucharle denunciar el “brutal e inaceptable” sufrimiento que padece la población en Gaza en contraposición a la radicalidad de la derecha española. 

Hablando de princesas, no se puede pasar por alto a Leonor, enfrascada en una educación militar en los tres ejércitos que tan anacrónica resulta. Tenemos conocimiento de que el uniforme militar le queda mejor que los trajes que le obligan a ponerse para los actos públicos, con los que en La Zarzuela buscan comunicar un perfil profesional. La empatía de la princesa que la Casa Real ansía transmitir no acaba de cuajar. Igual si mostrase su solidaridad con el horror de Gaza nos parecería más auténtica que las jóvenes aristócratas de la prensa rosa. Salvar el mundo no figura entre las atribuciones que le marca la Constitución, pero sería maravilloso que formara parte de los españoles que rechazan la violencia. Princesas así son las que harían falta para creer de nuevo en los cuentos de hadas.

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